José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Podemos no puede renunciar a sus siglas en la CAM como lo ha hecho en la capital, aunque, según Iglesias, “Carmena no sea lo que fue”, ni a pesar de que Errejón no sea ahora “un traidor”
Los populistas más torpes apelan a ‘la gente’ con grandilocuencia o con tremendismo. Activar “la alarma antifascista” (después del 2-D en Andalucía) o parar a los “trillizos reaccionarios” (PP, Cs y Vox) han sido consignas de diseño en boca de Pablo Iglesias e Irene Montero en las últimas semanas. Se trata de un ‘continuum’ retórico agresivo que transparenta la crisis de Podemos y su vaciamiento discursivo como trasunto del ideológico y estratégico que les afecta. Muchos dentro de la propia organización están descubriendo que la presunta sofisticación del lenguaje de sus dirigentes —con una entonación ora irritada, ora perdonavidas— es uno de sus peores males, aunque no el único.
Manuela Carmena ha ganado por la mano a la nomenclatura de Podemos con una plasticidad semántica verdaderamente popular. Cuando la alcaldesa de Madrid relató hace unos días cómo se cayó y rompió el tobillo el pasado 21 de diciembre, describió una situación con la que conectaron cientos de miles de ciudadanos. “Iba —dijo la edil— con una bandeja de empanadillas y tropecé”. La conexión emocional la ofrecían unas humildes y universales empanadillas, seguramente uno de los platos más habituales en los hogares españoles, más aún en los modestos.
Buscar los puntos de activación emotivos y racionales con los electores no es en absoluto fácil, y más vale la autenticidad de la sencillez que el intento habitual de epatar a la audiencia con pomposidades verbales. O sea, lo contrario de esa forma de hablar encendida y rebuscada (“espacios colectivos”) que utilizan algunos de los dirigentes de Podemos. La gente —esa ‘gente’ a la que apelan— ha dejado de entenderles, mientras que Carmena les seduce con literalidad descriptiva: agasaja a Errejón con empanadillas. Un fogonazo, populista también, de la España real.
Carmena tampoco gusta de la democracia directa y no apela a los inscritos e inscritas. Ya ha descartado las consultas y plebiscitos —visto su fracaso— para tomar decisiones, ni pregunta a las bases cuando quiere cubrirse ante la impopularidad de una medida. Pudo haber sometido a referéndum la aprobación de la Operación Chamartín o la puesta en marcha de Madrid Central, pero no lo hizo. Y para su lista de Más Madrid, no ha convocado primarias. Ha funcionado su decisión digital. En Podemos, todo lo contrario. Pero no se ha demostrado que resulte más democrático ni más eficaz. Ahí está el liderazgo caudillista de Iglesias para demostrarlo.
Quizá Carmena sabe que los ciudadanos desean políticos que desarrollen el mandato representativo sin descargar sobre ellos la responsabilidad que corresponde a los que han mandatado para acertar o equivocarse. La alcaldesa —que es la auténtica causante de la crisis de Podemos, Errejón mediante— se ha desprovisto de esa impostura plebiscitaria, opaca y enrevesada que utilizan los dirigentes de Podemos y que padece ya de la mayor de las increencias. Y no tiene empacho en adelantar que si no es de nuevo alcaldesa, se va a su casa.
Por fin, Carmena es más roja que un tomate, pero ha dejado de ser comunista. Ni lo que es ni lo que ha dejado de ser precisa proclamarlo, en tanto que en Podemos envuelven el poscomunismo que se ha adueñado de su núcleo dirigente con un progresismo inverosímil que trata con suficiencia al socialismo, desprecia la moderación e impulsa la aversión —cercana al odio— a todo lo que tenga que ver con el conservadurismo, el liberalismo o las posiciones de la derecha. Por eso, es recurrente escuchar a muchos de los que han dejado Podemos, o quieren hacerlo, que ellos no desean militar en una organización
sino en una izquierda útil y transformadora. Diagnosticó bien Iglesias: la dupla disidente quiere una “izquierda amable”. Porque, como reflexionó en este diario el pasado sábado el filósofo Manuel Cruz, los criterios ideológicos de Podemos han avejentado precozmente o quizá ya nacieron ancianos en 2014.
Errejón va a seguir los pasos de Carmena y no incorporará a Más Madrid las siglas de Unidos Podemos. Ambos consideran que son un lastre y no un activo. La dirección morada, con un consejo ciudadano estatal reunido ayer entre suspicacias y desconfianzas cruzadas, no encontró salida airosa a la crisis porque, posiblemente, no la tenga. El partido no puede renunciar a sus siglas en la Comunidad de Madrid como lo ha hecho en la capital, aunque “Carmena no sea lo que fue” (Iglesias ‘dixit’), ni a pesar de que a Errejón no se le considere ahora “un traidor” y sí “un aliado” (también Iglesias ‘dixit’). Podemos —y sus dirigentes lo saben— se encuentra en un trance agónico y ahora de lo que se trata es, simplemente, de seguir en el partido. Eso es lo que se decidió ayer, desesperanzadamente.