Las hipotecas y chantajes de Sánchez

FRANCISCO ROSELL-EL MUNDO

Como dos negaciones afirman, cuando el presidente Sánchez asevera que su Gobierno ni tiene hipotecas ni admite chantajes, lo que en verdad hace es ratificar ambas evidencias. Difícilmente puede refutar lo uno y lo otro. Si la hipoteca es tan innegable que no puede sacar adelante un solo proyecto sin el apoyo de los socios que le auparon a La Moncloa, el chantaje es constatable de la manera tan abrupta en que lo ha sido la aparición de otra cinta del estudio de grabación del ex comisario de Policía, José Manuel Villarejo, actualmente en prisión preventiva. Mediante esta arma de destrucción reputacional, presiona para cobrarse los favores –muchos no confesables– que dispensó a algunos privilegiados con la moción de censura que desahució al cándido Rajoy mediante una confabulación de jueces y políticos con el ex magistrado Garzón como sumo sacerdote.

De hecho, las grabaciones comprometen a Garzón y a su estrecha colaboradora durante más de 20 años, la fiscal y hoy ministra de Justicia, Dolores Delgado. Claramente implicados en la operación político-judicial que muñó la sentencia del caso Gürtel en la que se cuestionaba la veracidad de la declaración de Rajoy como testigo y que, tirando de dicho hilo, lo dejó desnudo e indefenso. A ellos se les ha entregado, a modo de botín de guerra, el Ministerio de Justicia para que hagan y deshagan a conveniencia, además de para que Garzón ajuste cuentas con aquellos togados a los que imputa su apartamiento de la carrera.

Todo se inició hace ya nueve años en una cacería en Andújar. Como retrato de época de una Justicia de perro y escopeta, la pareja Garzón&Delgado, cual Bonnie&Clyde de la juripolítica, fue sorprendida celebrando, junto con el ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, y el inspector del caso Gürtel, Juan Antonio González, comisario general de Policía Judicial con el ministro Rubalcaba, haber ordenado el ingreso en prisión unas horas antes de varios implicados en esa trama corrupta de financiación ilegal del PP.

Luego, tras ser condenado en febrero de 2012 por interceptar las conversaciones que mantuvieron los cabecillas de la trama con sus abogados en la cárcel de Soto del Real, el inhabilitado juez se reengancharía en el caso Gürtel asesorando a Ricardo Costa, secretario general del PP valenciano, y propiciando un pacto con la Fiscalía para rebajar la pena a cambio de admitir la financiación ilegal del partido, así como a comprometer al ex presidente Camps. Curiosamente, las dos fiscales del arreglo prêt-à-porter habían avalado las escuchas ilegales que supusieron la inhabilitación al juez instructor. Un enredo muy propio de Garzón, perejil de todas las salsas.

Por fas o por nefas, al cabo de estos poco más de tres meses que Sánchez suma al mando del Gobierno, se respira una atmósfera tan viciada y asfixiante –incluso con los mismos personajes y parejos métodos– como la del Trienio Ominoso (1993-1996) que puso amargo colofón al largo adiós del felipismo tras 13 años y medio en La Moncloa. Todo ello después de tiempos revueltos en los que se encadenaban dimisiones y se dejaba a medio enterrar un cadáver político para acudir a sepultar al siguiente, mientras se imputaba a la Prensa crítica haber desatado poco menos que las siete plagas de Egipto contra el PSOE.

En aquel Trienio Ominoso, «todas las mañanas había un desastre real, no imaginario, un problema brutal», suele referir el biministro Belloch, quien hubo de fortificarse, junto a Margarita Robles, hoy ministra de Defensa y entonces secretaria de Estado de Interior, contra las acometidas de Garzón. Ahora, este último se ha resarcido cumplidamente al apoderarse, por ministra interpuesta, del Ministerio que apetecía y que González le negó dejándole con la miel en los labios.

No sorprenderá, por tanto, que se vislumbrara un rictus de regocijo en el rostro de Margarita Robles, su íntima enemiga, al contemplar cómo Delgado era un barco a la deriva sometida al oleaje de la oposición durante la sesión plenaria en la que fue reprobada por el Senado a causa de su mendaz conducta con el juez Llarena. Con su revanchismo, pretendía dejarlo a los pies de los caballos de los Tribunales belgas, presentando como una cuestión personal lo que era un cuestionamiento en toda regla del Estado de Derecho en España. Garzón y Delgado no ocultan su enemistad manifiesta con Belloch y Robles desde que Garzón regresó al Juzgado número 5 de la Audiencia Nacional, para retomar la investigación sobre los GAL.

Ahora el doctor Sánchez, ¿supongo?, como antaño González, asiste irremisiblemente a su propio drama. Como los protagonistas de la más célebre novela negra de Agatha Christie –Diez negritos– y que otrora abocó al fundador del PSOE moderno al abismo. De pronto, se abrió el suelo bajo sus pies. Al igual que a esos diez negritos de Agatha Christie, el pasado le dio alcance y le resultó imposible sacudirse de él.

Si entonces uno de los desencadenantes fue el comisario José Amedo, condenado por los crímenes de Estado de los GAL, ahora toma el relevo Villarejo al querer cobrarse las mercedes que, como todos los agentes dobles, obran en una dirección y en la contraria. Pero siempre guardándose las cartas marcadas que los conviertan en intocables para la hora en la que sus supuestos delitos o negocios a la sombra del poder puedan pasarle eventualmente factura.

