No hay razón lógica para sostener que la culpa de todo está en los políticos. Nadie ha hecho una invocación tan directa al guerracivilismo como Almudena Grandes hace unas semanas: «Cada mañana fusilaría dos o tres voces que me sacan de quicio». Es una intelectual, representante de la sociedad civil y miembro destacado de la peña bellartística nacional.
El pasado lunes se celebró en Bilbao un acontecimiento singular: el Departamento de Derecho Constitucional de la Universidad del País Vasco organizó una mesa redonda sobre el tema “La Unión Europea, presente, pasado y futuro”. El acto estaba patrocinado por el Ministerio de Asuntos Exteriores y tuvo una asistencia muy notable, a pesar del europasotismo de la mayor parte de nuestros conciudadanos. Intervinieron el ex ministro socialista y expresidente del Parlamento Europeo, Enrique Barón; el ex ministro popular y presidente del PP en Cataluña, Josep Piqué y el secretario de Estado para la Unión Europea, Alberto Navarro.
Los tres hicieron aproximaciones complementarias y solventes al tema. Hubo entre ellos cordialidad personal y deferencia versallesca, aunque apuraron el horario al límite y apenas quedó tiempo para el coloquio. Por ello, el moderador decidió que se formularan todas las preguntas juntas y hubiera una respuesta de cada ponente para terminar el acto. Entonces, un veterano militante socialista, José Miguel Montero, tomó la palabra y empezó por recordar a Enrique Barón un episódico contacto entre ambos treinta años antes, para pasar a interpelar al ex ministro Piqué: “Piqué, ¿puedo tutearte?”, dijo, acompañando la palabra con el hecho. El interpelado hizo un gesto de ‘sírvase usted mismo’ y el interpelante prosiguió: “¿Qué hace un tío como tú en un partido dirigido por tipos de la catadura de Acebes?”
La gran mayoría de los asistentes se vieron salpicados por la bilis y reaccionaron con una expresión de desagrado que se resolvió en un discreto abucheo. Fui a sentarme junto a Teo Uriarte, que, a la entrada me había mostrado su extrañeza porque el tal Montero le había negado el saludo.
«Ahora puedes entenderlo mejor,» le dije. «Sí», respondió. «No se dan todavía las condiciones, pero nos sobran voluntarios para conducir la camioneta hasta la tapia del cementerio».
Tenía razón. Hoy no cabe pensar en una guerra civil porque faltan las condiciones objetivas, aunque las subjetivas nos sobran.
Uno de los lugares comunes que se repiten más a menudo es que son los políticos los que se crispan entre ellos, pero que el pueblo llano, espejo de virtudes y de ciudadanía es ajeno a esa eclosión primaveral de fobias que nos crecen en el jardín. He aquí un contraejemplo.
No hay razón lógica para sostener que la culpa de todo está en los políticos. Con los mismos mimbres se hacen todos los cestos, aunque casos como el que comentamos podrían hacer considerar a los partidos de Gobierno si el Pacto del Tinell y sus subproductos no van a acabar pavimentando el camino de las condiciones objetivas.
Nadie ha hecho una invocación tan directa al guerracivilismo como Almudena Grandes durante la presentación de una novela suya en Sevilla hace unas semanas: «Cada mañana fusilaría dos o tres voces que me sacan de quicio». Es una intelectual, representante de la sociedad civil y miembro destacado de la peña bellartística nacional, ese Zola colectivo que sostiene al Gobierno frente a las asechanzas de Dreyfuss. Nunca hay que fiarse de un judío ni de una oposición, por rodeada que la tengamos. No hay que darles una oportunidad.
La escritora ha tarareado su palinodia: yo creía que todos sabían interpretar las metáforas, balbucea el alma bella, incomprendida por la tradicional cerrilidad de sus antagonistas, esos que la desquician, carne de metafórico paredón. Ella no quería que los fusilaran en serio, cómo no se han dado cuenta. Tampoco Maruja Torres cree que haya diez millones de hijos de puta en España. No hay tantas putas. Ni que Jiménez Losantos sea una albóndiga y mucho menos que escarbe en el conejo de su madre en busca de goma-dos. De hecho, ni siquiera sabe si su madre tiene un conejo. Con sus metáforas, ellas sólo quisieron expresar el bajo concepto moral que tienen de los aludidos y el odio que les suscita su existencia. El odio, como el amor, es un sentimiento muy privado que sólo a ellas les toca administrar.
Sin embargo, lo peor no es la insensibilidad de las gentes de la derechona para entender la delicada imaginería literaria de Almudena. En el imaginario de la izquierda, la derecha española se dedica a especular con la vivienda, hundir petroleros o quemar los bosques de Galicia, mientras la izquierda lee a García Lorca. Lo peor es que la interpreten en sentido literal los suyos y que estos tengan a mano una camioneta cualquier mañana propicia, la condición objetiva para que la tragedia baje de las musas al teatro.
Santiago González en su blog, 19/4/2007