Esteban Hernández-El Confidencial
- Hay varios factores que explican la caída en intención de voto de las fuerzas de PSOE y UP, algunos coyunturales y otros más profundos. La pregunta es si estamos ante partidos con capacidad de reacción
Los problemas electorales de las izquierdas tienen varias causas, y algunas más relevantes que otras. El primer escollo deriva de una situación habitual, la del desgaste de los partidos que gobiernan durante épocas difíciles. La legislatura de Sánchez y Podemos está consistiendo en una serie de crisis sucesivas, lo que suele cobrarse su precio. En la esfera europea, el desgaste se ha dejado sentir, con la CDU alemana fuera del gobierno y con un Macron que ha perdido la mayoría absoluta. No siempre es así (es el caso de Portugal), pero ocurre con cierta frecuencia: cuando los tiempos son malos, quienes gobiernan suelen recibir golpes electorales.
El de los partidos de izquierda españoles, sin embargo, es profundo. Más que el hecho de que pierdan voto, lo que llama la atención es la profundidad de la caída. Como señala la encuesta IMOP para El Confidencial, la suma de los tres partidos de la derecha (PP, Vox y Cs) representa el 48,8% frente al 35,8% de los tres partidos de la izquierda: 13 puntos de ventaja entre bloques y tres millones de votos más para la derecha. A estas alturas, la percepción social dominante no solo apunta a que, si se celebraran elecciones hoy, la victoria de las derechas sería rotunda, sino que se trata ya de una tendencia establecida y que será muy difícil desactivar.
PSOE y UP obtendrían 118 escaños, 37 menos que los que suman actualmente, y dos menos de los 120 que hoy tiene el PSOE de Pedro Sánchez
Existe la tentación de señalar a las alianzas de Sánchez con partidos como ERC o Bildu, a la influencia de Podemos en el Gobierno y a las tensiones con el partido de Iglesias como el factor fundamental en la pérdida de voto. Es un elemento relevante, pero también es cierto que se trata de un aspecto que irrita especialmente a votantes que no son de izquierdas. Esa política de alianzas, y la misma personalidad de Sánchez, que nunca agradó al viejo PSOE, puede contribuir a que antiguos socialistas se separen del partido y a que electores de centro se desplacen hacia el PP, como demostrarían las 640.000 personas que optaron por el PSOE y ahora apostarían por el PP, o los 450.000 votantes procedentes de Ciudadanos que depositarían una papeleta del PP en la urna.
El problema para las izquierdas, no obstante, es que no logran compensar las fugas hacia la derecha con votantes de otros perfiles. El PSOE y UP sumarían 118 escaños, 37 menos que en el actual Congreso y dos menos de los 120 que tiene actualmente Pedro Sánchez. Los partidos de la coalición de los presupuestos se quedarían en 151 diputados, muy lejos de lo necesario para una investidura.
El voto refugio
En este contexto, las recientes elecciones andaluzas son relevantes porque ofrecen algunas pistas, más allá de que, como ocurre con todas las elecciones autonómicas, sus factores más relevantes no sean directamente reproducibles en unas generales. Sin embargo, su elemento más significativo, sí tuvo que ver con una sensación cada vez más extendida. El telón de fondo, que la guerra de Ucrania acelera, no tiene únicamente que ver con la inflación, sino con el aumento de la incertidumbre. La percepción, en estos instantes, es que vienen tiempos muy duros.
Un PP que apunta hacia una mayoría sustancial, y que tiene un aire más moderado, resulta atractivo como paraguas para la lluvia
Este verano será un paréntesis, que aprovecharemos para disfrutar antes de que llegue la tormenta. Puede que sea de otro modo, pero la creencia general es que nos esperan muchas dificultades, de las que no sabemos el tamaño y la duración, y que nos parecen inevitables. En ese contexto, es normal que el elector trate de refugiarse en, por así decir, opciones seguras. Un PP que apunta hacia una mayoría sustancial, y que tiene una aire más moderado, resulta atractivo como paraguas para cuando la lluvia caiga. Esa posición explicaría también el parón en el crecimiento de Vox.
El mapa roto
Todos estos elementos, el desgaste, las tensiones internas y la aparición de un PP diferente, que puede ofrecer una imagen de mayor estabilidad, explicarían el ascenso de las derechas, pero no tanto el bajón notable de las izquierdas en intención de voto. Y es este aspecto en el que quizá habría que poner más énfasis, ya que señala cómo tras el cambio de hoja de ruta que han traído los tiempos, los partidos de izquierda no han sabido reaccionar.
