Alberto Ayala-El Correo

El presidente más poliédrico desde la restauración de nuestra democracia parece decidido a que no tengamos tiempo de aburrirnos. Reparen si no en lo sucedido ayer mismo. La agenda política de la jornada parecía que iba a centrarse -al margen del debut de Puigdemont y Toni Comín en el Europarlamento- en la toma de posesión de los 22 vicepresidentes y vicepresidentas, y ministros y ministras del primer Gobierno de coalición desde la Segunda República. Creíamos. Pero Pedro Sánchez nos tenía preparada otra de sus sorpresas: el nombramiento de la exministra de Justicia Dolores Delgado como nueva fiscal general del Estado.

Como mínimo me parece escasamente presentable que una ministra entregue la cartera de su departamento a su sucesor y en veinticuatro horas vaya a pasar a ocupar la Fiscalía General. No dudo de la capacidad ni de la preparación, bien al contrario, de la señora Delgado, con una amplia experiencia previa a su etapa gubernamental en la Fiscalía de la Audiencia Nacional. Aunque esté fuera de discusión su falta absoluta de discreción al hablar de tendencias y gustos sexuales, aunque sea en un foro estrictamente privado.

Por otra parte no es que el presidente haya innovado. Felipe González también nombró en su día al riojano-navarro Javier Moscoso del Prado para el mismo cargo justo después de haber sido ministro. Aun así, aunque hayamos asistido por aquí a trasvases de cargos tan poco presentables como el del peneuvista José Luis Bilbao, que pasó de diputado general de Bizkaia a presidir el órgano que debe fiscalizar a las instituciones de la comunidad autónoma, el Tribunal Vasco de Cuentas Públicas; aunque anteriores fiscales, propuestos por el PP y por el PSOE, tuvieran el claro sello político de la formación que los promocionó al cargo. Pese a todo eso, lo de ayer -como lo de Moscoso en su día- resulta impresentable.

Vale que el nuevo Gobierno progresista quiera tener todo atado y bien atado para tratar de reconducir el conflicto catalán. Pero éste no es el mejor camino para hacerlo sin seguir minando la credibilidad de nuestras instituciones. Como el PP vuelve a equivocarse al llevar este asunto a los tribunales en lugar de circunscribir la comprensible crítica al terreno de la política. Ya madurará Casado.

El silencio sepulcral de Podemos -como hace unos días cuando se enteró por la Prensa de que el Ejecutivo iba a tener una cuarta vicepresidencia- invita a pensar que los socios no están por transitar de crisis en crisis, como sí le sucedió aquí en Euskadi al primer Gabinete PNV-PSE hace tres décadas. Y es que los podemitas defendían hasta hace nada que fuera el Parlamento quien propusiera una terna de aspirantes a la Fiscalía General y el Gobierno eligiera luego a uno de ellos.

Sospecho que tenemos Ejecutivo para rato. Sobre todo si PSOE y UP consiguen que el Parlamento les apruebe los Presupuestos. La otra condición para que un Gobierno de cohabitación dure es que ambos socios tengan su dosis de protagonismo ya que, a fin de cuentas, son adversarios electorales. Me extrañaría que Sánchez no fuera consciente de ello, siempre que Iglesias no se salga del tiesto.