ABC 06/06/17
EDITORIAL
EN el entorno de los países del golfo Pérsico y sus ramificaciones con el extremismo islámico hay un agudo mar de fondo, pero no deberíamos dejar que ciertos gestos, como la ruptura de relaciones diplomáticas con Qatar por parte de Arabia Saudí y sus satélites, enturbie la visión de la realidad. Acusadores y acusados tienen un largo historial de relaciones tortuosas con el lado oscuro de la religión musulmana. Unos y otros han pavimentado el camino por el que irrumpen los terroristas que ahora todos dicen ignorar. Qatar ha apoyado a los Hermanos Musulmanes, considerados el fermento ideológico del radicalismo, igual que Arabia Saudí ha difundido por todo el mundo un concepto extremo de la religión islámica. Unos y otros dicen ahora no haber apoyado a terroristas, pero, aunque fuera cierto que no han pagado las bombas, han contribuido a la fermentación de las ideas violentas a partir de la inoculación de doctrinas exaltadas, incompatibles con la convivencia pacífica de personas de distintas creencias.
Esta reacción de Arabia, que no es ajena a las relaciones de Qatar con Irán –adversario histórico de los saudíes– y a la dramática situación en la guerra en Yemen, no tendrá gran efecto en la lucha contra el terrorismo, en la que se necesitan por parte de estos países y de sus líderes religiosos y políticos gestos mucho más profundos y sólidos. Mientras haya predicadores socialmente aceptados que justifiquen no solo la violencia, sino el odio hacia los no musulmanes, y mientras esa religión no realice una reforma compatible con las sociedades liberales, seguirán surgiendo asesinos como los de Londres. Por desgracia, para las víctimas no cambia nada de dónde han sacado el dinero los criminales si siguen recibiendo la comprensión y el apoyo religioso más o menos claro.