Iñaki Ezkerra-El Correo
En las instantáneas de las navidades lejanas, hay alguien que practicó un estalinismo privado, familiar, doméstico
Se sabe que Stalin hacía desaparecer de los retratos de grupo a los miembros del Partido que habían sido purgados. En las instantáneas esas de las Navidades lejanas, hay alguien que practicó una suerte de estalinismo privado, familiar, doméstico. Recuerdo el álbum de una boda familiar en el que estaban cortadas prácticamente todas las fotografías. Fue por culpa de un primo segundo, que era muy feo y que tenía unas orejas robadas a Dumbo. Al parecer, se las apañó para salir en todas las tomas. Incluso en una en la que aparecían besándose los novios, asomaba él por un ángulo con sus orejotas. Lo pude adivinar viendo el tijeretazo que le había dado a la cartulina una tía mía que no dejaba de llorar mientras hablaba con mi madre y le repetía: «Hay que ser sinvergüenza. Lo que nos ha hecho es como para matarlo».
Vuelvo a la Navidad. Los recortes más tristes son los que responden a una de esas motivaciones políticas tan frecuentes en nuestra tierra; ese codo que asoma en una cena en blanco y negro del pariente con el que jugabas de crío y que luego se volvió un extraño. A veces, en esos álbumes aparece también una foto reconstruida a la que se le ha pegado la esquina recortada. El Stalin de la familia ha vuelto a actuar, para conceder el indulto al camarada proscrito.