ALBERTO AYALA-EL CORREO
Claro que para Inés Arrimadas y los suyos el intento de reposicionamiento de Cs como partido bisagra, función para la que nació con el apoyo de grandes poderes del Estado, ha sido todavía más dramática. Lo suyo es ya un acelerado proceso de descomposición, creo que sin remedio.
Pero, más allá de lo evidente, quedan por desvelar las secuelas de este fenomenal patinazo político. Secuelas para el PSOE y para Cs, pero también para Unidas Podemos, PP y Vox, que empezarán a clarificarse a partir de las autonómicas madrileñas del 4 de mayo.
Los sondeos que se han conocido esta semana anticipan una amplia victoria del PP de Díaz Ayuso, segundo en los anteriores comicios tras el PSOE. Un dato que, sin duda, manejaba la presidenta madrileña cuando decidió anticipar las elecciones. El gran interrogante sigue siendo si Ayuso logrará la mayoría absoluta, lo que parece difícil. Si tendrá que pactar con Vox, que tiende a estancarse, lo más probable. O si serán las izquierdas quienes podrán formar gobierno un cuarto de siglo después, lo que sería más que una sorpresa.
Salvo en este supuesto, Díaz Ayuso será la gran triunfadora. ¿Y Casado? El éxito del PP quedará oscurecido por el de la presidenta. Y el pacto con Vox terminará de echar por tierra el giro al centro que esbozó Casado en la fallida moción de censura de Abascal contra Sánchez con gran éxito de crítica y público.
¿Y Pablo Iglesias? ¿Y Unidas Podemos? Todavía no disponemos de datos suficientes para valorar por qué el líder morado va a dejar la vicepresidencia del Gobierno de coalición para bajar al barro madrileño. Más allá de impedir que la coalición se convierta en fuerza extraparlamentaria también en Madrid, como ya le sucedió en Galicia, y como es muy probable que le ocurra a Ciudadanos. Sería el principio del fin de los morados. Los sondeos dicen que no ocurrirá. Que el paso de Iglesias desbaratará el batacazo podemita, a costa del desgaste de los errejonistas de Más Madrid.
Pero todo apunta a que hay más. Es evidente que Iglesias se mueve mejor en la agitación que en la gestión, como se ha visto este año. También, que ha comprobado -y ha confesado- que gobernar como socio menor no supone tener el poder. ¿Se ha dado cuenta de que Sánchez no aceptará sus planteamientos en asuntos determinantes como la ley de vivienda, el alcance de la derogación de la reforma laboral o los recortes en materia de pensiones que ultiman Calviño y Escrivá?
Con Iglesias fuera del Gobierno, Sánchez lo va a tener cada vez más complicado para contar con el apoyo de UP, del independentismo catalán y de EH Bildu en el Congreso. Y es muy probable que se enfrente a una creciente agitación callejera orientada a decantar el voto del electorado de izquierdas.
Sánchez, no lo duden, estará sopesando seriamente adelantar las elecciones no ya a 2022, sino al próximo otoño.