No le restemos méritos, en nuestro caso particular, a Felipe González y su moratoria nuclear de 1994, cuyos resultados están a la vista en la factura eléctrica de los ciudadanos españoles (500€ el MWh a 7 de marzo de 2022: con el Mariano Rajoy de 2016 rondaba los 48€).
No le restemos tampoco méritos a Angela Merkel, probablemente la política más sobrevalorada de la historia de la Unión Europea. Ni al mesianismo ecologista alemán y nórdico, puro paganismo oscurantista y del que Greta Thunberg es cima.
Pero, sobre todo, no le restemos méritos a aquellos que en algún momento de su muy rentable carrera política y/o empresarial han apoyado, impulsado y legislado en favor de una política de emisiones cero. Que es el camino más rápido posible para generar una tóxica dependencia de las energías sucias producidas por países como Rusia (el 41% del gas natural que consume Europa es suyo) y otros todavía peores, aunque por suerte también más corruptos y por tanto con un ejército menos capaz (Argelia, el 11%).
Mis respetos y los de toda la Europa con sentido común, el menos común de los sentidos, para aquellos iluminados del redentorismo verde que intentaron convencernos de que energías de baja densidad como la solar y la eólica podrían satisfacer las necesidades de economías de muy alta densidad como las occidentales.
¿Qué pensaban que iba a ocurrir cuando esas novelerías adolescentes de huertos urbanos en los Campos Elíseos, bibicletas en la M-30 y la conversión de la industria metalúrgica alemana en clínicas de transición de género se toparan con la realidad?
¿Y cómo pensaban que iban a responder los ciudadanos cuando se dieran cuenta de que las energías «bonitas», como ocurre con los huevos de gallinas «felices», son dos, tres, diez, cien veces más caras, además de menos fiables, que sus competidoras «feas»?
¿Cuando se dieran cuenta de que el «enriquecimiento» que genera la ecología es de dos tipos: financiero y ético? El financiero, vía ayudas europeas, para las mismas empresas que hace 30 años se enriquecieron con el petróleo y el gas. Y el ético, para ti, que te conformas con poquito.
Sin las neurosis ideológicas y la profunda desconexión de la realidad de la Europa bruselense, Vladímir Putin, que gobierna una economía del tamaño de Italia, no habría podido financiar la invasión de Ucrania. Porque el 60% del PIB ruso depende hoy de sus recursos naturales. El petróleo y el gas representan el 38,9% de su producción industrial. Los combustibles fósiles, el 63,2% de todas sus exportaciones.
El responsable de esta guerra, sí, es Putin. Pero sus prestamistas son los mencionados líneas arriba. Esos que hoy lucen sus mejores mohines de repulsa moral mientras renuncian a presionar a la OTAN para que cierre el espacio aéreo ucraniano, la medida que más contribuiría a la derrota del ejército ruso.
Que despliegan un amplio abanico de sanciones económicas caras para Rusia, pero muy baratas para ellos, y que impactarán en los ciudadanos rusos (y los europeos) sin impedir la muerte de una sola persona en Ucrania.
La única novedad de estas sanciones es que, a diferencia de las del Tratado de Versalles, se han impuesto al agresor antes de que haya perdido la guerra. Confiemos en que el resultado (la humillación de Versalles fue uno de los principales combustibles del auge del nazismo alemán) no sea el mismo que en la década de los años 30 del siglo pasado.
Se equivocará además quien crea que eliminado Putin, muerto el imperialismo ruso. Porque es la geografía y la cultura la que determina la historia, y no los autócratas, que son sólo un producto de ellas.
Un solo ejemplo. El estallido de la I Guerra Mundial se debió más al deseo de Rusia de acabar con el Imperio otomano para ganar acceso al Mediterráneo desde el mar Negro que al asesinato del archiduque Franz Ferdinand, que fue sólo el detonante. Todos los elementos de esa I Guerra Mundial siguen ahí, imperturbables: Rusia, Turquía, el mar Negro, el Mediterráneo, una alianza militar enemiga a las puertas de Rusia y un imperio en decadencia (Estados Unidos) frente a uno en auge (China).
No es tan impensable que dentro de 20 años, y con Estados Unidos entrampado en una guerra en el Mar de la China, una nueva Rusia imperial recuperada de las sanciones de 2022 invada no sólo Ucrania, sino también Moldavia, Georgia, Estonia, Letonia y Lituania, y eso sólo como prólogo de su entrada en Varsovia. Nunca está de más echarle un ojo a la historia para ver lo que ha ocurrido cuando los idealistas (y hoy Europa rebosa idealismo) han impuesto sus puntos de vista sobre los realistas.
Sólo por detrás de los ucranianos, la principal víctima de esta guerra ha sido el idealismo. ¿No a la guerra? Claro que sí. Pero entonces necesitamos más Kissingers y más centrales nucleares, y menos Ursulas von der Leyen y molinos de viento. Es decir, más adultos y menos niñas.