La polémica – discreta, pero polémica – que se ha organizado alrededor de la actriz Itziar Ituño por encabezar una manifestación en favor de los presos etarras ha tenido, de momento, dos consecuencias. La primera, que la empresa BMW haya decidido cortar la relación comercial que mantenía con dicha actriz; la segunda, que haya hecho lo propio con la compañía aérea IBERIA. Conocida por su participación en la conocida serie de NETFLIX ‘La Casa de Papel’, de la que confieso no haber visto un solo capítulo, los progres de guardia dicen que eso es un ataque a la inviolable libertad de expresión de la actriz y que tiene todo el derecho del mundo a manifestarse en favor de quien le parezca oportuno. Tienen razón. Ituño puede encabezar una manifestación que defienda a los presos etarras igual que puede hacer público en redes su apoyo a Hamás. No es la única. Ahora bien, si posee el derecho a hablar – lástima que los asesinados por la banda terrorista no puedan hacerlo – deberemos reconocer que las empresas también tienen todo el derecho a rescindir sus contratos con dicha persona o, simplemente, a no contratarla nunca más.
Estamos hablando de ideologías. Si a ella le place la de los bilduetarras o los anti Israel o el que fuere, bien está. Yo abomino de ellas, pero reconozco algo que quienes defienden esas aberraciones jamás reconocerán a los otros, es decir, el derecho a disentir. Porque defender a España y a su Constitución en las vascongadas fue motivo suficiente para que te asesinasen ante el silencio cómplice de las fuerzas vivas de aquellas tierras, lo mismo que defender a Israel en territorio musulmán es causa de que te corten la cabeza, te violen o ambas cosas. Las consecuencias, he ahí el asunto. Quienes nos mostramos contrarios al separatismo, y ya no digamos a los filoetarras, al sanchismo, al progresismo de salón y otomana, a ese mundialismo opaco, invasivo, destructor del individuo y glorificador de la masa, también nuestra manera de pensar nos pasa factura. En Cataluña, por ejemplo. Ahora que los lazis exigen competencias en extranjería, es bueno recordar que los disidentes somos extranjeros en nuestra tierra. Nos niegan la condición de catalanes, nos condenan a la muerte civil, se nos da de baja de todo lo visible y se nos cierran todas las puertas. No te matan físicamente, pero sí espiritual y profesionalmente. Son las consecuencias que comportan defender la igualdad entre españoles, la libertad de pensamiento y el respeto a la ley.
Defender a España y a su Constitución en las vascongadas fue motivo suficiente para que te asesinasen ante el silencio cómplice de las fuerzas vivas de aquellas tierras
La señora Ituño puede quejarse de que con la exposición pública que comporta haber estado aguantando la pancarta con el lema Komponbiderako Giltzak, llaves para la resolución, tendrá que pagar las consecuencias quizás teniendo menos ofertas laborales o publicitarias. Ernest Lluch, hombre bueno donde los ha habido, también pagó las consecuencias por lo de ETA. Solo que a él lo asesinaron de un tiro en la nuca como mil personas más que fueron masacradas por balas o bombas. Niños, mujeres, ancianos, militares, políticos, magistrados, gentes que no imaginaron que las consecuencias iban a costarles sus existencias.
Puestos a comparar, creo que estaremos de acuerdo en que no es lo mismo perder un contrato con una empresa automovilística por estar en un lado que perder la vida y la de los tuyos por estar en el contrario. Aunque no se preocupe, señora. En España siempre habrá algún sujeto dispuesto a contratarla para interpretar una obra de teatro en favor de los presos etarras. O un documental. O una película. O hacerla presentadora de los premios Fulanito. Estamos en un país de izquierdas, dicen, y a esta gente le va mucho lagrimear, eso sí, solamente con una parte y, fíjense qué cosas, jamás con las víctimas. Seguro que le cae una subvención, no desespere. ¿O acaso Otegui no es ahora un hombre de paz?