EL CORREO 03/09/13
PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO
Nadie en este partido ha sacado nunca la cara por nadie del entorno radical, cosa que no pueden decir los otros dos partidos de la centralidad vasca
Carlos Iturgaiz, que dirigió el PP vasco entre 1996 y 2004, ha afirmado que este partido tiene ahora dos almas y que debe elegir entre la que planta cara a la izquierda abertzale sin ambages de ningún tipo y la que quiere alternar con sus representantes, que todavía no han condenado el terrorismo de ETA. Y esta declaración fue tan conminatoria, además viniendo de quien vino, que la dirección del partido tuvo que salir a negar la mayor, esto es, que en el PP vasco no hay dos almas sino solo una y que tiene las cosas muy claras respecto de lo que debe ser su actuación política, primando por fin la confrontación ideológica e intentando olvidar lo que ha sido su principal obsesión hasta el cese definitivo del terrorismo: la mera supervivencia.
Carlos Iturgaiz, además de ser quien más tiempo ha dirigido el PP vasco, lo hizo en un periodo clave de la historia del terrorismo de ETA y de la política vasca hasta 2011. Presidía el partido cuando, con el asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997, precedido del de Gregorio Ordóñez en 1995, se inició la segunda fase de nuestra transición vasca a la democracia plena, y tuvo que afrontar luego la ciaboga táctica del PNV desde el Pacto de Ajuria Enea, integrador de todos los partidos democráticos frente al terrorismo, al excluyente Pacto de Lizarra, refugio defensivo para los partidarios del independentismo.
Su trayectoria irreprochable, con un desgaste tremendo, por hacer frente al terrorismo en primera línea, en una de las épocas más duras para su partido, es la que sin duda ha obligado a sus actuales dirigentes a darle a sus declaraciones una atención y un desmentido. No obstante, lo que podría quedar como la típica serpiente de final de verano, explicable también por la coyuntura política personal de quien la ha sacado a relucir, entraña una enjundia de mayor calado y desvela ciertas claves de futuro.
Que un partido tenga dos almas en el País Vasco significa, simple y llanamente, que ocupa la centralidad política. Ahí está el PNV, que funda su historia en dos componentes irrenunciables: el sabiniano primigenio, por un lado, y, por otro, el euskalerriaco de Ramón de la Sota, potentado naviero que sacó al núcleo fundador de la marginalidad en que malvivía. Dos componentes, uno independentista y otro autonomista, que le han conferido dos almas en toda su historia y hasta hoy. Las dos imprescindibles para hacerse con el dominio político vasco: una le permite gobernar las instituciones atrayendo a muchos votantes de centro derecha vasquista nada rupturistas y otra le posibilita acudir a las esencias cada vez que ve amenazada su preeminencia ideológica en el ámbito nacionalista.
Con el PSE ocurre parecido, aunque con menor beneficio electoral hasta ahora. Dos almas históricas desde su mismo origen, una formada por el grueso de la inmigración a la Margen Izquierda vizcaína y zonas industriales; otra por elementos nativos, sobre todo guipuzcoanos, concienciados en la lucha obrera y las reivindicaciones de clase desde su cultura autóctona. Dos almas que hoy se ven reflejadas, por un lado, en quienes se están pensando si siguen o no en la ponencia de paz del Parlamento vasco y, por otro, en su propio presidente, que cada vez que hace declaraciones en los últimos meses es para pedir que saquen a Otegi de la cárcel.
Del PP vasco, en cambio, no se puede decir que tenga dos almas en relación con el terrorismo, porque nadie en este partido ha sacado nunca la cara por nadie del entorno radical, cosa que no pueden decir los otros dos partidos de la centralidad vasca. Pero sí se puede afirmar que tiene dos almas en relación con su propia historia, la de la derecha vasca, que marcarán sin duda su política en un futuro sin terrorismo. Dos almas que no tienen que ver necesariamente con las dos corrientes principales del centro derecha vasco de la Transición, la base de AP y los restos de UCD, que conformaron el PP a partir de su refundación en 1989. Sino con las dos concepciones de Estado propias de la derecha vasca, desde mucho antes de que nacieran el PSOE y el PNV: una más fuerista, por tradicionalista, otra más constitucionalista, por liberal conservadora. Dos almas que acabaron integrando, antes de la Guerra Civil, el fuerismo moderno que construyó la identidad vasca, luego monopolizada y desnaturalizada en la Transición por el nacionalismo. La derecha vasca deberá plantear ahora su propio modelo de sociedad sin terrorismo, acudiendo a su propia historia, cuando el País Vasco era la utopía de la España conservadora, el referente político ideal, base del bienestar, que vertía felizmente la tradición en los odres del liberalismo, y que nunca se pudo conseguir en el resto de España.
Por tanto, la teoría de las dos almas, traída con cierto resabio de resentimiento, tiene, contra lo que suponía quien la profirió, un aprovechamiento ideológico y estratégico de primer orden para el PP: es la que le instalará, con el tiempo, en la centralidad política vasca de un futuro sin terrorismo. Y no solo eso, sino que quien la ha formulado ahora es la misma persona que, padeciendo una presión brutal, durante los años de plomo, por parte del nacionalismo radical, aprendió euskera con un empeño y un resultado que para sí quisieran muchos nacionalistas. Carlos Iturgaiz hizo el esfuerzo de aprenderlo y solo por eso su figura atesora un mérito político y cultural impagable para su propio partido. De ahí que quepa pedirle respetuosamente que, en lugar de ensayar titulares que, en otra ocasión, puedan perjudicar a los suyos, comparta, con muchos que no se sienten nacionalistas pero aman al País Vasco como el que más, su experiencia de aprender euskera en un entorno en el que una mayoría de los que se afanan en ello todavía creen estar contribuyendo, solo por eso, a independizarse de España.