Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
- Empezamos a escuchar los truenos previos a las tormentas que nos colocan frente a la eventualidad de una segunda parte del año más floja en lo económico
Llevamos tiempo hablando de nubarrones en el horizonte. Un crecimiento mejor que el europeo, que acaba de ser revisado al laza en un 1% y que es brillante en términos relativos, aunque sea escaso en absolutos; una situación de precios que se resiste a la moderación en su apartado subyacente y provoca una política de tipos elevados, lo que a su vez castiga con severidad la capacidad de compra de los ciudadanos; y un panorama internacional muy incierto eran la causa de los temores. Pero la sorprendente solidez del empleo, que con las salvedades que se quieran considerar parece inmune a cualquier circunstancia adversa, suponía una barrera infranqueable para la tormenta.
Sin embargo, en los últimos días empezamos a escuchar los truenos previos a las tormentas. Se podría decir que de tanto asegurar que viene el lobo empezamos a vislumbrar sus oscuras orejas.
Primero fue la caída de la producción industrial registrada en abril, superior al 8% y que descontado el efecto del calendario, con la Semana Santa en la primera de aquel mes, se quedó en poco más de un preocupante 5%. Una caída que para los bienes intermedios superó con holgura los dos dígitos. Luego llegaron las advertencias de los bancos, cuyas cuentas muestran una ralentización sensible de los créditos y asoman los primeros síntomas de la temida morosidad. Hasta ahora, el cumplimiento de las obligaciones crediticias ha sido modélica, pero las apreturas que provocan la inflación y los salarios reales podrían cambiar la tendencia. Los expertos aseguran que unos tipos de interés superiores al 3% tienen repercusiones en el crecimiento de la actividad y ya sabe que ahí superamos el 4%. Es más, frenar la actividad es precisamente uno de los objetivos no disimulados de la actual política monetaria como medio de poner pie en pared frente a una inflación cuyo apartado subyacente no muestra la mínima disposición a rendirse.
¿Se podría decir que la merma de la capacidad adquisitiva, motivada por unos precios y unos tipos más elevados, afecta y reduce el consumo de los ciudadanos, lo que merma la actividad de empresas que sienten, además, un empuje menor en sus ventas al exterior causadas por el estancamiento europeo? Pues es más que probable que la secuencia sea correcta, lo que alimenta las dudas sobre el desempeño del segundo semestre y nos coloca frente a la eventualidad, nada disparatada, de una segunda parte del año más floja en lo económico. Algo que se añade a las razones que explican el incómodo adelanto electoral.
España solo ha distribuido y utilizado el 10,4% del total de fondos europeos adjudicados hasta ahora
Ya que hablamos de dinero, unan todo esto con la revelación del reciente estudio realizado por el radar de EY Insight donde se muestra que mientras ocupamos la primera plaza en cuanto al volumen de fondos concedido por la Unión Europea en sus programas de recuperación, somos tan solo el duodécimo país en capacidad de ejecución, ya que solo hemos utilizado y distribuido un 10,4% del total adjudicado.
Si nunca henos destacado en el pasado por nuestra capacidad de utilizar los fondos europeos, esta vez es mucho más preocupante, pues necesitamos de verdad ese dinero y hemos puesto muchas esperanzas en él para sentar las bases de la imprescindible transformación industrial que permita modificar los malos parámetros en los que se mueve la productividad española.
¿Demasiado pesimista? Mire las estadísticas que muestran la evolución del PIB, en donde tan solo Chequia está por detrás de nosotros en cuanto a la recuperación de los niveles previos a la pandemia o las que siguen al PIB ‘per cápita’, en las que ningún país supera nuestra caída y donde hemos sido adelantados por países industrialmente desconocidos para nosotros como Eslovenia, Lituania o Estonia. Estábamos en el 91% de la media europea y ahora deambulamos por el 85%. Ocupamos el puesto 17 de la UE en la clasificación del PIB ‘per cápita’. ¿De verdad que somos la locomotora que tira del tren de la UE? Pues si es así creo que el tren va llegar con retraso a la estación.