España padece desde hace muchos meses un trastorno de ansiedad generalizada. El país vive en un estado constante de alerta que provoca que, al mínimo estímulo, afloren sus fobias y se desaten temblores, sudores y taquicardias en todo su territorio. Es una situación insostenible a la larga que ha relegado el debate sosegado al jardín trasero y ha despertado fantasmas que tradicionalmente han tenido el sueño ligero, como el del populismo. Hoy más que nunca hacen falta opiniones que contribuyan a calmar a estas fieras y a recuperar la cordura, pero apenas si se escuchan, pues los oportunistas son más y hablan más alto. El último –o quizá penúltimo- ejemplo en este sentido se ha registrado con motivo de las manifestaciones por unas pensiones dignas. Las televisiones podrían haber optado por el análisis y los argumentos para explicar el gran problema al que se enfrenta España en este sentido. Lejos de esto, han dado rienda suelta a la demagogia. Más barata y, desde luego, más rentable.
Resulta irritante observar determinados programas de actualidad y cerciorarse de que se han convertido en una especie de circo de fenómenos. Importa más la apariencia que elcontenido. Tiene más peso que los colaboradores den la talla ante la cámara que la verosimilitud de sus argumentos. Nadie exige explicaciones a Pepe Flores (UGT) cuando afirma que la subida del 0,25% es «una mierda» y manifiesta -sin ofrecer soluciones- que hay que asegurar el poder adquisitivo de los pensionistas y, a la vez, la viabilidad del sistema. Tampoco nadie pide cuentas a Miguel Ángel Revilla, ese especialista en dispensar recetas mágicas que no suele aplicar en su jurisdicción. O a la reportera que fue a casa de un jubilado que se quejaba de que su exigua pensión no le permite encender la calefacción en invierno. ¿Y por qué cobra tan poco? Entre otras cosas, porque la justicia le relacionó con ETA, se fugó y no apareció por casa en 14 años. Pero aquí da igual. Si el mensaje es efectista, es suficiente. La verdad no resulta muchas veces tan atractiva.
Los responsables de los principales grupos de televisión son plenamente conscientes del daño que provocan en la convivencia estas altas dosis de demagogia. La que lanzan esos tertulianos estrella que viven a voz en grito y en la más absoluta de las simplezas. O la de esos economistas iluminados de sábado por la noche que no saben por dónde les viene el aire, pero se lanzan a predecir la fecha y la hora del próximo terremoto de San Francisco sin ningún rubor. Todo por la audiencia. ¿La razón? Sepultada bajo las palabras de estos inefables personajes.
La tranquilidad no da dinero
La explicación de esta manifiesta irresponsabilidad no se halla en “desiertos remotos” ni “en montañas lejanas”, que diría aquel. Se puede encontrar al rascar un poco sobre la superficie y cerciorarse de que el negocio de la información es cada día más difícil de sostener. La crisis económica desató un incendio en los medios que aún humea y que ha puesto a prueba los escrúpulos de los editores. Las televisiones han visto cómo su mercado se ha reducido un 40%, pero no así la voracidad de sus accionistas. La prensa cada vez vende menos en los quioscos y, en internet, conseguir cada euro cuesta sangre, sudor y lágrimas. Entre otras cosas, porque gigantes como Google y Facebook se llevan una gran parte de la tarta publicitaria.
En este contexto, hay quien juega limpio (los menos) y quien ha optado por la guerra total, caiga quien caiga. Algunos se limitan a convertir, a diario, decenas de anécdotas en noticia, erigiéndose en una especie de especialistas en chascarrillos y naderías. Otros, recurren a tretas para engañar a quienes les financian el chiringuito digital y llenan sus periódicos de usuarios únicos de la Cochinchina con tácticas como la que consiste en anunciarse en conocidas páginas de descargas de videojuegos, de películas y de contenido para adultos (le animo a que lo compruebe usted mismo). Otros, han optado por mantener a sus espectadores en un permanente estado de emergencia y se han especializado en el alarmismo. Sobre Cataluña, sobre las pensiones…o sobre lo que proceda.
No descarte usted que los tertulianos de esa brillante mesa que observa todos los días, en su canal de cabecera, terminen hablando de los peligros de una invasión alienígena. Cosas peores se han visto.
