IGNACIO CAMACHO-ABC

  • A Sánchez se le ha acabado la magia. La calle le da la espalda y los escándalos desbordan la eficacia de la propaganda

El Gobierno se está quedando no ya sin ideas, que nunca le sobraron y las que alumbraba eran más bien torcidas, sino sin señuelos, esa clase de baratijas políticas en cuya fabricación seriada sí demostraba bastante habilidad imaginativa. La pretensión de contrarrestar el ‘Bernigate’ con una ley de paridad obligatoria es de una candidez enternecedora cuando el movimiento feminista, ya cabreado y dividido por la legislación trans, el ‘sí es sí’ y demás chapuzas jurídicas, amenaza con convertir el 8 de marzo en un ajuste de viejas rencillas. La otra cortina de humo lanzada desde Moncloa, la de la ofensiva ‘patriótica’ contra la deslocalización de Ferrovial, tiene algo más de recorrido por su neto carácter populista pero también compite mal con el morbo de los catálogos de prostitutas y esa rijosa, sórdida, torrentiana parodia de ‘Las noches de Cabiria’ que ha convertido la vocación abolicionista del PSOE en un alarde de oscura hipocresía.

El síntoma más claro del declive de un líder o de un partido consiste en la constatación de que se le ha acabado la magia. No es que Sánchez haya poseído nunca un halo de carisma ni un hechizo de seducción empática, pero gozaba de buena mano con los trucos de la propaganda. La sucesión de reveses de los últimos tiempos revela que esa capacidad de embeleco está agotada: no hay iniciativa que no se le empantane ni tiro que no le salga por la culata. No le funciona ninguna artimaña; hasta los vídeos que urden sus asesores para dibujarle un aura de cercanía impostada fracasan al dejar al descubierto la filiación militante de su atrezo de comparsas. La fobia social le obliga a encapsular sus actos de campaña para disimular que la calle le ha dado la espalda. Las rebajas penales a los violadores han dejado la coalición agrietada y la relativa estabilidad económica no cuaja como argumento de convicción ante una opinión pública oscilante entre el cabreo, el desengaño y la alarma.

En ese marco, las andanzas pringosas del ‘Tito Berni’ han abierto una brecha de escándalo en el único flanco que el sanchismo creía conservar intacto. La corrupción, el ariete de la moción de censura, ha hecho impacto nada menos que entre los que la votaron, en el corazón mismo del grupo parlamentario. Y además rodeada de una trastienda sórdida de juergas en pleno estado de alarma y visitas a burdeles bajo el toque de queda en un país confinado. Carnaza de primera para el circo mediático, incluida la injusta caza de brujas entre los diputados. Toda la artillería inquisitorial antaño desplegada contra el adversario cañonea ahora sobre la retaguardia de un poder asfixiado por la acumulación de descalabros y la perspectiva de un borrascoso final de mandato. No es el presidente un tipo fácil de tumbar pero a su alrededor se respira el pánico y como en todo barrunto de naufragio empieza a quebrarse la confianza en el liderazgo.