Javier Caraballo-El Confidencial
- El presidente del Gobierno tiene tres opciones: puede hacer coincidir las elecciones generales con las elecciones andaluzas, con las municipales y autonómicas o agotar la legislatura
Los augures olvidados, los socios actuales y los aliados pasados piensan lo mismo, que el presidente Pedro Sánchez va a adelantar las elecciones generales. Lo dicen, como veremos ahora, porque todos ellos piensan que conocen al líder socialista, y esa puede ser la primera equivocación. ¿Quién conoce a Pedro Sánchez? También lo sostienen porque consideran que la decisión de adelantar las elecciones se tomará en el momento electoral más propicio para el Partido Socialista, pero tampoco las encuestas y las previsiones estadísticas son una ciencia exacta en política. ¿Cuántos gobernantes se han hundido por anticipar elecciones creyendo que era el momento?
La única realidad verificable es que el ciclo electoral de España, que no es ciclo sino constante, se reinicia otra vez con las elecciones de la comunidad de Castilla y León, que serán en febrero próximo, que a esas les seguirán las elecciones de Andalucía, probablemente en junio de 2022, aunque también se pueden celebrar en octubre, y que en mayo de 2023 tendrán lugar las elecciones municipales y las autonómicas que, como en Madrid, les corresponda. Más tarde, en mayo de 2024, habrá elecciones europeas, pero esas ya no hay que tenerlas en cuenta porque el mandato de esta legislatura debe finalizar, como tope, en noviembre de 2023. En ese calendario, el presidente Pedro Sánchez tiene tres opciones: puede optar por hacer coincidir las elecciones generales con las elecciones andaluzas, con las municipales y autonómicas o agotar la legislatura. También podría disolver las Cámaras y convocar elecciones en una fecha intermedia, pero habida cuenta de lo ajustado del calendario electoral, quizá podríamos descartar estar última posibilidad.
Lo que marca la lógica y la experiencia política es que, si un presidente del Gobierno de España decide adelantar unas elecciones generales para hacerlas coincidir con otras de menor rango institucional o político, que son todas las demás, es porque le conviene sumar esfuerzos electorales y sinergias de partido. Ocurrió, por ejemplo, en las elecciones de 1996, las últimas que convocó Felipe González, y las hizo coincidir con unas elecciones andaluzas, que se anticiparon, con la idea de que la fortaleza electoral del PSOE en Andalucía podría salvarlo. No ocurrió así: el adelanto electoral y la coincidencia de las elecciones andaluzas y las generales sirvió a Manuel Chaves para recuperarse y seguir gobernando, mientras que Felipe González perdió ante José María Aznar. Fue su azucarada derrota: “Nunca hubo una victoria tan amarga ni una derrota tan dulce”, que fue lo que dijo González al conocer los resultados.
La primera posibilidad que tiene ahora Pedro Sánchez es repetir esa jugada, con el mismo objetivo de sumar la fuerza del PSOE de Andalucía a unas elecciones conjuntas, para sumar esfuerzos y motivación del electorado de izquierdas. De una tacada, se trataría de agitar a sus votantes con un objetivo doble, recuperar el Gobierno en la Junta de Andalucía y mantener el Gobierno de España. Que la jugada no funcionara con Felipe González en 1996, con el partido quemado por la corrupción, no presupone que la estrategia no pueda funcionar en esta ocasión.
La segunda opción es la de hacer coincidir las elecciones generales con las municipales y las autonómicas, seis meses antes de que expire la legislatura española. También en este caso opera el mismo argumento que en el anterior, solo que en este caso el deseo o el interés de Pedro Sánchez no es exclusivo, sino que también intervienen de forma decisiva los de los alcaldes y presidentes autonómicos de su mismo partido. Quiere decirse que el egoísmo en política es un valor esencial y los ‘barones’ regionales y locales del Partido Socialista solo aprobarán unas elecciones conjuntas con Pedro Sánchez si en ese momento concreto, mayo de 2023, la valoración electoral del Gobierno les supone un incentivo, y no un lastre, a su gestión.
En este punto es en el que cabe valorar la previsión del Gobierno de recuperación de la pandemia. A punto de finalizar este año de 2021, es evidente que el presidente Pedro Sánchez ha visto frustradas sus expectativas. La consideración, en este pasado verano, cuando comenzó a dispararse la vacunación contra la pandemia en España y se confirmó la llegada masiva de ayuda y fondos europeos, era que en este final de año comenzaría a percibirse, a constatarse, la recuperación económica. Pero no ha sucedido así. Desde la subida del precio de la electricidad, todo se ha desbocado. El índice de precios al consumo y la sexta oleada de ómicron han fundido toda previsión que pudiera existir.
Por su última declaración, parece claro que Pedro Sánchez sigue confiando en sus previsiones de recuperación. Sigue sosteniendo que la subida de la electricidad, y lo que ello conlleva en el coste de la vida, se amortiguará y que la sexta ola de coronavirus será tan masiva como pasajera. “No va a ser así en hospitalizaciones y en UCI en comparación con otras olas previas”, dice el presidente de esta sexta ola. Con lo cual, podemos estimar que sus cálculos incluyen un regreso a sus pronósticos más optimistas de recuperación en España a partir de la próxima primavera. Y con la recuperación, vendría la mejora electoral del Partido Socialista, por la buena consideración de su Gobierno, y el momento electoral oportuno para considerar un adelanto electoral, que pueda coger a su principal adversario en la izquierda, el nuevo proyecto de Yolanda Díaz, sin acabar de fraguarse.
Pero ¿es eso lo que piensa el presidente? Sus augures olvidados, como Iván Redondo, sus socios actuales, como Aitor Esteban, y sus aliados pasados, como Pablo Iglesias, están convencidos de un adelanto electoral. Todos presumen de saber, pero no saben nada de Pedro Sánchez, que ya ha demostrado su carácter imprevisible en muchas situaciones, sobre todo cuando se le sitúa entre la espada y la pared.