Así, el desencadenante ha sido esta vez las grabaciones del ex comisario Villarejo que revelan la complicidad y conchabanza de éste con los actuales biministros de Justicia, esto es, con el ex juez Garzón y quien, por estar éste inhabilitado para cargo público, desempeña oficialmente el puesto, la fiscal Dolores Delgado. Esta última llega al extremo de aplaudir la extorsión del comisario a empresarios por medio de una red de prostitución para obtener «información vaginal» que sirva de aprovechamiento de lo que éste llama «El Gremio». «¡Éxito garantizado!», le jalea la hoy ministra sin censura ni repudio alguno hacia Villarejo del que se vale, junto a Garzón, para que le quite de en medio a agentes que no son de su estima.

Con ese piélago de hechos a cuestas de una fiscal en el ejercicio de su cargo, ésta debería ser ya una cesante. Además de estar expulsada de la carrera fiscal, como Garzón lo fue por hechos de naturaleza análoga. ¿Alguien se imagina lo que haría Lola, espejo oscuro, de vuelta a la Audiencia Nacional?

No debiera extrañar que Villarejo pretendiera mantener una cita con la actual ministra –Dos era su nombre en clave y M, de Mago, el de Garzón– para frenar la extradición del naviero Pérez-Maura a Guatemala a cambio de una suma que, presuntamente, rondaría los seis millones de euros, según la investigación judicial.

Cuando Villarejo, por medio del mismo procedimiento de las grabaciones, dejó en evidencia en 2015 al ex presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, actualmente en libertad provisional, Sánchez exigió su inmediata dimisión y endosó responsabilidades directas a Rajoy como presidente del PP y del Gobierno. Empero ahora cambia de doctrina, al igual que mide con distinto rasero ético a su ministro astronauta, Pedro Duque, con respecto a aquellos otros a los que, por similares razones fiscales, exigió (y se cobró) la dimisión del fiscal Moix, el ex ministro Soria o el podemita Monedero. Sólo le mueve cerrar la estafeta a la que Villarejo ha remitido su incriminadora grabación. A ver si así logra sellar la fosa séptica de este otro hombre de las mil caras como otros muchos mercenarios.

Por encima de bromas gruesas o de comentarios homófobos contra el juez Grande-Marlaska, hoy compañero de gabinete como ministro del Interior, o de que mintiera tantas veces, al menos, como San Pedro negó a Jesús, cuando dijo no tener relación con el comisario, la gravedad del caso Delgado reside en que coopera con unos chantajistas que no le ocultan sus métodos y a los que, por ejemplo, le regala confidencias del tenor de haber visto a jueces y fiscales españoles con menores de edad en Colombia.

En vez de denunciar a esos jueces por la comisión de un delito de ese calibre, los convierte en mercancía de extorsionadores. Cual ladrones que van a la oficina, estos aparentes servidores públicos parasitan al Estado y se valen de sus medios, no para preservar la seguridad de los ciudadanos que les pagan, sino para crear un mercado de extorsionables de los que servirse económicamente o para otros fines. ¡Cuántos flancos de la seguridad ciudadana quedan desguarnecidos mientras olisquea braguetas ajenas esta mafia que se apodera del Estado y se erige en un poder fáctico por su demoledora capacidad de destrucción!

El conciliábulo entre Villarejo, Garzón y Delgado en una marisquería madrileña para celebrar la medalla que le otorgó Zapatero parece una página de La tapadera, la novela de John Grisham que Sydney Pollack llevó al cine. Tom Cruise encarna a un prometedor abogado de Harvard que, pudiendo aspirar a los mejores bufetes, ingresa en uno de Memphis especializado en grandes patrimonios. Colmado de atenciones a su llegada, descubre que, tras una fachada honorable, se oculta una terrible realidad que no percibirá en toda su calado hasta que se le hace el encontradizo alguien que dice ser del FBI y que investiga el blanqueo de capitales por el crimen organizado. En la película, es constante la presencia de un personaje secundario con pinta de perro perdiguero que ejerce un cometido esencial. Como sicario de la organización mafiosa que está detrás del negocio y que vive empotrado en el bufete, impone la ley del silencio: «Me pagan por sospechar cuando nada induce a hacerlo».

Consciente del terreno peligroso que pisa, Sánchez no puede destituir a una ministra que se ha demostrado una compulsiva mentirosa y que encubrió como fiscal delitos de una enorme gravedad, sin poner patas arriba la tramoya sobre la que montó su moción de censura. Puede entregar libremente la cabeza de cualquier ministro menos la de Justicia.

No es cosa que Garzón se la juegue a él como a González por no hacerle biministro de Interior y Justicia, y le reabrió a mister X el caso GAL escondido en el cajón de muchos fondos de su despacho. Tampoco es cuestión de levantar la tapadera sobre la que montó su operación para defenestrar a Rajoy y de la que emergen iracundos los más siniestros habitantes de las cloacas del Estado. Se explica que el presidente se ponga fuera de órbita, viajando de la ceca a la meca, mientras sus ministros se meten bajo tierra.

Ante ese brete, el Gobierno adopta una posición victimista para no sentirse obligado a cerrar por derribo. Para aguantar el tipo, dispone de armas arrojadizas contra sus rivales, dado su control del medio televisivo y su manejo partidista del CIS, donde rige el algoritmo Tezanos: primero asigna el resultado y luego reparte los porcentajes para que cuadre la suma pretendida previamente. Pero Sánchez se ha tenido que abrir tanto de capa para atraerse los apoyos precisos que satisfagan su desmedida ambición de poder que ahora lo embisten por todas partes.

A medida que se pone cuesta arriba su objetivo declarado de llegar al 2020 y sus ministros se descuelgan por el trayecto, el doctor Sánchez, ¿supongo? es lógico que cavile, al otro lado del Atlántico, poner rumbo a unas elecciones. Mucho más al ver como apremian sus socios el pago de la deuda que contrajo, más sus intereses de demora, así como la insostenible situación de un Gobierno a la deriva y pendiente del siguiente negrito por caer.