Pero resulta lamentable abordar este asunto a partir de voces que son incapaces de expresarse más allá del eslogan de pancarta.
Por supuesto, los portavoces de los partidos no hacen especiales esfuerzos por rebajar la tensión en sus comparecencias ante los medios. Al contrario. Pedro Sánchez –a quien se podía apodar ‘donde dije digo, digo Diego’- propuso hace unas semanas crear un impuesto para que la banca financie la subida de las pensiones. Como bien explicó en este artículo Teresa Lázaro, los fondos que se recaudarían no serían suficientes para equilibrar el sistema. Pero la idea tenía los ingredientes necesarios para movilizar a un determinado perfil de votante. Impuesto + banca + subida de pensiones. No diga usted más.
Pablo Iglesias aparecía recientemente en una tertulia televisiva y hacía suya la indignación de los pensionistas movilizados. También la emprendía contra quienes cuestionan que en un país que las pasa canutas para llegar a fin de mes sea posible mejorar esta prestación, cada año, en función del IPC. El líder de Podemos ni expuso –con números- una fórmula razonable para cumplir con esa propuesta, ni por supuesto, reconoció que esa agitación le viene de perlas para captar votos entre un colectivo que es dado a apoyar a los partidos tradicionales. Ante la mínima presión, la estrategia de siempre: alargar el circunloquio y hablar de la corrupción. Que existe y se come la legitimidad del Estado a mordiscos, pero que ni mucho menos es la raíz del problema.
Qué duda cabe de que plantear el debate sobre el futuro de las pensiones es justo y necesario. Y no es menos lícito que quienes viven al borde del precipicio de la pobreza pidan a los gobernantes soluciones imaginativas. Pero resulta lamentable abordar este asunto a partir de voces que son incapaces de expresarse más allá del eslogan de pancarta o la postura interesada de partido. El análisis brilla por su ausencia y la ciudadanía desayuna, come y cena con la demagogia y el alarmismo de medios a los que la tranquilidad no les favorece. El efecto de este tipo de campañas con trasfondo político se puede apreciar al observar TV3 y cerciorarse del papel desestabilizador que ha jugado en Cataluña durante el proceso soberanista. Por ejemplo.
El análisis brilla por su ausencia y la ciudadanía desayuna, come y cena con la demagogia y el alarmismo de medios a los que la tranquilidad no les favorece.
Lo he escrito en este espacio en varias ocasiones. La batalla sin cuartel por el ‘clic’ y por el share es perniciosa. Desacredita a los medios y provoca que la audiencia reciba una realidad distorsionada. A río revuelto, sólo ganan los oportunistas. Los que quieren impulsar un cambio por intereses partidistas –aun defendiendo posturas ilógicas, como una parte de la oposición y del gobierno con las pensiones- y los que ya han comprobado que el orden resulta mucho menos atractivo para los telespectadores que la agitación.
Lo más triste es que, lejos de mejorar, la situación ha empeorado. Recuerden a Alfonso Guerra, cuando aseguraba a los jubilados que, si la “derechona” llegaba al Gobierno, les iba a quitar las pensiones. O a Javier Arenas, cuando advertía de que la forma de gestionar de los socialistas debería quitarles el sueño, pues ponía en riesgo el cobro de su prestación. En estos días, se han podido escuchar voces de tertulianos que aseguraban que eliminando gastos superfluos (citaba los coches oficiales y las televisiones públicas) se garantizarían las pensiones. Sin calculadora, sin ningún dato y sin rubor. Con una simpleza penosa. Es el sino de nuestro tiempo.
se han podido escuchar voces de tertulianos que aseguraban que eliminando gastos superfluos (citaba los coches oficiales y las televisiones públicas) se garantizarían las pensiones. Sin calculadora, sin ningún dato y sin rubor. Con una simpleza penosa.
Y, repìto, los pensionistas tienen derecho a reivindicar lo que consideren justo. Pero también a ser informados de la verdad, sin paños calientes. Una vez más, los voceros han vuelto a eludir la tarea que les corresponde.
Decía Kapuscinski que «el deber de un periodista es informar de una manera que ayude a la humanidad, sin fomentar el odio o la arrogancia». Añadía que «las guerras siempre empiezan mucho antes de que se oiga el primer disparo, comienza con un cambio del vocabulario en los medios».
¿Quiénes y por qué han desatado y avivado este conflicto?