JOSÉ IGNACIO CALLEJA-EL CORREO

  • La sociedad está partida por la mitad en bandos enfrentados y casi irreconciliables. Esto es lo que las redes sociales muestran a cada paso

Conocedor como soy de alguna de las redes sociales, tanto para opinar como para escuchar, allí aprende uno a acudir con tragaderas y a contener el juicio para no engordar a los ‘salvajes’. En el mundo de la cultura, de cierta cultura, hay que hacerse perdonar el interés por ese medio incontrolado, pero esto es lo menos importante. Tienen razón, pero no tienen ‘la’ razón. Es cuestión de ponderar y ahí también se desarrollan habilidades para discernir el trigo de la paja. Y se aprende mucho. Si se selecciona bien, se aprende mucho.

Hay voces y plumas verdaderamente ágiles para ofrecer un buen producto sobre cuestiones humanas y sociales de todo tipo y de última hora. Hay mucha morralla a su alrededor, pero hay maestros de la síntesis que te conducen a las puertas de algo que ni por asomo lograrías tú sin mucho esfuerzo. Evidentemente, si los confundes con quien solo te ofrece el eslogan de una campaña publicitaria, la culpa es tuya.

Quizá el primer mandamiento es que nada sabes de algo antes de dedicarle dos horas. En este tiempo de vida acelerada, dos horas son una inmensidad aparente, pero en realidad no es nada. Cien líneas leídas dos veces y cincuenta minutos pensándolas así o de otro modo. ¿Quién no tiene una hora para semejante cosa? Este es el problema, pensar que se trata de ‘semejante cosa’, no el de tener una hora. Que sin duda a nadie le sobra, pero una hora sale de debajo de las piedras. Por ejemplo, apague el televisor hasta el domingo y tiene la hora para esto y para varias inquietudes más, seguro.

Esos ‘aprendizajes’ de que hablo me están sorprendiendo en el acceso a la sociedad en que vivo con realismo implacable. Al principio te resistes a que esa sea la realidad, pero poco a poco comprendes que tienes que calmarte, porque sí, esa es la realidad. Por ejemplo, ves que tu sociedad está partida por la mitad en bandos enfrentados y casi irreconciliables, donde las ‘ideologías’ lo determinan casi todo. Es increíble. Alguien ha definido ‘ideología’ como lentes con las que uno ve a los suyos con razón en todo y despreciables a los demás. Y es verdad. Es una simpleza de definición pero es, ahora, más cierta que la del marxismo. Conocimiento deformado y deformante de los hechos, atendiendo a unos intereses particulares del que mira. Es igual. Dirá usted, lector, que por eso hay que discernir las opiniones. Al principio, todos lo creemos así, y esa falta de discernimiento en el cruce de ideologías te enciende por dentro, pero luego se va normalizando el malestar y ya lees a tus contrarios sin enfadarte. No tiene misterio ni te molesta en demasía.

Pues bien, viniendo a la realidad, esto es lo que las redes muestran a cada paso de la convivencia hablada española; nunca tantos mostraron tan claramente una posición política y cultural tan prisionera de su ideología particular. Nunca tantos tuvieron tanta dificultad para conceder una micra de territorio a sus adversarios en la interpretación de los hechos. Descripción totalmente distinta. Valoración definitivamente cerrada e incompatible. Juicio sobre la personas, con calificativos que para qué seguir leyendo. Visión de la historia y la memoria, en que todo es o blanco o negro, aquello para los propios, esto para los contrarios. Responsabilidad económica, pandémica, sanitaria, cultural o escolar, todo y en todo, de cuatro haraganes hábiles por su maldad e ignorancia.

Estas ‘abstracciones’ me permiten volver a las posibilidades culturales y hasta económicas que tiene el vivir con mucha confianza en el otro. La ética, que no es de nadie y es de todos, es un aprendizaje en ponerse en lugar del otro y mirar su sufrimiento, su dificultad, su libertad, su cerrazón también. Es reconocer sus derechos y deberes; y, cuando no tiene esos derechos como él lo cree, es entender sus razones para pensarlo, y combatir su pretensión si es injusta, pero ‘respetarlo a él’. Es tan elemental, que uno no se atreve a decir esto, o toma por verdad que suene a buenismo cristiano, cuando es el comienzo de la dignidad de la persona. La dignidad humana es una realidad dinámica que se ejerce siendo digno en el trato justo con los otros y que se derrama como el agua de un vaso cuando se vuelca en rencores, injusticias, mentiras, desprecios, prepotencias, fraudes…

En lo que no es injusto, los otros tienen derecho a ser distintos a mí, y yo a ellos, y los dos estamos obligados a respetar un marco de ‘equidad’ en los problemas que nos afectan y de respeto en el trato político que los ha de encauzar. Y es lógico que los grupos sociales más desprotegidos en este desastre de fin de 2020 tengan un cuidado primero y mínimo en su vida. Porque la vida no va de sobrevivir sólo. Confundimos vida con supervivencia y hay que hablar de vida con dignidad. Ponles derechos y deberes a todos, pero acuerda soluciones posibles y no te enroques en tus prejuicios. Tengo la impresión de que magnificamos las ideologías para encubrir la injusticia social cuando nos delata.