- Las escuchas no son más que una forma de guerra híbrida llevada al ámbito de la política. Lo significativo es que se aplique sobre los socios del Gobierno. ¿Incoherencia o algo más?
Aunque no existe una definición universalmente compartida sobre el significado de lo que se conoce como guerras híbridas, el Comité de Defensa y Seguridad de la OTAN las definió en octubre de 2015 de la siguiente manera: «El uso de tácticas asimétricas para tantear y explotar las debilidades utilizando medios no militares, ya sean políticos, informativos, de intimidación económica o manipulación, y que se encuentran respaldados por la amenaza de medios militares convencionales y no convencionales. Las tácticas pueden escalar y adaptarse a cada situación».
La definición, como no puede ser de otra manera, es compleja, pero en síntesis viene a decir que ya no basta con disponer de un ejército competente para derrotar o debilitar al enemigo, sino que hay que utilizar otras herramientas más sofisticadas y espurias aprovechando, en particular, los avances tecnológicos, que favorecen la desinformación, que a su vez alienta la sensación de desorden.
¿Alguien cree que un juez, aunque sea de la Audiencia Nacional, puede desenmarañar la madeja en la que se mueven los servicios secretos?
Las guerras híbridas, en realidad, no son nuevas en el plano militar. Siempre ha habido estrategias de manipulación deliberadas destinadas a confundir al enemigo. Lo que es nuevo, desde luego en el caso del Gobierno español, es la utilización de tácticas asimétricas, como las denomina la OTAN, para distraer y debilitar a sus aliados. Tácticas destinadas a crear el caos y la desinformación, que es el escenario en el que se desenvuelve la crisis de las escuchas y, en paralelo, las operaciones de espionaje practicadas, según parece, por un país extranjero.
Dos sucesos distintos que, en principio, no tienen nada que ver, pero que se han querido presentar —decisión de Moncloa— como una función de un solo acto en tiempo y forma. Algo que explica el estado de confusión que reina en todo este embrollo. Y que llega al extremo cuando el Gobierno judicializa un asunto sobre el que no puede haber respuesta penal. ¿Alguien cree que un juez, aunque sea de la Audiencia Nacional, puede desenmarañar la madeja en la que se mueven los servicios secretos?, no solo de España sino del exterior. ¿Tiene algún sentido anunciar que el presidente ha sido espiado cuando el Gobierno no puede tomar ninguna iniciativa para aclarar los hechos?, salvo que rompa relaciones diplomáticas con el país supuestamente agresor. Caos, puro caos.
Sánchez tiene una visión accidentalista de la política, que consiste en saltar de charco en charco sin meterse de lleno en ninguno
No es la primera vez que esto ocurre. Los dirigentes de Unidas Podemos, no siempre en privado, han sospechado a menudo de que la afloración de algunos asuntos presuntamente turbios de sus dirigentes -casi siempre tumbados por la justicia- han sido alentados, o, al menos, amparados, por sectores del Gobierno poco satisfechos con la coalición. La fiscal general Dolores Delgado o Marlaska, en este sentido, serían condescendientes con esta estrategia habida cuenta de su escasa simpatía con lo que representa Unidas Podemos, que ha pagado el correspondiente precio político. Debilitar al enemigo (o adversario político), ya se sabe, es uno de los objetivos de las guerras híbridas.
Doble lenguaje
También ERC lo ha comprobado en sus propias carnes. El hecho de que al mismo tiempo que se negociaba una mayoría parlamentaria para gobernar España el CNI espiara —aunque fuera legalmente, no faltaría más— a los dirigentes de uno de los partidos que forman parte de la mayoría parlamentaria no deja de ser una estrategia de manipulación de la opinión pública. Una especie de guerra híbrida aplicada con efectividad durante la formación de Gobierno utilizando un doble lenguaje para consumo interno.
Incluso Feijóo ha comprobado ya el comportamiento un tanto bipolar de Sánchez, que unas veces echa en falta a sus diputados —la última vez con ocasión de la aprobación del paquete anticrisis— y en otras ocasiones, con evidente desdén, lo sitúa en la extrema derecha, lo cual no parece lo más razonable para crear un clima de consenso político, tan necesario en un país con tantos problemas. Incluso, a sabiendas de que cualquier pacto con el PP significa una afrenta para EH Bildu, ERC o Podemos. Confusión de confusiones que decía el clásico De la Vega.
