Miguel Chavarría, DIARIO VASCO, 21/6/11
La manifestación es también un aviso de que esa parcialidad que ocupa la calle es también muy capaz de desafiar al poder
Pese a lo que su nombre sugiere en español, las manifestaciones no son tan sólo la expresión de un estado de opinión extendido entre los manifestantes, sino una muestra o un alarde de poder. La distinción es importante y vale la pena insistir en ella
Ciertamente, los manifestantes tienen que estar de acuerdo acerca de determinado punto de opinión o de común interés. Es la presencia de aglutinantes de esa clase lo que distingue a las manifestaciones de los simples motines, y lo que las hace más inquietantes para el poder establecido o para el poder que trata de establecerse, que es el caso de España en estos momentos. Cierto también que se supone que las manifestaciones autorizadas están incluídas dentro del circulo de tiza del derecho de expresión.
Pero nada puede ocultar la realidad que subyace en cualquier manifestación: la desnuda capacidad de adueñarse temporalmente de la calle rivalizando con el poder establecido o por establecer, ya por la magnitud de la movilización, ya por la violencia o intensidad de la presencia callejera, ya por la gravedad de las reclamaciones o demandas en las que se apoya, e, incluso, por el eco que acierte a levantar entre los grandes vectores de la opinión publicada. En otras palabras, la manifestación, más allá de lo que dice su nombre castellano que permite describirla como una reunión callejera -acompañada o no de deambulación- que se hace para declarar, exponer, manifestar o reclamar alguna cosa, es también un aviso con rango de demostración de que esa parcialidad que ocupa la calle en un momento dado y en condiciones señaladas, es también muy capaz, si la ocasión llegare, de desafiar al poder, de tomarlo y, en los casos más benignos, influir en las decisiones gubernativas por vías que no son las ordinarias ni previstas. No en vano en inglés se llama demostrations a las manifestaciones y demostrators a los que a ellas concurren.
Lo que constituye la fuerza de una manifestación es la posibilidad de que la ocupación simbólica de la vía pública se convierta en algo más decisivo y profundo, muy por encima de lo que está previsto en los permisos y autorizaciones exigidas para su realización. De cierta forma, toda manifestación se puede convertir en una ordalía en que se pone en actividad la fuerza de quienes han sido capaces de movilizar al pópulo: ¡estos son mis poderes! Todo lo dicho aquí nos plantea tres preguntas: ¿ En qué condiciones es realmente subversiva una manifestación? ¿ En qué momento se convierte en una monserga cívica? ¿Qué partido se le puede sacar a monsergas de esta clase?
Miguel Chavarría, DIARIO VASCO, 21/6/11