En España nunca nos hemos caracterizado por tener una cultura de la seguridad nacional. A diferencia, por ejemplo, de Estados Unidos o Francia. Sí, nuestro país forma parte de la OTAN desde hace cuatro décadas. Pero no puede decirse que sea una participación entusiasta. El entonces presidente Leopoldo Calvo Sotelo, centrista, solicitó la adhesión a la Alianza en 1981 -se materializó en 1982- porque era la mejor carta de presentación para ser admitidos en la Unión Europea. La decisión mereció el rechazo absoluto de la izquierda, que prometió que saldríamos de la OTAN cuando alcanzaran el poder.
El PSOE lo logró el mismo 1982… e incumplió su promesa. Entre la espada y la pared, consciente de que sin OTAN no habría UE, Felipe González se jugó su carrera a una carta y convocó un referéndum para la permanencia en la Alianza que, sorpresivamente, ganó por trece puntos. Bajó el suflé. Ingresamos en la UE y comenzamos a recibir ingentes ayudas al desarrollo. Hasta colocamos a un militante del PSOE, Javier Solana, al frente de la Alianza en los oscuros días de la guerra en los Balcanes en los que la OTAN jugó un papel poco presentable. Pero el afecto ciudadano al atlantismo jamás llegó y nuestra aportación económica a la Alianza ha sido, es, una de las más bajas. Nos cuesta mucho menos mandar soldados a misiones humanitarias que, en ocasiones, de humanitarias tienen poco o nada.
La salvaje invasión de Ucrania ha dado un vuelco a esta situación. Europa percibe que la defensa es la mejor disuasión. Pero cuesta mucho dinero y ha exigido a los países miembros de la Alianza que eleven de forma notable su gasto militar. En el caso español hasta casi doblarlo. Y ahí ha llegado el segundo encontronazo entre los socios del Gobierno de coalición, tras el habido hace unos días sobre el envío de armas a Zelenski.
Tras sus injustificables dudas iniciales sobre las armas, Pedro Sánchez lo tiene claro. Toca abrazar la estrategia común europea sí o sí. Entre otras cosas porque sin la ayuda pendiente de llegar tras la pandemia nuestro país estaría en una situación económica aún más delicada que la actual. Yolanda Díaz, IU y los comunes apoyaron al presidente en el envío de armas. Ahora, sin embargo, toda UP -y el resto de los grupos menores de la izquierda- se han unido en su rechazo a elevar el gasto militar. Toda una broma de mal gusto en el caso de la vieja izquierda abertzale.
No parece la mejor carta de presentación de cara a la cumbre de la OTAN que acogerá España en pocas semanas. Menos para que acabe el resquemor norteamericano y nuestro país forme parte otra vez de los países elegidos para importantes inversiones estadounidenses.
Pero, aun tratándose de un asunto importante, no parece que sea esta la parte de la factura de la guerra que más tenga que preocupar hoy a Sánchez, y sí el desbocado precio de la luz, los combustibles y el gas. El Gobierno, al que semejante carestía reporta pingües ingresos extra en forma de impuestos, pretende no moverse hasta el día 29 en la esperanza de que el 24 Europa adopte medidas comunes. El problema es que cada día millones de personas sufren las consecuencias en sus bolsillos. Urge, pues, que Sánchez se moje ya como han hecho Francia o Portugal. Aunque, de nuevo, PSOE y UP difieran en la receta.
Es improbable que la explosiva situación actual tumbe al Gobierno de coalición. Pero estos errores se recuerdan y son los que hacen perder elecciones.