José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
La presencia mediática de PP, Ciudadanos y Vox es patológica y no política ni institucional
Vivimos un episodio abochornante de nuestra democracia que ayer, con distintas palabras e igual intención, denunciaban en este periódico tanto Ignacio Varela como Isidoro Tapia. En la negociación —por un decir— de la eventual investidura de Pedro Sánchez, el PSOE ofrece a Unidas Podemos un trozo de la tarta de la «gobernanza» como si las instituciones del Estado fuesen un botín de guerra del partido ganador de las últimas elecciones generales. La concepción medieval que Sánchez parece profesar del ejercicio del poder y del manejo de la política resulta desvergonzado. El presidente en funciones culminó el martes un errático estío con una oferta de contraprestación de cargos públicos a los morados que sonroja por su tosquedad mercantil.
Sin embargo, está en la naturaleza de las cosas esa tendencia irrefrenable al mal uso —o al abuso— del poder. La democracia se inventó, precisamente, para evitar que las tropelías ambiciosas se consumen y establece para ello un sistema de equilibrios y límites que debiera manejar la oposición al Gobierno. En nuestro caso, esa función corresponde a los partidos políticos alternativos al PSOE y a sus socios de Unidas Podemos y a las formaciones nacionalistas e independentistas. Porque la oposición es poder y ya advirtió Montesquieu que «al poder solo lo para el poder».
En los medios de comunicación de ayer viernes no había vestigio alguno de que en España existiesen las llamadas tres derechas. O, más exactamente, el protagonismo mediático del PP, Ciudadanos y Vox era patológico y no político ni institucional. Ninguno de sus líderes o portavoces se refirieron al pretendido reparto del botín estatal; nadie en estas formaciones salió al paso del insurreccional discurso del presidente de la Generalitat, Joaquim Torra; en Madrid, no hubo ni una señal de vida inteligente en alguna de esas formaciones que suman la nada despreciable cifra de 147 escaños en el Congreso de los Diputados.
Ayer en los medios no hubo vestigio alguno de que en España existiesen las llamadas tres derechas
Supimos —sabemos— de la oposición de las derechas algunos datos demoledores mientras la izquierda y los nacionalismos e independentismos están enfrascados en el reparto de los mandos del Estado. Estamos enterados al dedillo del patrimonio de uno de los jefes de filas de Vox (Espinosa de los Monteros) y de la clausura de su vivienda; también conocemos (ya se suponía) que Ciudadanos continúa en una lenta pero segura autodestrucción. Javier Nart, eurodiputado naranja, deja el partido pero se mantiene en el escaño de Bruselas, mientras Francisco de la Torre, regresa a la Administración abandonando la Cámara baja. Al tiempo, Ignacio Aguado, acreditando que su dotación intelectual y estratégica para la política requiere de un bachiller superior, se empleaba en erosionar a la presidenta de la Comunidad de Madrid de la que él es vicepresidente.
El hecho de que el dirigente otrora liberal «descubra» ahora críticamente —y no hace un mes o dos— que Isabel Díaz Ayuso tuvo una intervención acaso cuestionable en Avalmadrid demostraría que en Ciudadanos se quiere estar al plato y a las tajadas y que sus dirigentes atienden más a la pelea por sustituir a Casado y al PP en el podio de la derecha que a la pretendida labor regeneradora y a su funcionalidad política que pasaba por neutralizar el arbitraje nacionalista e independentista en la política española.
Tampoco es que el PP se muestre avispado. El auto del juez García-Castellón por el que se investiga a Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes (y a otros más) por media docena de presuntos delitos de corrupción, ha tenido la misma respuesta decepcionante que en la época en la que Rajoy «dejaba estar» las cosas. Aquél quietismo acabó en una moción de censura que expulsó a los conservadores del Gobierno y con un Torra embravecido —resultado de la aplicación tardía del 155— que quiere convertir Barcelona en una nueva Hong Kong.
La oposición, aunque sea minoritaria, no puede ser, como en el cuento de Vargas Llosa (‘Letras Libres’ del mes de agosto) el «hombre de negro» en el escenario de una obra teatral: un personaje que no tiene otro guion que permanecer sobre las tablas y limitarse a una estricta gesticulación, subordinada y traslúcida. O, en otras palabras, la oposición no puede desempeñar el papel de pasmarote que en este momento protagoniza en España dejando todo el terreno a la izquierda y los nacionalismos como si ellos, y solo ellos, representasen al ciento por ciento del electorado. Salvando las distancias, populares, naranjas y «voxistas» —unidos por el propósito de atrapar poder en la base local y autonómica— debieran tomar nota de cómo en Italia y en el Reino Unido las oposiciones respectivas han irrumpido en los espacios del poder y logrado que los dos hombres que reclamaban una suerte de caudillaje posmoderno (Salvini y Johnson) hayan mordido el polvo.
Las derechas pasmarotes creen que el asunto no va con ellas. Están a la espera. Pero ¿qué esperan?, ¿ganarse entre ellos o ganar a la izquierda?
La oposición cuando, como ocurre en España, está en minoría debe desarrollar una especial perspicacia y hacerse presente en la vida política de manera constante, manteniendo un discurso alternativo, una crítica comprensible y severa al Gobierno, una actitud proactiva para articular fórmulas de administración del Estado y sus intereses, aportando, en definitiva, influencia, orientación, ideas y proposiciones que los ciudadanos entiendan e inquieten a sus adversarios políticos.
La oposición española —que se desenvuelve en el circuito cerrado de su competencia endogámica— no está jugando el partido político, de esencial importancia, que acapara la izquierda cuya torpeza es tan obvia como el apoyo que recibe de los nacionalismos e independentismos que les ruegan (Ortuzar y Rufián) formen un Gobierno que, en su debilidad, les valga a ellos mucho más que a sus integrantes. Y, mientras tanto, las derechas pasmarotes creen que el asunto no va con ellas. Están a la espera. Pero ¿qué esperan?, ¿ganarse entre ellos o ganar a la izquierda?