JORGE BUSTOS-EL MUNDO
Si a Monedero le fluyó un Orinoco por los lagrimales cuando Chávez palmó, Iglesias se ha licuado en condolencias por la marcha de «un dirigente de estatura política gigantesca» llamado Arzalluz. La fascinación del neomarxismo mesetario por el PNV es uno de los engendros más vistosos de nuestro zoo de malformaciones ideológicas. Uno se hace de izquierdas para luchar contra el privilegio de los ricos sostenido por la explotación de las clases trabajadoras y la excepción fiscal, que es exactamente lo que gracias al cupo viene haciendo el PNV desde la Transición. Privilegio que Arzalluz arrancó a los constituyentes con la preciosa cooperación de ETA. ¿Dices, Bustos, que la actual prosperidad de Euskadi, envidiable como una Dinamarca cantábrica, se debe en alguna medida a niños destripados por bombas, hombres desnucados a balazos y mujeres enviudadas tras el giro de una llave en el contacto del coche familiar? Sí: digo justo eso. Porque la violencia no solo es eficaz en política: es muy eficaz. Por eso Arzalluz les dijo a los polimilis que no se les ocurriera disolverse, que él negociaba mejor el Estatuto de Guernica con determinadas fotografías encima de la mesa. Eso es el PNV, queridos niños.
Hoy, colonizado hasta el último caserío, los tentáculos de la criatura del padre Xabier abrazan la imaginación de los leninistas amables que no confiesan su embeleso, salvo aquella vez en que a Iglesias le grabaron loando la perspicacia de ETA por rebelarse contra la continuación camuflada del franquismo que sería el régimen del 78. En la fantasía acneica de un mitómano de póster del Che, un rojo sin violencia no es más que un socialdemócrata chupatintas. La voladura de Carrero marca el clímax de esa libido criminal que palpita en la entrepierna del buen comunista. Pero Iglesias y los politólogos afines no admiran al PNV por su Dios y sus leyes viejas, por el racismo ridículo o el historicismo de boina calada, sino por la implacable retícula de su poder. El PNV ha establecido la identidad partido-patria propia de las sociedades totalitarias sin dejar de respetar formalmente las garantías democráticas. ¿Alguien concibe que la gaviota pepera fuera asumida por todos los madrileños? Así ocurrió con la ikurriña diseñada por Arana. La hegemonía se ha cumplido. Gramsci era vasco y no lo sabía.
Aitor Esteban es un profesional, cierto. Él viene a Madrid, le juran su prerrogativa feudal el PSOE o el PP y luego traiciona a quien convenga con los mismos escrúpulos con que los jeltzales se unieron a Mussolini en Santoña en 1937. «He conseguido más en 14 días con Aznar que en 13 años con Felipe», se ufanó Arzalluz entonces como se mofó Aitor de la nación española mientras apuñalaba a Rajoy la tarde de la censura. Ha muerto sin arrepentirse de nada. Con las nueces en la mano.