ABC 28/08/16
MANUEL MARÍN
En julio, la inercia del subconsciente colectivo situaba al PSOE ante una cesión irreversible para favorecer la investidura de Mariano Rajoy. El fracaso electoral de los socialistas, aun habiendo impedido el sorpasso de Unidos Podemos, presuponía inevitable una retirada táctica para recomponer su figura desde la oposición. Se dio por hecho que Sánchez se haría mucho de rogar antes de entregarse a la lógica con una hipotética abstención para permitir un Gobierno del PP, y se asumió que el objetivo definitivo de evitar las terceras elecciones, unida a la presión de los barones críticos y de antiguos dirigentes del partido, obligarían a la dirección federal del PSOE a rectificar. Los socialistas harían sudar y sufrir al PP hasta el extremo, y solo cuando se alcanzara un límite de irritación social alarmante se avendría a cerrar un acuerdo de mínimos para permitir la puesta en marcha de una legislatura corta y convulsa, de no más de año y medio de duración.
Todo se antojaba así prediseñado. Incluso, antes de agosto se concibió como un automatismo político la idea de que si Ciudadanos viraba hacia el «sí» a Rajoy, el PSOE tendría la coartada perfecta para no figurar como el humillado partido de la izquierda capaz de plegarse a la derecha y subordinarse a todas las presiones posibles, y sí para aparecer como un partido cabal y típico de una izquierda responsable que, por seriedad institucional en favor del interés general, salvaría en última instancia una investidura precaria del candidato del PP.
Pues bien, ni ese automatismo va a activarse, ni Ciudadanos empujará tácticamente al PSOE hacia nada que favorezca al PP, ni Rajoy –o los barones socialistas– parecen tener opción alguna de suavizar la obsesiva estrategia de resistencia puesta en práctica por Pedro Sánchez. Julio creó emocionalmente un entorno más o menos favorable a la evitación de nuevos comicios en Navidad. Tarde y mal, pero al menos habría investidura como último recurso para evitar un despropósito institucional. Sin embargo, agosto lo ha inundado todo de pesimismo. Tanto en el PP como en el PSOE se abre paso la idea de que, en estas circunstancias, unas nuevas elecciones que aclarasen más las expectativas del bipartidismo tradicional frente a unos «emergentes» en crisis de credibilidad, serían más útiles que una legislatura con un presidente forzado, sin pilares ni equilibrios sólidos, y con un horizonte de mandato muy reducido. Son varios los indicios que reafirman esta tesis: ¿Urnas el día de Navidad? Carece de sentido plantear las bases de una reforma de la Ley General Electoral, como ha hecho el PSOE –y como apoyan a su manera el PP, Podemos y Ciudadanos–, si todos ellos no tienen en mente con visos de realidad una cita con las urnas. Técnicamente, y una vez que fracase la investidura de Mariano Rajoy el viernes día 2, habrá quedado instituido de forma oficial el plazo hacia nuevos comicios. Hoy ya se ha empezado a preparar psicológicamente a la ciudadanía para reducir los efectos y las consecuencias del fracaso que supondría no alcanzar un acuerdo de Gobierno. Incluso, se da por hecho un cierto retorcimiento pactado de modo unánime para reducir la campaña a una semana de duración y que la votación se produzca el 18 de diciembre en lugar de 25. Nada de esto se plantearía si hubiese opciones reales de evitar de una vez por todas el bloqueo político que sigue viviendo España.
¿Acuerdo tras las elecciones vascas y gallegas?
No solo Ciudadanos ve inviable asumir un papel de cómplice-comparsa de cualquier acuerdo de gobernabilidad o de investidura que pudiese alcanzar el PP con el PNV. También el PP lo contempla como harto difícil. Al PNV el tacticismo político y el sentido de la responsabilidad institucional le mueven bastante menos que las contrapartidas económicas y la cesión de competencias autonómicas para acrecentar su nivel de autogobierno. Así de sencillo. El PNV negocia cuotas, no sentimientos. Y solo en el hipotético caso de que necesitara al PP para conformar un nuevo Gobierno en el País Vasco, se activaría a partir del 26 de septiembre la opción de una negociación paralela en Madrid. Pero retener el «sí» de Ciudadanos sería mucho más complicado. Pactar, aunque sea tangencialmente con el PNV, afectaría a la misma esencia de Ciudadanos y a su credibilidad. Rivera lo tendría extremadamente difícil para poder justificarlo ante su electorado.
¿Lo intentará Sánchez con Podemos?
Si Rajoy fracasa en la segunda votación del día 2, quedará por resolver una doble incógnita compleja: si el PP lo volverá a intentar con opciones realistas a principios de octubre una vez celebrados los comicios vascos, y si Pedro Sánchez forjará una alianza con Unidos Podemos para intentarlo por su cuenta. A día de hoy, sigue vigente el acuerdo de diciembre de 2015 del Comité Federal socialista que impide a Sánchez sentarse siquiera a dialogar con los independentistas en busca de su voto. Pero Sánchez está ninguneando tanto a los barones críticos y antiguos secretarios generales, que hay quien alberga en el PSOE la expectativa de que Sánchez invoque sus galones y levante el veto que su propio partido le impuso tras el 20-D. Pablo Iglesias lo está deseando, en la medida en que es consciente de que unos terceros comicios castigarían a un Podemos en fase incipiente de descomposición regional. Sánchez nunca lo ha negado y contra las prohibiciones de su Comité Federal, bien podría consultar a las bases del PSOE con uno de esos referendostrampa a los que parecen acostumbrarse el PSOE y Podemos. En febrero, a Sánchez le interesaba el acuerdo y a Iglesias las elecciones. Ahora es justo al contrario, siempre y cuando Sánchez no se encuentre con un candidato alternativo en las primarias del PSOE que no le dispute el liderazgo del partido aún, pero sí la candidatura a la presidencia.
¿A Rajoy, le convienen elecciones?
En el PP la repetición de elecciones se percibe como un mal menor del que obtener rédito si se convocan. Es cierto que el mensaje público debe ser de rechazo frontal porque es verdad que el ridículo sería histórico. La incapacidad de PP y PSOE por pactar no se entiende en Europa. Pero no hay marcha atrás posible. Desde esa perspectiva, dirigentes del PP cifran ya en 150 escaños el objetivo factible y razonable. El PSOE ganaría escaños de Podemos, hasta alcanzar casi los 100, y el PP los obtendría de Ciudadanos. A su vez, el reparto de escaños se vería alterado en favor de PP y PSOE probablemente por el aumento exponencial de la abstención, producto del desencanto social y la pérdida de credibilidad de todos los partidos. Viejos y nuevos. Pero es un escenario en el que el PP se sentiría menos incómodo que el PSOE porque sería fácil identificar a un solo culpable de la repetición de comicios: Pedro Sánchez. En cierto modo, el PP asumiría menos riesgos que el dirigente socialista, suponiendo que el PSOE le permitiese ser el candidato. De hecho, el PSOE también busca culpables para justificar su deriva y afrontar su renovación. Octubre será determinante para comprobar el grado de fuerzas de cada uno.