José Alejandro Vara-Vozpópuli
- El ministro del Interior atraviesa momentos de tensión. Junto a la pandemia, Filomena. Falla en los dos frentes. Y en ambos aparecen sendas mujeres que le ponen en ridículo. Dos damas que le obsesionan
«Sin daños importantes». El mayor cataclismo meteorológico que ha padecido Madrid desde que se tiene noticia es para el ministro del Interior una anécdota, poca cosa que no se arregle con un par de palas. Antes de que se funda la nieve, de que se derritan las heladas, de que se retiren los 150.000 árboles caídos, se revisen los destrozos, se evalúen los desperfectos, se presente el pertinente informe, Fernando Grande-Marlaska ya dejó el caso visto para sentencia. Sin escuchar a las partes, sin atender a los damnificados, sin siquiera repasar la norma, que subraya que zona catastrófica es aquella «afectada gravemente por una emergencia de protección civil para poder recibir ayudas económicas». Parece que Madrid, congelada, bloqueada, inmovilizada, arrasada y desportillada, no lo es.
Demoraron 24 horas los ministros de Interior y Transportes en comparecer ante la opinión pública. Media España ya era Laponia. Más que de agotamiento, en la tarde del sábado ofrecían aspecto de recién levantados de la siesta. Muy especialmente José Luis Ábalos, con ese aire de resaca permanente que no se le despinta del entrecejo. Poco explicaron sobre la hecatombe helada salvo que el panorama era incierto, que el Estado había actuado muy bien y que mejor quedarse en casa. Al día siguiente, ya domingo, surgió la contundente respuesta del titular de Interior a la sugerencia de petición de ayuda económica planteada por el alcalde Martínez-Almeida y respaldada por Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad. ¿Ayudas a Madrid? Nada, que no aprenden, debió pensar Marlaska, con ese tono arrogante con que despacha últimamente sus comparecencias. Y declamó: «Zona gravemente afectada, se llama ahora, no zona catastrófica».
El estilo de la casa es brumoso y zafio en su empeño por manosear la realidad, ocultar la evidencia, abrazar la trampa
Hubo de transcurrir un día entero para que matizara el portazo, tan excesivo como extravagante, para que suavizara el ‘no’ contundente a la ayuda aún no solicitada. A regañadientes lo hizo, y entre agrios apócopes. El estilo de la casa es brumoso y zafio en su obstinación por manosear la evidencia, ocultar la realidad, abrazar la trampa.
Este Gobierno escucha la palabra Madrid y, como aquel con la Cultura, se lleva la mano a la pistola. ¿De qué se trata, que me opongo?, comentan en cuanto alguien menciona los nombres de Ayuso o de Almeida. Reacción diferente a cuando trascienden los reclamos de Junqueras desde presidio o de su vocinglero portavoz en las Cortes, el tal Rufián. Si se trata de los secesionistas catalanes, los miembros del Gabinete modulan el tono y tienden a derretirse ante ellos en todo un despliegue de atenciones y convites en forma de indultos raudos, reformas del código y alivios de condenas. Con Bildu, el antaño implacable instructor del ‘caso Faisán’ contra los cobradores de ETA, actúa cual complaciente enamorada: les acerca presos sanguinarios, libera asesinos en serie (presuntos moribundos), les promete favores, les consiente homenajes criminales, les transfiere control sobre las cárceles. En suma, Madrid al paredón y los separatistas al sillón.
Desconfiado y maniobrero
Marlaska se arrugó. No es la valentía la mayor de sus virtudes, según se dice en el estamento judicial. Pero envuelto en la toga, vestía de timidez su flojera y hasta recibía elogios por su firmeza frente al pelotón de los malvados. Su verdadera faz emergió al sentarse en el despacho de Interior. Ahí apareció el Marlaska verdadero, sinuoso, maniobrero, desconfiado, experto en mostrarse de perfil y de huir de los conflictos. No pediría más sopa por no dar que hablar ni le llevaría la contraria a su presidente aunque rozara el delito. «Mentir es propio de siervos y decir verdad, de hombres libres», sentenció Apolonio.
Repasemos su frondoso prontuario. En su Gabinete se fabricó un informe falso para ocultar el ataque de que fueron objeto un grupito de valerosas diputadas de Ciudadanos en una encerrona del orgullo gay. Cesó a Pérez de los Cobos, coronel de la Guardia Civil, símbolo de la lucha del Estado contra el golpismo en Cataluña, y mintió dos veces en el Congreso y otra en el Senado para justiciar con argumentos delirantes su decisión. El coronel, en cumplimiento de la ley, se negó a filtrarle las diligencias judiciales sobre la manifestación del 8-M, núcleo irradiador de la pandemia.
«Esto no ha terminado, vienen días difíciles», recita el titular de Interior en sus frecuentes comparecencias de estos días. Como si fuera un mero comentarista de la tele o el portero de su finca
El penúltimo jalón en su larga carrera de engañifas fue cuando negó la evidencia del traslado de inmigrantes ilegales desde Canarias hasta la península. Los sindicatos policiales bramaron. El ministro se encogió de hombros. El rostro como un muro. La ética como un rinoceronte, pastando en un jardín de verdades degolladas.
No, Marlaska no infunde confianza, ni transmite sosiego, ni logra tranquilizar a nadie. Es un peón más en el tablero de los embustes de un Gobierno peleado con la sinceridad. Gestionaron mal la pandemia, mal las vacunas y mal la Filomena. Un rosario de desastres camuflados de éxitos por la gran factoría de efectos especiales que funciona a tope en Moncloa. «Esto no ha terminado, vienen días difíciles», recita el titular de Interior, refiriéndose a la helada, en sus frecuentes comparecencias de estos días. Como si fuera un mero comentarista o el portero de su finca.
Aparece el Ejército por doquier
Sumido en sus infantiles dudas sobre si Madrid merece ayudas o un bombardeo, Margarita Robles, su eterna enemiga, vieja rival en sus tiempos judiciales, asoma la closca y le levanta la merienda. En un plis plas, envía a la UME a todos los rincones de España con atención preferente en Madrid. Con ella al frente, pisando el hielo. Sin consultarle. Sin aviso previo. La generala en acción, pasando millas de Interior, ocupando portadas y minutos de teles.
Sánchez, en su línea habitual, se suma a la apuesta ganadora de la UME, prodigio de eficacia y compromiso, y acude de visita a la base de Torrejón y allí eyecta unas palabras patrióticas. Con Robles a su vera. Redondea la jugada el líder del PP, Pablo Casado, quien, junto a la creciente Ayuso, dedica un elogio envenenado al Gobierno con atención muy especial hacia… Margarita.
Marlaska se muerde los codos en Moncloa, junto a la portavoz María Jesús Montero (empeñada, con sus ataques y desprecios, en catapultar la figura de la ‘lideresa’ madrileña) y al patético y declinante Illa, «estoy al 101 por ciento dedicado a la pandemia y no como candidato». Madrid, sea lo que fuere que resuelva el Gobierno, es zona absolutamente catastrófica. Muy en especial, en la manzana donde se ubica el despacho del ministro del Interior. Vivimos en un país y en un siglo que, como diría Montaigne, «solo produce cosas muy mediocres».