IGNACIO MARTÍN BLANCO – EL PAIS – 16/03/16
· Pablo Iglesias ha justificado sin inmutarse su decisión de colaborar con el régimen teocrático de Irán.
Llevaba tiempo queriendo escribir sobre lo inquietante que resulta el hecho de que alguien que ha dicho en público las barbaridades que ha llegado a decir Pablo Iglesias siga teniendo a estas alturas opciones reales de ser vicepresidente del Gobierno. Es verdad que Podemos obtuvo más de tres millones de votos en las elecciones generales, pero me inclino a pensar que muchos de sus votantes desconocen algunas de las perversidades que en poco tiempo ha soltado el secretario general del partido morado.
Mucho se ha hablado en los medios sobre la financiación ilegal de Podemos a cargo de regímenes autoritarios como Venezuela o Irán, pero lo cierto es que hasta ahora nadie ha podido demostrar ante un juez la existencia de esa financiación irregular. De ahí que siempre me haya parecido contraproducente insistir en la naturaleza ilícita de los fondos transferidos desde Caracas o Teherán a los fundadores de Podemos. Sin embargo, hay episodios de esa relación financiera, reconocidos públicamente por el propio Iglesias, que sí me parecen relevantes y que a mi juicio deberían descalificarlo, por no decir que lo inhabilitan para ocupar un puesto de responsabilidad en el Gobierno de España o de cualquier otro país democrático digno de tal nombre.
Me refiero por ejemplo a lo que dijo Iglesias hace, como quien dice, cuatro días, concretamente el 1 de marzo del 2013, poco antes de la presentación oficial de Podemos en enero del 2014. Basta con buscar en Google o en YouTube “Pablo Iglesias habla de su relación con Irán” para encontrar un vídeo de aquel día en el que Iglesias -que solo unos meses después se iba a convertir en secretario general de Podemos- justifica sin inmutarse su decisión de colaborar con el régimen teocrático de Irán, a través del canal estatal de televisión iraní Hispan TV, con el objetivo de desestabilizar su propio país, España.
No se trata de ningún montaje ensamblado por ninguna caverna mediática para hundir a Podemos, sino de su líder en estado puro. Iglesias habla del tren precintado que los alemanes le pusieron a Lenin para volver a Rusia durante la Primera Guerra Mundial: “A los alemanes les interesaba poner un tren a Lenin para que desestabilizara Rusia. A los iraníes les interesa que se difunda en América Latina y en España un discurso de izquierdas porque afecta a sus adversarios. ¿Lo aprovechamos o no lo aprovechamos?”.
Queda claro que para Iglesias el fin justifica los medios, pero resulta abominable oír a alguien que aspira a ser presidente, o al menos vicepresidente, de tu nación reconocer sin ningún pudor que ha colaborado con un régimen teocrático que lapida a mujeres y homosexuales, con el único objetivo de desestabilizar desde dentro nuestro país. A mí me parece perfectamente legítimo que a alguien le pueda resultar insoportable el Gobierno del PP o el del PSOE, pero lo que no me parece justificable es que decida por ello aprovecharse de la pretensión de un régimen totalitario de debilitar nuestro sistema democrático para tratar de echarlo abajo.
Como no le gusta quien gobierna en este momento, en lugar de aceptar las reglas del juego democrático Iglesias manifiesta su determinación de cortar por lo sano, sin consideración alguna por el pluralismo político, y aunar esfuerzos con Irán y Venezuela contra su adversario común, que no es otro que la España constitucional con independencia de que gobierne el PP o el PSOE. La generalización a izquierda y derecha del razonamiento de Iglesias implicaría la liquidación de nuestro Estado democrático de Derecho. Con razón Felipe González habla de “revolucionarios liquidacionistas”.
Me parece inconcebible que alguien que para alcanzar el poder está dispuesto a liquidar nuestro marco de convivencia esté donde está Iglesias.
