Alberto Ayala-El Correo
Las izquierdas han vuelto a fracasar. PSOE y Unidas Podemos han sido, de nuevo, incapaces de ponerse de acuerdo para alumbrar un Gobierno de coalición progresista para España. La ilusión que tal posibilidad había despertado en millones de votantes de ambas formaciones ha dejado paso a la decepción y el cabreo. No hace falta ser un profesional de esto para darse cuenta de que un Ejecutivo de coalición no se negocia como lo han hecho Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Basta con echar un vistazo a Alemania, Valencia o a aquí, al País Vasco y a Navarra, y ver cómo se construye una fórmula de cohabitación. Semanas y semanas de conversaciones discretas, tanto sobre programa como sobre el reparto del poder, y muchos papeles sobre la mesa.
Pese a lo dicho en campaña, da la impresión de que Sánchez nunca ha querido de verdad cogobernar con Iglesias. Sólo cuando el líder morado se hizo a un lado y el tiempo se echaba encima, ambas formaciones entraron en materia. Las exigencias de poder del político podemita terminaron por dinamitarlo todo. Quedan dos meses, hasta el 23 de septiembre, para comprobar si Sánchez logra los apoyos -o las abstenciones- necesarios. O si vuelve a fracasar y nos vemos abocados a nuevas elecciones el 10 de noviembre.
Las declaraciones de las últimas horas y la enorme sima de desconfianza entre las izquierdas, en particular entre sus líderes, hacen hartamente improbable que PSOE y UP vuelvan sobre sus pasos. ¿Es posible que Podemos termine apoyando a Sánchez a cambio de un acuerdo de programa, sin entrar al Gobierno, como ha sugerido IU? Significaría todo un éxito para Sánchez y acentuaría el fracaso de Iglesias. ¿Alternativas? El PSOE podría ofrecer una gran coalición a PP y Ciudadanos. Una fórmula que no avala la mayoría de los votantes socialistas, pero que sería del máximo agrado tanto de los poderes económicos como de Bruselas. O, lo que parece más probable, volver a emplazar al sentido de Estado de Pablo Casado y Albert Rivera para que se abstengan y pongan fin al bloqueo. En política resulta insensato dar nada por seguro. Pero hoy por hoy casi todo apunta a una vuelta a las urnas.
Desde que Podemos rechazó ese acuerdo a la portuguesa -Gobierno monocolor socialista con apoyo externo suyo- al que ahora no hace ascos IU, es lo que parece buscar el PSOE, convencido de que mejorará sus resultados. Otro tanto sucede con el PP. Buenas perspectivas para los viejos partidos del sistema y malas, muy malas, para los recién llegados. Para Ciudadanos porque su giro a la derecha le está desangrando. Para los podemitas porque Íñigo Errejón asoma en lontananza y probablemente irrumpirá en escena con su nuevo partido en Madrid y alguna otra circunscripción clave.
La pregunta es cuál será la reacción del votante de izquierdas si vamos a las urnas el 10-N. A quién premiará y a quién castigará. Y, sobre todo, cómo reaccionará ante la constatación de que las izquierdas siguen siendo incapaces de entenderse a nivel estatal, no así en ayuntamientos y autonomías, como acaba de verse en Navarra.
Muchos electores volverán a sopesar con nuevos argumentos sobre la mesa si las izquierdas, la socialdemocracia tradicional y los formatos más radicales le sirven o no. Los precedentes que nos llegan hace tiempo desde Europa no resultan precisamente alentadores ni para Sánchez ni para un Iglesias cuya organización se descompone.