Ignacio Camacho-ABC
- Quién y cómo le va a impedir a un imperialista megalómano desafiar a una OTAN que ha renunciado a su poder disuasorio
- «Siento esta noche heridas de muerte las palabras» (Rafael Alberti)
Salvo que uno se crea a aquel editorialista del ‘Arriba’ cargado de bienaventurada fe en el poder de la prensa -«voy a escribir un artículo que se van a cagar en el Kremlin»-, opinar sobre la invasión de Ucrania desde este rincón del planeta produce una melancólica sensación de impotencia. Menos peligrosa, en todo caso, que la de los ucranianos que en las afueras de Kiev se enfrentan a los temibles blindados T-14 con un simple fusil automático. Y más realista, en cambio, que las solemnes proclamas con que ciertos mandatarios tratan de intimidar a un Putin plenamente seguro de sus cálculos, incluso de la tibieza de las sanciones que Occidente no puede aplicar sin hacerse daño, como la expulsión de Rusia del sistema de tráfico interbancario. Todo el mundo sabe que no hay cohesión política para articular una respuesta seria ni en la Alianza Atlántica ni en la Unión Europea. Y que la suerte de esta guerra depende de las ganas que el sátrapa tenga de prolongar en el espacio y el tiempo su exhibición de fuerza.
Algo así ha venido a reconocer Borrell al hablar de «las horas más oscuras» sin ocultar el desaliento ante la falta de un sistema de defensa común que, como le dijo ayer a Susanna Griso, «qué quiere usted que le diga, ni tenemos ni queremos». Para qué lo vamos a querer si cuesta mucho dinero y ante cualquier conflicto bélico podemos manifestarnos con consignas hippies y hermosas canciones de John Lennon. Pero ante este estado de cosas quién y cómo le va a impedir a un autócrata de mentalidad megalómana desafiar a una OTAN que ha renunciado a su capacidad disuasoria. Que de eso se trata, de disuadir, no de responder con bombas; de disponer de una fuerza militar lo bastante amenazadora para inspirar respeto cuando las presiones económicas o diplomáticas no funcionan. Y no pueden funcionar si encima cuentan con una falta de unanimidad deshonrosa.
Putin hará lo que quiera en Ucrania, a modo de advertencia de lo que puede hacer con Bulgaria, Finlandia o los pequeños países bálticos. Las potencias (?) occidentales ya se conforman de facto con que deje un gobierno títere y se anexione el Donbass minero de un plumazo. Si China, dueña del mercado de deuda pública mundial, hace lo propio con Taiwán habrá protestas muy altisonantes contra la intolerable agresión a un Estado soberano, y tendrán el mismo resultado. El fenómeno más inquietante del tiempo contemporáneo es la debilidad y el achicamiento geopolítico de los sistemas democráticos, tan autosatisfechos en su burbuja de orgullo ensimismado que han perdido hasta la noción del poder blando. Sonroja la prosopopeya con que se anuncia que la UEFA ha retirado a San Petersburgo la final de la Champions. Ante una represalia de tal rango ahora sí que se van a cagar en el Kremlin por las patas abajo.