La estrategia del PSC consiste en buscar un espacio intermedio entre el independentismo y el «centralismo» del PP. Eso no existe.
Los agravios reales o ficticios que denuncia el señor Mas deberían atribuirse en todo caso a la Administración General del Estado, nunca a España. Al optar por lo segundo, hasta los muertos abren los ojos. Arcadi Espada define España como un empeño moral. Estoy de acuerdo. Que no se nos suban pues al hombro, y hablemos del Estado: Mas lo representa en Cataluña; querer fragmentarlo, o desentenderse de él, es deslealtad. Si el Estado presenta disfunciones, desequilibrios o vicios, lo suyo es corregirlos. Como cualquier democracia avanzada, la nuestra tiene previstos impecables cauces democráticos para su reforma. Lo injustificable es que un representante del Estado impulse un proyecto que prevé desacatar la Constitución y las sentencias de los tribunales en el caso de no obtener la mayoría suficiente en el marco donde corresponde examinar lo que plantea: las Cortes Generales.
Pretender que su invitación a la ilegalidad resulta más «democrática» que el fondo y la forma de la Constitución es sencillamente delirante. En sus propias premisas, Mas sólo posee un modo de materializar su «proceso»: realizar un acto insurreccional, ganarlo, ser reconocido por la comunidad internacional y, erigido un nuevo sujeto soberano, establecer otra legalidad. Esa es la improbable aventura a la que nos invita. Nótese que, hasta ahora, la palabra España había sido sistemáticamente omitida por el nacionalismo catalán, por sus medios de comunicación y por las instituciones que ha gestionado; a España se la llamaba «Estado español», terminología franquista de la primera época, por cierto. Pero de pronto han descubierto el nombre de nuestro empeño moral, justo para atribuirle expolios y amenazas. «España nos roba» les parece más contundente que «el Estado español nos roba», expresión que al menos habría sido coherente con su léxico. En efecto, es más contundente, pues se trata de pura xenofobia.
En estos términos, el debate deja de ser civilizado. ¿Pretenden que el Gobierno español muerda el anzuelo, descienda a su nivel y atribuya a Cataluña los desmanes y excesos de sus dirigentes, o, lo que es peor, la denigre como ellos hacen con España? Si esperaban eso, están más despistados de lo que parece, y lo que parece no es poco. Para consolarse de su decepción —que el Gobierno no insulte a siete millones y medio de personas tal como ellos hacen con los otros cuarenta—, siempre cuentan con la proverbial identificación CiU-Cataluña. Estos días se ha reeditado un clásico: el envolvimiento en la bandera de cualquier dirigente nacionalista bajo sospecha de corrupción.
Habiendo deplorado algunos socialistas toda esta deslealtad y toda esta xenofobia, sorprende que sus conmilitones catalanes equivoquen tanto el tiro en esta campaña. La estrategia del PSC consiste en buscar un espacio intermedio entre el independentismo convergente y lo que ellos llaman el “centralismo” del PP. Pero ese espacio no existe porque la disyuntiva, impuesta, es España sí o no, y el PSC pagará este error.