IGNACIO VARELA-EL CONFIDENCIAL
- Las encuesta de la última semana son útiles porque la experiencia demuestra que el resultado final suele confirmar, incluso intensificar, la última tendencia
Pese a la inicua prohibición de la Ley Electoral, se siguen haciendo y difundiendo encuestas sobre las elecciones catalanas. Si la censura es siempre injusta, la que cualquiera puede burlar resulta, además, ridícula. Los partidos, por supuesto, poseen datos diarios. Y varios medios recurren a la trampa infantil de alojar sus encuestas en webs extranjeras y/o enmascarar a los partidos con nombres de frutas y hortalizas o de animales domésticos, para alimentar a los adictos con síndrome de abstinencia. Grotesco.
Las encuestas de la última semana son útiles porque la experiencia demuestra que el resultado final suele confirmar, incluso intensificar, la última tendencia. Frente a la vana esperanza de los partidos en apuros, el legendario voto postrero de los indecisos no corrige el sentido de la corriente, más bien lo refuerza.
Así pues, estas ‘encuestas prohibidas’, en el caso de que capten bien la realidad, dan pistas de lo que podría ocurrir en el recuento final. Incluyendo posibles sorpresas que no eran visibles días atrás. Señalaré algunas (precisando que esto no es un pronóstico del columnista, sino un reflejo de lo que se está publicando bajo cuerda durante la prohibición):
Se anticipa una participación del 56-58%, una caída brutal respecto al 80% de 2017. Ello supondría un millón de votantes menos que hace tres años: muchos por desinterés o apatía, pero muchos más por miedo al contagio. Un terremoto de efectos impredecibles.
Segundo terremoto: el partido ganador de la anterior elección, Ciudadanos, podría perder siete de cada 10 votos. De sus 1.100.000 votantes de 2017, lo abandonarían 800.000. La diáspora iría a parar, en primer lugar, a la abstención; después, al PSC, y en tercer lugar, a Vox, mucho más eficaz que el PP para captar al sector más antinacionalista de los antiguos votantes de Arrimadas.
La relación de fuerzas entre los independentistas y los no independentistas se mantendría en términos parecidos a la de hace tres años. Ninguna encuesta conocida sitúa la suma de los partidos secesionistas por encima del 50%. Y desde luego, pueden olvidarse de los famosos dos millones de votos por la independencia. En el mejor de los casos para ellos, contarán medio millón menos.
Al parecer, esta campaña les sienta bien a tres partidos: el PSC (que no crece más, pero consolida sus ganancias), JxCAT y Vox, que están en pleno ascenso. La campaña se les está atragantando a otros tres: ERC, que cada día ve más lejos la victoria y empieza a dar señales de pánico (como esa firma conjunta de repudio a los pactos con el PSC que solo beneficia a este y a Puigdemont), Ciudadanos y el PP, que se asoman a la sima.
Hay, sí, un triple empate por la cabeza entre el PSC, JxCAT y ERC. Con dos variaciones importantes: que el sistema electoral beneficia claramente a los exconvergentes, que a igualdad de votos ganarían en escaños, y que la batalla entre nacionalistas parece estar decantándose a favor de los de Puigdemont. Tres de la cuatro ‘encuestas prohibidas’ ya colocan a JxCAT en primera posición y abren la diferencia con ERC. Si no fuera por el resto del PDeCAT (que seguramente no servirá de nada), hoy Puigdemont tendría esta elección ganada respecto a su eterno rival. La hipótesis de que Laura Borràs sea la próxima presidenta de la Generalitat parece haber pasado de remotamente posible a altamente verosímil.
En el otro extremo del campo, Vox parece haber resuelto a su favor la contienda con el PP, al que ya habría superado de forma insalvable. Lo que ahora aparece es una lucha cerrada por la cuarta posición entre los ‘comunes’, la CUP y Vox, y el movimiento ascendente de los de Abascal los aproximaría más al nivel de Ciudadanos que al del PP. Podríamos estar ante un espejismo demoscópico o ante la reproducción (en lo que se refiere a Vox) de la última semana de las elecciones andaluzas de diciembre de 2018.
El PP ya solo aspira a repetir su deprimente resultado de 2017. Bordea el precipicio, porque en Barcelona estaría hoy en el 4%
El PP ya solo aspira a repetir su deprimente resultado de 2017. Bordea el precipicio, porque en Barcelona estaría hoy en el 4%, que le reportaría entre tres y cinco escaños para seguir vivo; pero si cayera por debajo del 3% en esa provincia, quedaría fuera del Parlamento de Cataluña.
El PSC tendrá un resultado mucho mejor que el de 2017, con una ganancia esperada de seis puntos y 12 o 13 diputados más (la mayor parte, procedentes de la sangría de Ciudadanos). Pero la imprudente gestión de las expectativas asociada al ‘efecto Illa’ podría hacer aparecer esa progresión como un fracaso si, finalmente, es desplazado del primer puesto (para ganar en escaños, tendría que obtener una ventaja muy clara en votos). En todo caso, no se vislumbra un escenario verosímil en el que Salvador Illa pueda ganar una investidura.
Ninguna combinación de dos partidos alcanzará mayoría absoluta, así que cualquier fórmula de gobierno tendrá que pasar por un acuerdo tripartito. Podría ser un tripartito de concentración independentista (JxCAT, ERC y CUP); uno de izquierdas (ERC, PSC y ‘comunes’), o una ‘coalición por la autodeterminación’ (JxCAT, ERC y ‘comunes’, dejando al PSC al frente de una oposición amistosa). En este último caso, Iglesias conseguiría el bingo de estar presente en los dos gobiernos, el central y el autonómico, y sentarse a ambos lados de la famosa mesa de negociación. Fuentes generalmente bien informadas relatan intensos diálogos recientes entre Iglesias y Puigdemont para engrasar esa vía incluso si es Borràs y no Aragonès quien conquista el podio (quizás ello ayude a explicar algunas de las últimas declaraciones del jefe podemita a favor del fugitivo de Waterloo).
Puestas así las cosas, esta elección debe resolver sobre todo estas cuatro incógnitas:
- Si el próximo presidente de la Generalitat será Pere Aragonès o Laura Borràs (las casas de apuestas han girado en los últimos días).
- Qué fórmula de tripartito gobernará Cataluña.
- La posibilidad de Pablo Casado de llegar a las elecciones generales como candidato del PP.
- La estabilidad de la mayoría de Sánchez en el Congreso tras una derrota humillante de ERC, que muchos (ellos mismos) interpretarían como un castigo por sus devaneos madrileños.
No es poco para un domingo con la pandemia en todo lo alto. Veremos.