Tanto el PSOE como Díaz habían articulado su apuesta por la continuidad del gobierno a través de dos factores. Uno era económico: después de una época de parón por la pandemia, se recuperaría la vitalidad fruto de los excedentes ahorrados y de las ganas de pasarlo bien de una población que necesitaba disfrutar. Después llegaría un frenazo lógico, pero con el refuerzo de los fondos europeos se lograría enderezar la economía. Tras la presidencia de turno de la Unión Europea, y con una UE más receptiva a los cambios, llegarían las elecciones. En ellas, Sánchez podría hacer valer la recuperación y Díaz su gestión al frente del Ministerio de Trabajo. Es probable que hubiera que gestionar de un modo más austero tras las elecciones, pero eso sería después.
No se percibe una dirección decidida en el Gobierno; más bien parece sortear los problemas como puede y según van llegando
Antes de la guerra de Ucrania, esa hipótesis parecía ya dudosa, por una recuperación más débil de lo esperado y porque las tensiones inflacionistas ya habían asomado. Y tras la guerra, ha quedado del todo rota. Sin embargo, el Gobierno parece seguir confiando en el plan previo, en el posicionamiento europeo y en que, a pesar de todo, las cosas terminarán cambiando para bien. El resultado es que no se percibe una dirección decidida; más bien parecen sortear los problemas como pueden y según van llegando. Y es ahora cuando más falta les hace un plan que permita revertir la percepción que los votantes han adquirido de las izquierdas. No parece asomar por el horizonte.
Como agravante de esa hoja de ruta perdida, hay que constatar que el Gobierno ni siquiera logra tomar la iniciativa cuando adopta medidas que deberían granjearle cierto afecto social. A veces porque las decisiones son desarrolladas deficientemente, en otras ocasiones porque el contexto general opaca sus logros, y en otras porque el desgaste político también provoca que no se obtenga reconocimiento ni cuando se acierta.
El cambio en la ideología
El segundo aspecto en el que no han sabido cambiar el paso es en el ideológico. La oferta que habían puesto encima de la mesa, tanto para ganar las elecciones generales como para justificar sus acciones de gobierno, la de construir una España más plural, verde, respetuosa con los derechos de las minorías, digital, global y avanzada en sus costumbres, lleva tiempo sin funcionar como elemento de atracción de voto. Ya ni siquiera funciona la apelación al peligro que supondría un gobierno del PP con la extrema derecha.
Es un discurso que electoralmente se había agotado antes de la guerra de Ucrania, pero que, en época de gran incertidumbre como la que vivimos tras la invasión, moviliza todavía menos. Además, los tiempos parecen ir en contra de ese ideario: el sueño verde está desvaneciéndose y el problema no es consumir gas, petróleo, carbón o energía nuclear, sino encontrar fuentes de abastecimiento, y si es posible, a un precio no demasiado caro. Del mismo modo, en tiempos de intereses fuertes, las invocaciones a valores culturales tienen menos recorrido. Las izquierdas, pues, tendrían que reconstruir su hoja de ruta propositiva para situarse a la altura de estos tiempos y dar respuesta a los desafíos de una época de desglobalización, geopolítica y fuertes tensiones económicas.
Lo que Díaz ha dejado entrever en el anuncio de Sumar recuerda a 2015 y a la campaña diseñada por Errejón para las generales de 2016
Hasta ahora, el único cambio de paso del PSOE ha sido el de intentar recuperar, sin suerte alguna, el voto de Ciudadanos. Lo intentó en Andalucía, como antes en Madrid y Castilla y León, y le ha ido bastante mal. Yolanda Díaz presentará el jueves el arranque de su nuevo proyecto, pero lo que ha dejado entrever en su lanzamiento recuerda a 2015 y a las campañas errejonistas para las generales de 2016. Si las señales se confirman, estaríamos ante la persistencia en formas de hacer política cuyo destino es un reducido nicho electoral, el de las clases jóvenes urbanas y formadas.
Hace unos meses, la situación de las izquierdas era endeble, y, sin embargo, la mayor parte de los análisis se centraban en la incapacidad del PP para superar electoralmente a Sánchez. Hoy, poco tiempo después, la foto del instante nos muestra a una izquierda en caída libre y a una derecha en auge. Dentro de unos meses, y no digamos ya de un año o año y medio, la situación puede ser sustancialmente distinta. Sin embargo, nada de lo que está encima de la mesa permite adivinar un camino de salida para las izquierdas, una forma de revertir la tendencia que conduce hacia una posición políticamente secundaria.