Ignacio Camacho-ABC

  • En su optimismo democrático, los constituyentes no calcularon que un aventurero se haría un sayo con la capa de sus mandatos

Honor para ese diputado de la Chunta y miembro de la mayoría, de nombre Jorge Pueyo, que ha pedido a Sánchez que convoque elecciones si no saca adelante los presupuestos. Lo mismo que le pidió el propio Sánchez a Rajoy, y probablemente con el mismo éxito, aunque el presidente gallego logró al menos aprobar las cuentas el año siguiente, justo antes de que el actual le quitara el puesto. Claro que entonces Pedro era jefe de la oposición –otra persona según la teoría ontológica de Carmen Calvo– y Pueyo es parte de la alianza que sostiene al Gobierno, lo que otorga un plus de honestidad política a su gesto. «Aguantar por aguantar ya no sirve», ha dicho el hombre, añadiendo que no está en las Cortes para perder el tiempo. Y más que perderá porque la ministra Montero, ocupada en su papel de candidata a perder contra Juanma Moreno, ha dejado pasar de nuevo los plazos para validar el techo de gasto y para presentar el reglamentario proyecto al Congreso.

La prórroga presupuestaria es un mecanismo constitucional concebido para evitar el bloqueo del Estado. A los constituyentes, imbuidos de un lógico optimismo democrático, no se les pasó por la cabeza que un gobernante utilizara el procedimiento con mala fe para apalancarse tres años. En consecuencia tampoco previeron qué pasaba si se incumplía dicho mandato, confiados como estaban en que la Carta Manga garantizaba por sí sola el respeto a los hábitos parlamentarios. Pero Sánchez no ha venido al mundo a cumplir preceptos que él no haya dictado; incluso los suyos se los pasa por el forro cuando dejan de parecerle prácticos. Para qué debatir sobre una ley que a día de hoy carece de suficiente respaldo. Eso sí que sería una pérdida de tiempo, no la que dice el congresista maño. Los empeños inútiles conducen a la melancolía y eso no se lo puede permitir un líder de su rango. Total, dinero nunca falta gracias al esfuerzo fiscal de los ciudadanos.

La gran novedad histórica del sanchismo consiste en que en vez de consolidar el sistema se ha dedicado a buscarle las grietas y, en vez de repararlas, a colarse por ellas para prolongar su supervivencia. A menudo no necesita siquiera que Pumpido –doctores tiene su iglesia– proceda a reformar la Constitución mediante enmiendas encubiertas o exégesis fraudulentas; le basta con localizar las rendijas que los ‘padres fundadores’ se dejaron abiertas creyendo en una suerte de bondad democrática genética. Si no existe una prohibición expresa, y a veces aunque exista, basta con aprovechar ‘pro domo sua’ el vacío de la letra interpretándolo con el sesgo que en cada momento le convenga; un cinismo ventajista que sus palmeros de cabecera festejan como sutileza maquiavélica. Así ha ido demoliendo la estructura institucional paso a paso y pieza a pieza, hasta dejar lo que queda del llamado régimen del 78 visto para sentencia. Menuda tarea espera a quien le suceda.