Las nuevas dos Españas

ABC 18/11/16
IGNACIO CAMACHO

· La política española se retrató ante el Rey dividida en dos bloques desiguales con la Constitución por frontera

DOS bloques. La crisis ha dividido la política española en dos segmentos todavía desiguales separados por la línea fronteriza de la Constitución. O más bien ha ampliado el bando de la ruptura, antes limitado a los partidos soberanistas y al que ahora Podemos y sus socios aportan significativa masa crítica. Ya no se trata de la tradicional separación entre izquierdas y derechas, sino de una linde establecida por la aceptación de las instituciones y las reglas de juego de la Carta Magna. A un lado está el régimen de libertades, instituido en torno a la nación y el Estado, con sus símbolos de la Corona, el himno y la bandera. Al otro, una coalición cimarrona de fuerzas emparentadas por el empeño común de cuestionar el sistema.

La presencia del Rey en las Cortes, un acto de raigambre en todas las monarquías parlamentarias, retrató ayer esa versión posmoderna de las dos Españas. Los que aplaudieron al Jefe del Estado son los mismos que en la noche de investidura arroparon al portavoz socialista en su defensa del honor del 78 frente a la embestida rufiana. Casi los mismos, porque hubo una deserción, una baja: el PNV sacó de paseo por un rato la vertiente montaraz, carlistona de su alma ambigua. Frente al discurso del Monarca, el ideario soberanista le pudo a su vocación de viejo partido de orden y sus diputados bajaron las manos ante la invitación real a un futuro compartido. Un gesto oblicuo típico del nacionalismo.

Con esa excepción basculante, la correlación de fuerzas está clara. Por una parte, los partidos constitucionalistas que representan el anhelo estable de una sociedad de clases medias moderadas. Por la otra, el revoltijo rupturista de la extrema izquierda y el independentismo: dos proyectos de quiebra –social y territorial– enlazados por la estrategia de sacar partido de las flaquezas de la política clásica. La fracción gamberra ha crecido sobre los destrozos de un ciclo depresivo, de una etapa aciaga, pero la defensa del statu quo dispone aún de una mayoría sólida, diáfana. El punto débil de su cohesión radica en que depende de la fiabilidad de la socialdemocracia. El PP y Ciudadanos no ofrecen dudas de su compromiso con los valores de la unidad nacional y las bases de legitimidad del Estado; en cambio el PSOE está sometido a la presión de un debate interno que debilita su consistencia como estabilizador democrático. Ese conflicto de identidades no afecta sólo a los socialistas, sino a la posibilidad de que la política nacional entera consolide una trayectoria sensata, centrista, igualitaria. Tiene que ver con el rumbo inmediato del país y con su capacidad de ahuyentar las sombras del «espíritu destructivo» que Felipe VI señaló como referencia histórica del fracaso. Esta legislatura, y las próximas, son decisivas y necesitan una clase dirigente responsabilizada con su propio liderazgo.