ABC 01/03/17
DAVID GISTAU
· Es posible que se disponga a hechizarla para el independentismo por imposición de manos
ME he quedado algo desconcertado al contemplar la fotografía en la que Oriol Junqueras apoya sus manos sobre los hombros de Soraya Sáenz de Santamaría. Ella mira hacia arriba y sonríe con ilusión, como una niña en el preciso instante en que estallan los fuegos artificiales. Él no sonríe, sino que parece escudriñar el destino, como en el perfil numismático de un prócer fundacional, mientras sus manos ejecutan un gesto protector. A la vice no le pasará nada. No durante mi guardia. Está bajo mi protección hasta que cruce el Ebro, sépalo la soldadesca. Qué fotografía memorable habría resultado si el rey, que también aparece, hubiera sido capturado mientras miraba de reojo, como preguntándose qué pasa aquí. Él, que apenas obtuvo de Puigdemont un desganado apretón de manos.
También es posible, dado que nos falta contexto en la imagen congelada, que la esté tomando prisionera. O que se disponga a hechizarla para el independentismo por imposición de manos. O que la oficinita abierta por el gobierno en Barcelona haya obrado un milagro de la empatía por el cual dos arquetipos antagónicos se descubrieron mutuamente la humanidad justo cuando los procesados del 9-N, como Homs, dicen ser soldados. Soldados que para serlo necesitan consagrar la noción de un enemigo. Soldados de un ejército desarmado, como el FC Barcelona según Vázquez Montalbán, que hacen un viaje inverso al de Oriol Junqueras: mientras éste desciende de lo montaraz a la caricia y a la intimidad con las «terminales del Estado», los antiguos tecnócratas del partido que patrimonializó la burguesía y el clientelismo del 3 por ciento fantasean con hazañas bélicas por las cuales parecen ser ellos los que sienten añoranza de los tiempos en que Barcelona debía ser bombardeada una vez por generación. Si esperaban tanques en la Diagonal con la misma fruición con la que Raúl Romeva imaginó vuelos intimidatorios de los cazas españoles, resulta que lo que ha entrado es una tanqueta como la de Massiel en Leganitos que ha puesto a Junqueras a hacerle los coros como si los desencuentros territoriales pudieran resolverse con una velada compartida junto al piano de Tony 2.
Qué vida está llevando Sáenz de Santamaría en Barcelona. A qué dedica el tiempo libre. Tal vez hagamos mal, al verla confraternizar así con aquellos a los que su propio partido llamó golpistas institucionales, en tomarnos tan en serio un problema de convivencia que acarrea nada menos que una regresión destructiva –otra más– en el seno de la UE. Tal vez resulten ser unos torpes en sus relaciones sociales los catalanes no independentistas que solicitan ser auxiliados en la claustrofobia militante que hasta les niega la existencia. Qué preciosa relación bilateral han inaugurado ya estos dos estadistas que nos permiten creer que, de todas las cosas a las que debe subordinarse la ley española, tal vez la más comprensible sea la química imprevista que se da entre dos personas que logran superar impedimentos tales como la estricta Constitución.