Nacho Cardero-EL CONFIDENCIAL

  • Ni el precio de la luz ni los fondos europeos ayudarán a Sánchez a mantenerse en el poder por mucho que haya condicionado su futuro a la marcha de la economía

El pasado mes de julio, coincidiendo con la crisis que descabalgó de sus puestos a Iván Redondo y Carmen Calvo, el presidente del Gobierno decidió mandar al desguace el Peugeot 407 con el que se recorrió «todos los rincones de España para escuchar a aquellos que no han sido escuchados, los militantes y los votantes de izquierdas de nuestro país», es decir, decidió desprenderse del perfil ‘outsider’ que había lucido hasta ese momento y se institucionalizó. Lo hizo regresando al partido y pintándolo de caoba. Es el mismo PSOE, pero solo un 60% rojo. 

La guerra de Ucrania —no hay mal que por bien no venga— ha acelerado la tendencia mostrándonos al Pedro Sánchez más centrado y estadista, en un momento en que se va a tener que hablar más de Europa que de España, y en el que nuestro país va a acoger la próxima cumbre de la OTAN en una «etapa histórica para la organización» y asumirá su quinta presidencia de la UE el 1 de julio de 2023. Todo ello barnizado por una progresiva recuperación económica y unos fondos Next Generation que deberían servir para acometer las reformas transformacionales que necesitamos.

Lo que se daba por bueno ayer deja de valer para el día siguiente. La sensación es que cabalgamos de continuo sobre un cisne negro 

Semejante cartel electoral podría resultar imbatible para revalidar la Moncloa otros cuatro años si no fuera porque el planteamiento es meramente teórico y apenas sirve para una realidad que no cesa de mutar. El contexto en el que nos movemos es rápidamente cambiante. Lo que se daba por bueno ayer deja de valer para el día siguiente. La sensación es que cabalgamos de continuo sobre un cisne negro. Lo llaman ‘crisis permanente’ y hace que cualquier plan o análisis previo devenga fallido casi antes de ser escrito. 

Es lo que le está ocurriendo al Gobierno. Sánchez ha decidido cultivar su faceta más institucional para diferenciarse de una oposición, la del Partido Popular y Vox, echada al monte, y se ha encontrado con que, tras una guerra fratricida que se esperaba para más adelante, al frente del PP no van a estar Casado y Egea sino un señor de Ourense, Alberto Núñez Feijóo, al que a moderado no le gana nadie. Además, de cara al electorado, resulta más fiable que el presidente del Ejecutivo y no tiene que cargar con la mochila de Unidas Podemos.

Según Metroscopia, Feijóo aventajaría al actual inquilino de la Moncloa en tres puntos si fueran las dos únicas opciones en una investidura. Incluso un 17% de los votantes socialistas optaría, hipotéticamente, por el futuro líder del Partido Popular. Todo un aviso a navegantes. 

El otro frente al que ha fiado buena parte de su próxima campaña, el económico, tampoco está yendo por los derroteros que desea Nadia Calviño. El FMI ha advertido de que la guerra en Ucrania tendrá un «grave impacto» en múltiples aspectos de la economía mundial y las consecuencias podrían ser «todavía más devastadoras» si siguen escalando las hostilidades.

Uno de los informes que circulan estos días habla de cuatro escenarios, con sus correspondientes consecuencias para la economía: en un escenario de desescalada rápida y acuerdo pragmático, el impacto negativo sería de entre tres y cuatro décimas; en uno de desescalada lenta y acuerdo posterior, entre seis y ocho décimas del PIB mundial; escalada suave y posterior derrota de Putin, 1,5 puntos aproximadamente; mientras que en el cuarto, de escalada agresiva y riesgo de hecatombe, la horquilla iría de los cuatro puntos de PIB al ‘crash’ mundial en caso de ataque nuclear descontrolado (produce escalofríos comprobar cómo los servicios de estudios contemplan tal posibilidad). 

Sea como fuere, ya es una realidad que, en el corto plazo, habrá un aumento de los precios de la energía y las materias primas que, sumado a las presiones inflacionarias y las interrupciones en la cadena de suministro, supondrá una losa para las economías domésticas. En España, la luz se encuentra en zona de máximos. El precio medio del mercado mayorista de la electricidad cerró febrero en los 200,22 euros MWh, siete veces más cara que hace un año y un 55% más que en Alemania, y las perspectivas no son nada halagüeñas. 

Para reducir la dependencia de Rusia, la patronal Foment del Treball propuso la reactivación del Midcat para transportar energía desde Argelia 

Aprovechando la circunstancia sobrevenida de la guerra, el Gobierno de España contaba con una ocasión pintiparada para dar un volantazo a su política energética —como Francia y Alemania— que le permitiera apostar por el gas en vez de demonizarlo. ¿El objetivo? Hacer de nuestro país la puerta de entrada alternativa del gas en Europa, una vez que el Nord Stream 2 se ha visto paralizado por las presiones diplomáticas. 

Para reducir la dependencia de Rusia (el 40% del gas que se consume en Europa procede de este país), la patronal Foment del Treball propuso la reactivación del Midcat para transportar energía de Argelia a Francia pasando por España, una idea tan buena como remota, pues la propuesta está lejos de materializarse.

El Ministerio de Transición Ecológica, que tiene mucho de ecológico, pero poco de transición, está dirigido por una Teresa Ribera que es más fundamentalista que los verdes alemanes y a la que no le gusta el gas, y por un Sánchez que, por mucho que le imploren, no se va a apear del caballo de la sostenibilidad. No lo iba a hacer antes y menos ahora, después de sonar el teléfono rojo tras los ataques a la central nuclear de Zaporiyia, que desincentivan este tipo de energías frente al de las renovables, tal y como pusieron negro sobre blanco el presidente y Von der Leyen durante su comparecencia conjunta este fin de semana. 

Ni el precio de la luz ni los fondos europeos ayudarán a Sánchez a mantenerse en el poder por mucho que haya condicionado su futuro a la marcha de la economía. Tampoco el hecho de lucir palmito europeo y atlantista. Podría haberle servido en otros tiempos, pero los actuales son líquidos e imprevisibles. Tiempos de crisis permanente. Eso bien lo sabe Putin.