Estoy convencido de que, si Rajoy, Sánchez, Rivera o el líder de cualquier otro partido convencional hubieran dicho algo siquiera la mitad de grave que esto que con tan tanta naturalidad explicó Iglesias, ahora mismo estarían defenestrados de la vida pública, y con razón. En cambio Iglesias ahí sigue, exigiendo con suficiencia la vicepresidencia del Gobierno, la mitad de los ministerios y el control del CNI, RTVE, etcétera.
Decía al comienzo de este artículo que llevaba tiempo queriendo escribir sobre Iglesias y sus opciones de ser vicepresidente del Gobierno. Me sigue pareciendo inconcebible que alguien que para alcanzar el poder está dispuesto a liquidar nuestro marco de convivencia esté donde está Iglesias, pero lo que por fin me lleva a escribir al respecto es el episodio que viví el jueves pasado en el programaEspejo Público de Antena 3, donde coincidí con el ideólogo de Podemos Juan Carlos Monedero. Ese episodio ilustra a la perfección el éxito de Podemos a la hora de minimizar ante la opinión pública sus relaciones con satrapías varias. No en vano, a pesar de lo fácil que resulta acceder al vídeo en el que Iglesias explica sus relaciones con el régimen iraní, por alguna razón mucha gente sigue creyendo a pie juntillas que esas relaciones son un invento de la “casta” política, económica y periodística del país para desprestigiar a Podemos.
Es probable que esa razón se encuentre en la habilidad de los líderes de Podemos, principalmente Monedero y el propio Iglesias, para “ganar” debates en televisión, que sigue siendo con mucho el medio hegemónico a pesar de las redes sociales. Siguiendo a Schopenhauer, lo importante para ellos no es tener razón sino llevar razón, en la medida en que uno puede tener razón objetiva en una contienda dialéctica y sin embargo carecer de ella a juicio de los telespectadores, incluso en ocasiones a su propio juicio.
Decía el teórico del pesimismo profundo que “la verdad objetiva de una proposición y su validez en la aprobación de los que discuten y sus oyentes son dos cosas distintas”. Monedero lo tiene muy claro y por eso el otro día, cuando le pregunté específicamente por el vídeo de Iglesias y no por lo que hayan dicho los jueces sobre la supuesta financiación irregular de Podemos, en lugar de responderme me preguntó: “¿Sabes cómo se llama el presidente de Portugal?”. La treta le salió bien porque en ese momento no fui capaz de recordar el nombre de Rebelo de Sousa, que el día anterior había tomado posesión de su cargo.
En lugar de esquivar su pregunta, por unos segundos pequé de candoroso tratando de recordar el nombre del presidente luso, porque ingenuamente creí que Monedero me lo preguntaba con fines dialécticos para orientar su respuesta, pero en seguida me di cuenta de que no, de que no era más que una falacia de pista falsa con la que Monedero pretendía parapetarse para no responder a mi pregunta. Cuando reaccioné ya era tarde: Monedero se sentía ya ganador del debate y no dejaba de insistir en que mi ignorancia sobre el vecino Portugal me descalificaba para hablar de países lejanos como Venezuela o Irán. Es curioso cómo Monedero, Iglesias y compañía pretenden ahora presentar cualquier pregunta que se les haga sobre Venezuela, Cuba o Irán como una fijación arbitraria del preguntador, como si la cosa no fuera con ellos.
Sea como fuere Monedero me puso en evidencia, no tanto por no ser capaz de recordar el nombre de Rebelo de Sousa como por no haber estado a la altura de su habilidad, directamente proporcional a su demagógico cinismo. La próxima vez, sin duda, estaré más preparado. Para entonces seguirá estando sobre la mesa mi pregunta sobre la conformidad con la moral o con la razón de que alguien que dice lo que ha dicho Iglesias esté en disposición de ser vicepresidente del Gobierno de España. Ojalá encuentre respuesta antes de que sea demasiado tarde.
Ignacio Martín Blanco es politólogo y periodista