ABC 12/07/16
DAVID GISTAU
· Se festeja la muerte de un hombre por unos animales. Pronto estaremos listos para asesinar en su nombre
LO más escalofriante de la militancia ideológica siempre fue la eficacia con la que programa para dejar de ver en el antagonista a un ser humano. Es un bloqueo de la empatía imprescindible: permite matar. Permite despachar las muertes ajenas como si se tratara de goles logrados en una dialéctica deportiva. Permite detectar al «untermensch» que mantiene inactivos los resortes compasivos, así como la identificación en la tragedia. Véase, por ejemplo, el nacionalismo, el modo en que inhibe el reconocimiento como humano del otro, igual que ciertas sustancias sintetizadas en un laboratorio pueden anular hasta el miedo y el instinto de preservación en combate. En algo coinciden los genocidas y los terroristas, arrepentidos o no, cuando prestan testimonio: no infligían daño a seres humanos, no los veían como tales, como a padres, hijos, maridos, como a depósitos de emociones y de proyectos. Esa cosificación del humano que se aprecia en las entrevistas del psiquiatra Leon Goldensohn a los nazis presos que aguardaban juicio en Nuremberg. Pero también en tantas entrevistas a etarras que repararon, demasiado tarde, en que ahí hubo una persona. No la vieron en el instante de matar. Se la tapaba un uniforme. O la mera consigna del odio, fría, robótica, desalmada.
Siempre detestaré –y me levantaré contra ella– cualquier militancia que impida a una persona reconocer en otra a un semejante cuya vida es preciosa. Me da igual la coartada, ya se trate de una patria, de una raza o, degenerando, como en Belmonte, de unos animales. Ahora no nos referimos a la fosa séptica del tuiter, a ese aliviadero de maldad, a ese regüeldo colectivo donde el hijoputa clandestino de siempre se volvió expansivo. Ahora nos referimos a la última expresión de la capacidad ideológica de anular la empatía y cosificar a un hombre hasta volverse uno incapaz de apreciar el matiz trágico de su muerte. Peor aún: hasta volverse uno capaz de festejarla como un gol, arrasando por añadidura la intimidad y el dolor de los seres queridos del muerto cuando éstos están más quebradizos.
El odio ideológico muta, reinventa sus pretextos. El animalismo es uno de los pretextos contemporáneos. Un debate cultural legítimo, el que versaba sobre la tauromaquia y su arraigo en el porvenir y en los valores de las nuevas generaciones, ha ido derivando a una aberrante inversión de valores que primero igualó en condición el animal y el hombre. Y luego desposeyó a éste de toda su entidad moral para hacer más sencillo el tránsito a la condición de subhumano, de cadáver demorado. No voy a declararme asqueado porque a estas alturas conozco demasiado bien la condición humana como para andarme con ingenuidades. Lo que me extraña es lo ridículas y livianas que se están volviendo las coartadas. Unos animales. Se festeja la muerte de un hombre por unos animales. Pronto estaremos listos para empezar a asesinar en su nombre. Con ellos como excusa.