Teodoro León Gross-ABC

  • Sánchez no sólo miente, sino que le preocupa poco que sea notorio

La última entrevista de Pedro Sánchez ha sido, una vez más, un catálogo extenuante de mentiras. Pero ¿por qué esta vez iba a ser una excepción? Y conste que no es fácil mentir con ese cuajo desvergonzado, con esa sensación de impunidad perfectamente desahogada. El presidente es un tipo capaz de afirmar, con toda contundencia, que no ha felicitado a María Corina Machado porque él no felicita a los Nobel, despreciando que cinco minutos después vayan a sacarle la lista de los que sí ha felicitado antes de ser presidente y después también. Se podrá discutir si sufre de ‘mitomanía’ y miente compulsivamente de manera patológica, o si se trata de ‘autoengaño’, ese mecanismo del manual de resistencia del cerebro que te saca de la realidad para no verte en tu lado oscuro, o si finalmente sólo es un efecto del ‘delirio narcisista’. Pero miente de manera apabullante.

Es verdad que mentir es mucho más fácil, y más cómodo, cuando te tienden una alfombra roja. Y una vez más ha disfrutado de facilidades. No es casualidad. Esto se repite: en abril de 2024, estuvo en TVE y también en la Ser, y antes de acabar el curso, tras pasar una vez por La Sexta, de nuevo en TVE y en la Ser. Pasaron 400 días sin prestarse a ser entrevistado y volvió a TVE al empezar este curso, y ahora a la Ser. No puede decirse que no tenga claro lo que le conviene. Sabe que habrá una batería de preguntas que él verá venir como aquellos centros con rosca que Míchel colgaba en el área para que Hugo entrase a rematar. Por eso proclama que «el informe de la Guardia Civil dice claramente que no hay indicios de financiación irregular en el PSOE», o que en el PSOE «no hay cabida para la corrupción ni para las conductas machistas». En definitiva, no siente que mienta porque lo que él siente, por efecto del ‘delirio narcisista’, es que la verdad es su palabra. Sin más. De ahí que repitiera ayer: «La verdad, lo he dicho siempre, es que mi hermano y mi mujer son absolutamente inocentes». Él dicta la verdad.

Todo esto, de hecho, podría resultar embarazosamente evidente. Pero Sánchez no sólo miente, sino que le preocupa poco que sea notorio. Y por eso le da igual lo que haya dicho antes sobre Bildu o la amnistía. En cada momento cree estar en posesión de la verdad, aunque se contradiga con lo dicho antes por él mismo o con los hechos. El ejemplo de María Corina Machado y los Nobel resulta muy revelador. Va como el tipo del chiste que se saca la chorra y la pone sobre el mostrador. No pertenece a la categoría sofisticada del que se lo pone difícil a los demás, como sostiene el biólogo evolutivo Robert Trivers sobre el ‘autoengaño’, porque llega a asimilar su propia mentira con raíces profundas. A Sánchez le importa muy poco. Sólo se trata de un estado de necesidad pasajero. Es un superviviente, un tipo con instinto darwiniano que capta el peligro de la verdad con facilidad. La transgresión kantiana del deber no le afecta en lo más mínimo. Para eso hay que tener algún sentido del deber.