IÑAKI UNZUETA-EL CORREO

  • Como el terrorismo nacionalista de ETA contenía una intencionalidad política, su derrota requería algo más que la ausencia de violencia

«Pues el preguntar es la devoción del pensar» (Martin Heidegger).

Luego del retroceso civilizatorio causado por ETA y su entorno, albergábamos la débil esperanza de que el reproche penal y moral a su actividad criminal serviría para marginar su proyecto político y que la experiencia de sufrimiento revelararía las patologías y los déficits normativos de la sociedad prometida. Como el terrorismo nacionalista de ETA contenía una intencionalidad política, su derrota requería algo más que la ausencia de violencia. Sin embargo, sus herederos políticos han sido rehabilitados y la ideología que propugna la anulación de «los enemigos de Euskal Herria» no solo no ha sido rechazada sino que, relegitimada, es defendida desde diversas instituciones. Por otra parte, confiábamos en la generación de los hijos, pensábamos que, inquiriendo en el pasado ominoso de los padres, adquirirían conciencia de la destrucción moral de la generación que les precedía.

Ni lo uno ni lo otro. Por una parte, el proyecto político etnicista oculta sus aristas más cortantes y rehabilitado se expande; y por otra, la generación de los hijos se mueve entre la indiferencia de una mayoría que interpreta el pasado como un error que nos fue deparado en el curso de la historia del Ser y los que prosiguen la tradición de los padres, invisibilizando el pasado y radicalizando el discurso. El resultado es que en la sociedad vasca no se encuentran establecidos de una manera clara los presupuestos conceptuales más elementales para superar intelectualmente al nacionalismo. En lo que sigue, (1) voy a señalar brevemente los hitos más relevantes en la genealogía de rehabilitación del nacionalismo radical; para luego (2) mostrar la naturaleza de un proyecto que en su versión ortodoxa combina un reduccionismo instrumental con una filosofía de la historia que conoce a priori sus metas, hallándose en ello la raíz de la perversión autoritaria susceptible de transformarse en violencia.

1. La política antiterrorista basculó entre dos posiciones que pugnaban por la hegemonía en el País Vasco. El Gobierno de Aznar se propuso arrebatar al PNV el liderazgo en la lucha antiterrorista y conseguir la derrota integral de ETA: rechazó la negociación, ilegalizó Batasuna y rompió con el mito de la imbatibilidad de ETA. Sin embargo, en la actualidad, el constitucionalismo se encuentra a la defensiva y la hegemonía política, cultural y social del nacionalismo es aplastante. En ese ínterin, se neutralizó la doctrina Parot, se interrumpieron las detenciones y etarras con delitos de sangre fueron excarcelados. Posteriormente, el Gobierno de Rajoy, incapaz de desafiar la hegemonía nacionalista, aceptó el modelo del PNV. Bildu y Sortu fueron legalizados en contra del criterio del Tribunal Supremo y desmantelada la arquitectura jurídica contraterrorista, se impuso el modelo «ni vencedores ni vencidos» y ETA, para legitimar su herencia, no tenía más que dejar de matar. Finalmente, con más de trescientos asesinatos sin esclarecer, el presidente Sánchez, so capa de la gobernabilidad, ha extendido las excarcelaciones y los acercamientos y ha procedido a la rehabilitación político-moral de Bildu alcanzando diversos pactos con ellos.

2. Por otro lado, el objetivo del nacionalismo es la construcción de la nación popular, la reunión de una masa en torno a características como la etnia o la lengua en pos de un destino común. La cosmovisión nacionalista conduce así a una praxis que amputa, secciona y divide la sociedad. Una praxis guiada por la observación, la objetivación y la identificación. Se trata de una razón reduccionista, instrumental, que deslinda las parcelas urbanizadas por el nacionalismo de aquellas yermas e irrecuperables. Es así como el nacionalismo, al tiempo que construye la nación, produce restos a reciclar. Por tanto, le es ínsita una violencia blanda de acomodación y reeducación de la naturaleza interna y una violencia dura ‘in nuce’ que en circunstancias adecuadas puede germinar.

Y del suelo nacionalista brota también una corriente comunista ortodoxa, aferrada a la tesis histórico-materialista que guiada por una razón instrumental nos anticipa cómo es la buena sociedad que por medio de la lucha de clases se alcanzará. La combinación de nacionalismo y marxismo congelado en una metafísica dogmática entiende la transformación social como una cuestión técnica que legitima la violencia para alcanzar sus objetivos.

Por todo ello, hay que apelar a la autocontención del PNV y a la responsabilidad del PSE-PSOE con sus pactos. Recuperando el núcleo normativo de la modernidad, debemos alcanzar una idea de sociedad que, por medio de procesos democráticos de formación de la voluntad, es capaz de actuar sobre sí misma. El «Yo pienso» de Kant debemos sustituirlo por el «Yo argumento» de Habermas, motor de una democracia entendida «como una forma de vida que es indisociable de la sociedad libre y de la mayoría de edad de sus miembros».