Ignacio Camacho-ABC
- El populismo de izquierdas en Sudamérica es ahora mismo el referente político que Sánchez tiene más cerca
Un año ha transcurrido desde el pucherazo de Venezuela sin que haya pasado absolutamente nada. En realidad ni siquiera fue un pucherazo como tal, porque para armar un fraude a gran escala se necesita una organización bastante sofisticada. A Maduro no le hizo falta: le bastó con proclamarse vencedor por las bravas y negarse a entregar las actas, a sabiendas de que Europa y Estados Unidos protestarían un poco hasta que sus opiniones públicas se olvidaran. Luego Zapatero y Sánchez se ocuparon de sacar a Edmundo González –que desde luego no era el hombre idóneo para enfrentarse a una tiranía como la bolivariana– y traerlo a España por razones ‘humanitarias’. El triunfo de la mascarada volvió a demostrar que en Sudamérica es fácil sostener una estructura totalitaria. Sólo hay que ser contumaz a la hora de reprimir a la oposición, encarcelarla como en Cuba o directamente fusilarla como en Nicaragua. Si además tienes petróleo nadie te echará en cara la ausencia de democracia.
El tongo fue tan zafio que algunos dirigentes del Grupo de Puebla tuvieron que torcer el gesto de puertas para fuera. Lula y en especial Boric levantaron la voz en tono de protesta, no demasiado enérgica, y la fueron bajando a medida que los hechos consumados iban ablandando la resistencia. Los más civilizados marcan cierta distancia con mucho cuidado de no parecer de derechas, una extravagancia política en aquellas tierras donde los españoles, que hicimos tantas cosas buenas, dejamos también nuestros peores vicios en herencia, entre ellos el de la proclividad al cuartelazo, al caciquismo y a la demagogia de brocha gruesa, ese populismo que en el siglo XXI ha cruzado el océano en sentido de vuelta. Quienes lamentan que la antigua metrópoli se ha desentendido de la suerte de América no tienen en cuenta hasta qué punto es ahora mismo el referente político que tenemos más cerca. La Historia no es siempre como creemos merecerla.
Por eso resulta significativo que el presidente español se haya ido al Cono Sur en busca del aire que en sus dominios naturales –así los considera– se le ha hecho irrespirable. Una gira con foto junto a los gobernantes de izquierda más presentables le venía al pelo para impostar el liderazgo que hasta en la Bruselas de su amiga Von der Leyen empiezan a negarle. Allí la corrupción no es motivo de asombro, y menos aún la invasión sectaria de los espacios institucionales. Los colegas de la internacional populista son la cuadrilla ideal para arroparse cuando arrecian las dificultades. Sobre todo si ZP –el embajador plenipotenciario en la sombra, el blanqueador de dictaduras, el conseguidor de rescates– se ha encargado antes de arreglar los detalles, como hace con los chinos para que el Estado se allane a contratar a Huawei como proveedor tecnológico de primera clase. De Venezuela mejor no acordarse en plena sesión austral de baño y masaje.