Manuel Montero, EL CORREO 04/11/12
El lenguaje público vasco se ha alambicado. No llamar a las cosas por su nombre: tal parece su santo y seña. La deconstrucción de la realidad tiene sentido político y alcanza cierta sofisticación, que da en esnobismo perverso. Busca esconder las brutalidades y el terror bajo un manto de eufemismos que lo inundan todo y que a fuerza de uso otorgan a la metáfora la apariencia de realidad.
La última joya retórica la ha pronunciado EH Bildu. Quiere «una solución a las consecuencias del conflicto». No «una solución al conflicto» (o «resolución del conflicto», que gusta más), sofisma que tiene años, sino a sus consecuencias. Como quien pide que no le curen la enfermedad sino la fiebre que provoca. En este planteamiento los efectos ‘del conflicto’ son en sí mismos un conflicto y requieren un arreglo específico, antes de llegar a la raíz del cáncer. Se infiere que eliminados tales síntomas aún quedará por solucionar el conflicto, que el nacionalismo moderado llamaba el contencioso hasta que llegó Lizarra.
Resultaba inevitable. El lenguaje vasco, en constante renovación por la presión batasuna para ponerlo al servicio de la liberación nacional, llega a volar por sus fueros. A las palabras inventadas se les otorga la consistencia de hechos. Tenía que suceder: las metáforas se complican y, remache sobre remache, se alejan de la comprensión del común.
De entrada, no suele definirse el término ‘el conflicto’, que queda críptico. Sólo se le atribuyen algunas propiedades: histórico, de naturaleza política. Son los rasgos accidentales, no la esencia del conflicto, que deviene en metafísica. La política vasca no indaga en su contenido, pero sí sabe la solución. Va en la línea de la territorialidad y la autodeterminación, previo «escenario de paz» tras el cual, en «un proceso de diálogo y negociación», se llegará a una «fase resolutiva» de la que saldrá la solución al conflicto. La lengua vasca, versión radical, da por descontada esta secuencia. Por eso insta a solucionar cuanto antes las consecuencias del conflicto y no éste, que, con tanto trámite, va para largo. Porque, sostiene, no consiste en el terror y la violencia.
El término ‘conflicto’ ha generado en la lengua abertzale toda una familia de conceptos que se autonomizan y generan sus propias derivaciones, que suelen ser imprevisibles. «Consecuencias del conflicto», «expresión del conflicto», «humanización del conflicto», «víctimas del conflicto» son perífrasis que forman argot, de apariencia amable pero miserables desde el punto de vista ético.
En el uso de la izquierda abertzale «consecuencias del conflicto» designa ante todo las secuelas personales y familiares que trae consigo la «lucha armada». No se refiere a las víctimas que ha causado el terrorismo, sino a los padecimientos que «el conflicto» trae a los terroristas («militantes vascos»), pues se ven detenidos y condenados a prisión. También forman parte de las consecuencias los familiares de los presos, porque han de desplazarse para visitarlos. Por eso, cuando declaró su cese definitivo, ETA llamó a España y Francia a «abrir un proceso de diálogo directo» para solucionar «las consecuencias del conflicto». La perífrasis de ETA establece el canon.
También se habla de «expresión del conflicto» y el significado de la frase hecha tiene su intríngulis. Quienes lo usan básicamente se refieren a ETA. «ETA es una expresión del conflicto y no su origen», se dice como si tal cosa. La argucia imagina que existe un conflicto vasco que es al mismo tiempo etéreo y corpóreo, pues existe de forma abstracta al margen de sus contendientes pero resulta de consecuencias tangibles y dolorosas. Todos los efectos de tal conflicto son manifestaciones de esa esencia, que es lo importante. ETA es una mera expresión, como formada mecánicamente, a contravoluntad.
El litigio esencial, el conflicto, tiene revelaciones temporales, pero no dejan de ser cuestiones de segundo orden. Una vez que se arregle el conflicto –pero primero se exige solucionar sus consecuencias– desaparecerán sus expresiones. No sólo eso. Su arreglo exige que se las trate como elementos derivados: que se comprenda (y perdone) al terrorista, una mera expresión, y que se trate a sus víctimas sin dramatismos, al fin y al cabo son sólo otra consecuencia del conflicto, quizás lamentable pero inevitable. El término es exculpatorio y justificativo.
Otro eufemismo que tiene su inri es «humanización del conflicto». Hasta se dice «humanización de las consecuencias del conflicto», para complicar la perífrasis. Viene a sugerir que si bien las víctimas del terrorismo podrían recibir apoyos solidarios, a los terroristas presos –«luchadores vascos»– corresponderían medidas que les alivien las penas o les rediman de ellas. Las víctimas del terrorismo cumplen sólo un papel argumental en este discurso, pues humanización del conflicto significa sobre todo mejoras penales para los presos.
Y está la expresión «víctima del conflicto vasco», que la izquierda abertzale (y a veces el nacionalismo moderado) utiliza para sustituir a «víctimas del terrorismo». La fórmula, ambigua e impúdica, busca similar consideración pública para quienes han sufrido el terrorismo –asesinados, heridos, extorsionados, exiliados– y a los terroristas detenidos por sus crímenes. Tal equiparación iguala a asesinos y a asesinados.
Los nuevos aires no se han llevado por delante las perífrasis que dulcifican la beligerancia. Conviene recordarlo por si la confraternización postelectoral acaba como el rosario de la aurora.
Manuel Montero, EL CORREO 04/11/12