Ignacio Camacho-ABC
- Las falsas promesas de Sánchez sobre sus alianzas han abolido el valor de la palabra como compromiso de campaña
El bipartidismo tendría muchos defectos, desde luego no más que la llamada ‘nueva política’, pero al menos hacía las decisiones electorales mucho más sencillas. El votante sabía que la única alternativa a la mayoría absoluta del vencedor consistía en un acuerdo con el nacionalismo, que entonces aún no era -o no se decía- abiertamente secesionista. Ahora nadie tiene siquiera la certeza de que las elecciones no serán repetidas, y en ese clima de suspense mucha gente -un diez por ciento según el CIS- vacila hasta el último día. Para luego descubrir que la primera promesa rota llega a las veinticuatro horas, como ocurrió en 2019 con el insomnio de Sánchez en el colchón de La Moncloa. Los incumplimientos del presidente, sobre todo en materia de alianzas, han triturado el único elemento de referencia de las campañas, que es el contrato de palabra. Sin ese mínimo compromiso de confianza todo lo que se diga en los mítines y debates es logomaquia, palique, cháchara. Pura táctica.
Sin embargo el asunto de las futuras coaliciones sigue siendo el eje argumental unívoco de los candidatos. Algunos, como Moreno o Espadas, se retan a firmar declaraciones ante notario en la seguridad de que ninguno se atreverá a atarse de ese modo las manos. No pueden hacerlo porque la necesidad y el sentido de los pactos sólo los determina el resultado: qué más quisieran todos ellos que poder gobernar en solitario. Y en cualquier caso, los engaños sanchistas han despenalizado la inobservancia de las declaraciones previas al punto de que ya todo el mundo tenga plena conciencia de que cada cual se asociará con quien le convenga. Después de haber mutualizado el poder con Bildu, Podemos y Esquerra, el PSOE carece de autoridad para establecer tabúes políticos o fronteras éticas. Su reiteración en el veto a Vox es una demostración de impotencia ante el presentido desplome de la izquierda en el territorio que ha sido su emblema durante casi cuatro décadas.
Para evitar esa coalición que tanto dice temer, aunque en realidad es ya su única baza, Espadas y su jefe sólo tendrían que autorizar, llegada la ocasión, una abstención parcial de los suyos en favor de la lista más votada. Como no lo van a hacer porque les interesa agrandar el fantasma de la involución democrática, a partir del 19 nos espera un tira y afloja sobreactuado, una porfía tan falsa como quizá larga. Tal vez asistamos incluso a alguna votación fallida antes de que la amenaza de la repetición justifique la solución definitiva, que será más o menos deseable pero como poco igual de legítima que el entendimiento socialseparatista. Mientras tanto, la discusión es absurda; a estas alturas ya debería estar claro que ningún dirigente sensato se pronuncia sobre esa cuestión sin que hayan hablado las urnas. Y si lo hace será mera impostura porque las líneas rojas las borró Sánchez al saltarse sin rubor las suyas.