Luis Ventoso-ABC

  • Todo un oxímoron: Sánchez exigiendo ejemplaridad

Hoy ABC publica una entrevista con Casado al hilo del momento de urgencia que agobia a España, donde se solapan tres crisis: 1.- La epidemia del coronavirus ha repuntado y somos el país con más contagios de la UE. 2.- La economía se ha desplomado y sufrimos la caída del PIB más abrupta de la OCDE (-18,5%). 3.- Se ha espoleado un debate sobre el modelo de Estado, al hilo de la crisis de Juan Carlos I, que podría acabar poniendo en solfa nuestros acuerdos constitucionales.

Como es lógico, los tres asuntos centran las preocupaciones de Casado. Pero hablando con él se percibe que lo que realmente lo abruma es otra cuestión, de índole moral: en España ya se acepta

la mentira como moneda de cambio. Así es. Tenemos un presidente del Gobierno que miente sin inmutarse y aquí no pasa nada. Lo hizo nada más llegar, con su tesis doctoral fraudulenta. Lo hizo con sus promesas electorales. Lo hizo cuando el pasado 4 de julio dio la epidemia por «acabada» y el virus por «controlado» y animó a lanzarse a las calles. Lo hizo cuando prometió una TVE plural y máxima transparencia pública. Lo hizo cuando aseguraba enfáticamente que jamás trataría con Batasuna. Lo hizo cuando nos coló un «comité de expertos» que no existía. Lo hizo cuando se inventó un ranking de la Universidad John Hopkins que situaba a España como uno de los países que más test del Covid-19 practicaba y acto seguido el prestigioso centro educativo negó que existiese tal estudio. Lo hizo cuando proclamó que gobernar con Podemos le provocaría «insomnio» y solo tres semanas después se encamó con ellos.

Las sociedades que convierten la mentira en algo homologable se encuentran de inmediato con un problema que las corrompe: se torna imposible establecer un principio de realidad común a todos, una base empírica sobre la que se pueda debatir racionalmente y buscar acuerdos. Es absurdo aspirar a que un Gobierno instalado en la amoralidad táctica resuelva un problema moral y de ejemplaridad, como era el del Rey Juan Carlos (pues a día de hoy todavía no existe una acusación judicial formal). El resultado es un enorme embrollo, en el que faltan explicaciones y que no ha satisfecho a nadie. A los monárquicos les parece un abuso expulsar al Rey Juan Carlos de su país, al que tantos servicios prestó, y enviarlo al destierro sin respetar su presunción de inocencia. A la extrema izquierda republicana el castigo le sabe a poco, pues solo los colmaría la abolición de la monarquía. A los simpatizantes de Felipe VI, la inmensa mayoría de los españoles, les inquieta que se haya abierto una cacería en la que el actual Rey puede ser la próxima pieza en la diana. Y moviendo los hilos del guiñol, Sánchez, que ahora hace profesión de fe monárquica y constitucionalista mientras las Juventudes de su partido y sus socios -los separatistas y Podemos- claman por la República.

¿Quién instigó esta operación? ¿Y quién dio la orden de echar al Rey Juan Carlos de su residencia de cinco décadas? El Gobierno asegura que salió de «la Casal Real». Pero dada la elástica relación de Sánchez con la verdad podría haber sucedido exactamente lo contrario. La «solución» hace agua, porque lo excesivo siempre es enemigo de lo bueno.