Fue Pablo Iglesias quien en una ocasión destacó que una de las características políticas de Pedro Sánchez era su capacidad para enredarlo todo. Probablemente, por una cierta visión accidentalista de la política, que consiste en saltar de charco en charco sin meterse de lleno en ninguno, lo que le permite sobrevivir sin caer ahogado. De esta manera, sostenía Iglesias, y cuando la confusión era evidente, él siempre tenía la posibilidad de emerger como el líder cabal capaz de poner orden a tanto caos. Su próxima reunión con Aragonés así lo demuestra. Sánchez es el problema y también la solución.
Esto explica, por ejemplo, que el ruido incesante que a menudo sale del Consejo de Ministros, no suele afectar directamente al presidente del Gobierno, quien desde su atalaya —todavía ni siquiera ha acudido al parlamento para explicar lo sucedido— observa con distancia las peleas entre Robles o Belarra o las diatribas mutuas que se lanzan algunos dirigentes de Podemos y Calviño.
Utilizar el comodín de los servicios secretos para conocer las intenciones de otras fuerzas políticas es inaceptable en una democracia
Los reproches mutuos entre Robles y Bolaños, cuya utilidad radica en que hacen de cortafuegos al presidente, se sitúan en el mismo ámbito. No parece creíble que el presidente no fuera puntualmente informado sobre las escuchas a los independentistas, ya sea de forma directa o indirecta (a través de la ministra de Defensa y responsable del CNI). Y sí esto es así, sería extremadamente preocupante porque utilizar el comodín de los servicios secretos para conocer las intenciones de otras fuerzas políticas plenamente legales va mucho más allá de lo admisible en una democracia. La llamada ‘operación Cataluña’, con sus informes falsos convenientemente filtrados a la prensa sin escrúpulos, es un buen ejemplo del mal uso que se dio en su día de los secretos de Estado, en este caso utilizados por Villarejo y sus secuaces al margen del CNI.
La memoria de Kim Philby
La táctica —no puede hablarse de estrategia— es formalmente hábil, porque así Sánchez queda protegido de las tensiones inherentes a un Ejecutivo tan diverso en el que hay, al menos, dos gobiernos de coalición, el del PSOE con UP y el de Yolanda Díaz con una parte de Unidas Podemos. Felipe González utilizó una táctica parecida cuando guerristas y renovadores se enfrentaron por el control del partido, y aunque el expresidente del Gobierno siempre quiso aparecer como ajeno a la política de confrontación interna, al menos en público, lo cierto es que siempre estuvo al lado de los segundos.
Sánchez no es Kim Philby, pero ya ha iniciado (incluso antes de la guerra de las escuchas) un alejamiento progresivo de sus socios
Ser agente doble, sin embargo, no puede durar mucho. Los espías de la guerra fría lo sabían bien, y eso los obligaba a volver al redil cuando se veían acorralados. Hasta Kim Philby tuvo que huir hacia Moscú cuando el MI6 empezó a sospechar que era en realidad un coronel soviético.
Sánchez no es Philby, pero hoy, y de ahí que haya iniciado —incluso antes de la guerra de las escuchas— un alejamiento progresivo de los socios que le llevaron a Moncloa. Una fuga sin duda controlada. No romperá de forma brusca porque intentará agotar la legislatura, aunque sea forzando la prórroga de los Presupuestos de 2022, lo que de paso le permitirá ahorrarse los ajustes derivados de una coyuntura económica peor que la esperada hace pocos trimestres. Hay razones para pensar, de hecho, que lo que queda de legislatura cada vez se parece más a la segunda de Zapatero, agónica y ciertamente caótica, lo que llevó en volandas al PP de Rajoy.
Tampoco los independentistas —los catalanes son fundamentalmente pragmáticos, como decía Vicens Vives— o los dirigentes de UP forzarán la máquina porque para sus intereses no es el mejor momento para adelantar las elecciones. Y menos con unas elecciones en Andalucía que muy probablemente dejarán muy tocada a la izquierda.
Todos saben que romper el Gobierno de coalición tiene un indudable coste político para sus respectivos electorados, y de ahí que sea muy probable que la legislatura se revitalice tras el verano una vez que se haya puesto suficiente terreno por medio. Al fin y al cabo, hacer de la necesidad virtud está en el ADN de cualquier político, y Sánchez, desde luego, nunca renunciará a utilizar ninguna táctica, sea híbrida o convencional.