LIBERTAD DIGITAL 25/04/17
CAYETANO GONZÁLEZ
· Rajoy tiene la suerte de que puede hacer todo esto y mucho más, porque electoralmente no le pasa una gran factura.
Cuando el presidente del Gobierno y del PP animaba el pasado viernes en Sevilla a los jóvenes de su partido a que se portaran bien en las ponencias, con el sólido y profundo argumento de que «la gente del PP no se porta mal nunca», volví a reafirmarme en lo que pienso de Rajoy, como responsable político, desde hace tiempo: es un fiel exponente de la vaciedad y la inanidad más absoluta que ha acabado con el proyecto ideológico del PP, refundado por Aznar a comienzos de la década de los 90 y que él heredó hace trece años gracias a la designación directa de aquél.
No puede ser que cuando las gentes del PP se encontraban en estado de shock por todo lo que estaba sucediendo y conociéndose de la denominada operación Lezo; cuando un expresidente de la Comunidad de Madrid estaba a punto de entrar en la cárcel; cuando no habían pasado ni 72 horas de que el propio Rajoy fuera citado a declarar como testigo en una de las piezas del caso Gürtel, al máximo responsable del PP no se le ocurriera otra cosa que esa gracietaque soltó ante los chicos y chicas de Nuevas Generaciones.
Mala cosa es que ninguno de los jóvenes que escucharon esas desafortunadas y frívolas palabras no se revolviera en el asiento, y pidiera la palabra para solicitar al presidente de su partido un poco más de respeto, a ellos, a los militantes y a los votantes. Ya se ve que los jóvenes cachorros populares vienen igual de mansos que quienes conforman la guardia de corps de Rajoy en Génova y en la Moncloa.
Rajoy tiene la suerte de que puede hacer todo esto y mucho más, porque electoralmente no le pasa una gran factura. Si mañana hubiera elecciones generales en España, el PP, según todas las encuestas, volvería a ganar y lo haría con más diputados que los 137 que tiene ahora.
¿A qué es debido este desajuste democrático? En primer lugar, a que en todos los partidos hay un núcleo de electores que votarán siempre a los suyos, hagan estos lo que hagan. En esos votantes el espíritu crítico es igual a cero: lo importante es que los suyos ganen. En segundo lugar, en las actuales circunstancias políticas, para muchos ciudadanos el mal menor, aunque sea un mal menor muy tocado por la corrupción, es el PP. Se vota a los de la gaviota con la nariz, la boca y todo lo que haga falta tapado, pero se les vota, con tal de que no lleguen al poder los populistas de Podemos. Y, en tercer lugar, juega a favor del PP el estado comatoso en el que se encuentra el PSOE desde hace años: Dios sabe cuánto tiempo tardará en recuperarse, o si le pasará como a su partido hermano en Francia en las elecciones presidenciales de este domingo: el 6% de los votos y quinta fuerza política.
Pero ese viento a favor que tiene el PP no justifica en ningún caso las formas y las maneras de Rajoy a la hora de afrontar una cuestión, la corrupción, que ha hecho mucho daño a su partido, que es motivo de escándalo y de indignación para muchos ciudadanos y que si en la década de los 90 fue patrimonio del PSOE, desde el cambio de siglo la comparte con el PP y, no nos olvidemos, con la extinta Convergència i Unió.
El PP necesita con urgencia una regeneración moral, ideológica y ética. Es evidente que con Rajoy a la cabeza eso es imposible, porque el político gallego es desde hace tiempo parte del problema y por tanto nunca podrá ser parte de la solución, entre otras razones, porque ni él ni su entorno aceptan que el PP tenga un problema o una necesidad de regenerarse. De entrada, podría mirarse en el espejo de la dimisión de Esperanza Aguirre como ejemplo de lo que es asumir una responsabilidad política por no haber sabido vigilar más y mejor a sus personas de máxima confianza. Y mientras llega esa necesaria regeneración al PP, lo que sí se le puede pedir a Rajoy es que se abstenga de gracietasque no tienen ningún sentido, y desde luego ninguna gracia, aunque los suyos se las rían porque es lo que le gusta a él.