LIBERTAD DIGITAL 08/10/15
MIKEL BUESA
La lideresa del PP en el País Vasco, Arantza Quiroga, se personó en el Parlamento de Vitoria para registrar una moción cuyo destino era la creación de una ponencia sobre los principios básicos de la convivencia entre los vascos. Según algunos medios, pretendía con ello recuperar el peso político de su partido en la región, pues pronto habrá elecciones y todo lo que sume será bienvenido. Pero los papeles —que, ante la avalancha de críticas, sólo han tardado un día en retirarse— dicen en realidad otra cosa y están llenos de buenas intenciones: lograr que el terrorismo sea definitivamente deslegitimado, que sus víctimas encuentren la verdad y la justicia y que en Euskadi se asienten el respeto y la tolerancia. En definitiva, Arantza Quiroga lo que quería, al parecer, es que los vascos acabemos reconciliándonos entre nosotros, superando así el doloroso medio siglo durante el que ETA se ha dedicado a intimidar, perseguir, vejar y matar a sus enemigos políticos en pos de la independencia de Euskal Herria, una vez sacudido por tales procedimientos el yugo de España.
Loables estas bondadosas intenciones de Arantza Quiroga. A mí también me gustan porque eso de la reconciliación no sólo suena bien sino que relaja el espíritu y diluye las inquietudes. Además, dado que la lideresa del PP es una firme creyente católica, sin duda el apaciguamiento que se proponía la hará merecedora del perdón de Dios. Yo, en esto, no llego a tanto, aunque me gustaría, pues hace mucho tiempo que, conmigo, Dios se quedó en silencio.
Sin embargo, como reza el adagio popular, «el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones», porque lo relevante no son éstas sino la manera como se pretende su logro. Y aquí la cosa cambia de forma radical, pues la señora Quiroga, para buscar el acuerdo de todos los partidos representados en la cámara vitoriana, ha huido de exigir la condena explícita de ETA y se ha refugiado en la turbia fórmula del «rechazo a la violencia» -que, como todo el mundo sabe, es aceptado y frecuentemente empleado por los epígonos políticos de la organización terrorista-. En la polémica ulterior a la presentación de la moción, Arantza Quiroga ha venido a decir que su propuesta en nada se aparta del «posicionamiento» del PP en la materia, lo que me ha dejado francamente preocupado y sorprendido, pues yo, que presumo de estar bien informado sobre estos asuntos y suelo leerme la mayor parte de los tediosos papeles que los partidos políticos producen sobre él, no me había enterado.
Para rizar el rizo, en una emisora de radio, la lideresa Quiroga ha sentenciado: «La condena y la deslegitimación del terrorismo son conceptos que significan exactamente lo mismo». Al oírlo, han saltado en mi interior todas las alarmas, pues desde mi punto de vista la deslegitimación es un efecto de la condena, pero no un sustitutivo de ésta. Más aún, sin la condena de ETA, no solamente por su violencia, en general, sino por sus crímenes concretos, en particular, no hay posible deslegitimación del terrorismo ni tampoco puede lograrse la reconciliación en la sociedad.
Desde hace ya casi un siglo y medio, desde que Lewis Carroll publicó la segunda parte de su Alicia en el país de las maravillas, conocemos que «se puede hacer que las palabras signifiquen … cosas diferentes». Es entonces cuando, como escribió Carroll poniéndolo en boca de Humpty Dumpty, se plantea «la cuestión de saber quién es el que manda». He recordado ese pasaje de A través del espejo al escuchar las explicaciones de Arantza Quiroga e inmediatamente he concluido que quienes mandan en todo este embrollo de la condena de la violencia son, precisamente, los bildutarras, los seguidores ideológicos de ETA. Para nada sorprende, por ello, que la moción de Quiroga haya sido considerada por Julen Arzuaga, portavoz de EH Bildu en el Parlamento Vasco, como «un buen punto de partida, … un texto sobre el que se puede trabajar … para hablar de paz, convivencia, normalización política y libertad, … y avanzar hacia nuevos escenarios», a la vez que ha constatado «cambios evidentes» en el discurso político del PP, precisamente por haber abandonado la palabra condena, «uno de los tótems o dificultades para llegar a un acuerdo».
Arantza Quiroga, llevada de sus buenas intenciones y, tal vez, de sus intereses electorales, se ha puesto a sí misma una trampa y ha caído en ella. Lejos de deslegitimar el terrorismo ha contribuido a ampararlo, otorgando una victoria política a los amigos incondicionales de ETA, a los que aupándose sobre el crimen no tienen otra intención que la de hacerse con el poder y, así, edificar el proyecto de sociedad vasca concebido por aquella. Cuando un dirigente político comete un error de tan inconmensurable magnitud no basta con pronunciar excusas y retirar la moción; lo menos que se espera es que deje el escaño y se recluya en su casa para, por mucho tiempo, hacer penitencia.