PEDRO CHACÓN-EL CORREO

  • Cuando piden que ‘Antza’ siga libre, ¿no piensan en las personas que dejaron de vivir porque la organización de la que era jefe decidió que murieran?

Recuerdo cuando desde ETA se empezó a hablar de socialización del sufrimiento. La primera víctima de ese disparate atroz fue Gregorio Ordóñez, asesinado el 23 de enero de 1995 mientras comía en un restaurante. La expresión procedía de la ponencia Oldartzen, elaborada en 1994. Leí por primera vez algo sobre esto mientras iba en el tren de cercanías desde Basauri a mi trabajo de entonces en el Ayuntamiento de Bilbao. Llovía, hacía frío y una bruma gris borraba los perfiles de las casas y se pegaba por fuera a los ventanales del tren, convirtiendo el paisaje en una sucesión de bultos de colores tenues, desvaídos. Nunca olvidaré aquel momento ni el miedo y la zozobra que sentí. Socializar el sufrimiento significaba que los no nacionalistas en Euskadi, cualquiera que fuera el puesto social que ocupáramos, íbamos a empezar a padecer la presión negra de esa mordaza, de esa amenaza real sobre nuestra vida y nuestra libertad; y con la sensación, además, de que nadie podía evitarlo.

No sé si ‘Mikel Antza’ fue el creador personal de esa expresión, pero lo que es seguro es que, durante su mandato, como jefe de ETA entonces, los asesinatos ya no fueron solo de policías o guardias civiles, sino de políticos, periodistas y hasta escritores, como los que ahora le apoyan. Escritor era también entonces, y felizmente lo sigue siendo, Raúl Guerra Garrido, a quien le quemaron la farmacia familiar después del asesinato de su amigo José Luis López de la Calle, a modo de señal de que el siguiente podía ser él. Raúl a partir de entonces estuvo con escolta permanente. Era escritor y quería ser libre, pero había gente que no solo no le dejaba serlo, sino que incluso quería matarlo. Y, como a él, a otros cuantos que ahora no nombro.

Los escritores se supone que son capaces de ponerse en el lugar de los demás, ¿no? Eso se llama empatía, sensibilidad, capacidad para crear personajes, ponerlos a hablar y desarrollar una trama. Y en este caso, cuando reclaman que ‘Mikel Antza’ siga libre, ¿no piensan en ningún momento en la cantidad de personas -casi tantas como los escritores reunidos en esta ocasión para hacer ese gesto solidario- que dejaron no ya de ser libres, sino de vivir siquiera, porque una organización en la que ‘Antza’ era el jefe decidió que murieran? Y si lo piensan, ¿no se les remueve nada por dentro al hacer un gesto así?

Durante esos años en que ‘Mikel Antza’ fue jefe de ETA, entre 1993 y 2004, la banda asesinó a 112 personas. Entre ellas, por orden cronológico de asesinado, están Gregorio Ordóñez, Fernando Múgica, Francisco Tomás y Valiente, Miguel Ángel Blanco, Alberto Jiménez-Becerril, Manuel Zamarreño, Fernando Buesa, José Luis López de la Calle, Juan Mari Jáuregui, José María Korta, Luis Portero, Ernest Lluch, Manuel Giménez Abad, Santiago Oleaga, José María Lidón y la niña Silvia Martínez Santiago. Y que me perdonen, por favor, los demás que no nombro.

Todos, asesinados mientras ‘Mikel Antza’ era el jefe de ETA y a quien ahora sus compañeros de oficio literario rinden un homenaje -porque homenaje es y quizás no hay mayor posible- pidiendo que el Estado español no haga lo que ya hizo el francés. Dicen que lleva tres años fuera de la cárcel, escribiendo en libertad, y que no hay razón para cortarle esa progresión. Y, sobre todo, dicen que contra él no hay pruebas materiales, por lo que no habría forma de juzgarle. Qué curioso, unos escritores preocupados por las pruebas materiales, cuando si la creación literaria existe es precisamente porque nunca las necesitó. Pero, para pruebas materiales, las que nos han ofrecido ellos apoyando a ‘Mikel Antza’.

Porque si este manifiesto ha llamado la atención es justamente porque entre esos escritores hay algunos premiados; con el premio Euskadi, con el Nacional, con el de la Crítica. Gracias al prestigio obtenido del Estado por esos premios han logrado un altavoz mediático para reclamarle a ese mismo Estado que deje en paz a quien encabezaba una organización que quería acabar con ese Estado. No sé si me explico.

Es más, todos estos autores -hasta 124 que son- si hacen este gesto de apoyo es porque saben que eso no les va a suponer ningún perjuicio, ni en el País Vasco ni fuera de él. Porque tienen a una opinión pública, cuando no a su favor, nunca en su contra. Y porque lo que les va a suponer es afianzar su puesto literario, el poco o mucho prestigio obtenido hasta ahora, o hasta puede que incrementarlo. Porque lo que ocurre, en realidad, es que este gesto en favor de ‘Mikel Antza’ es parte consustancial de un sistema literario consolidado durante los últimos cuarenta años, que les otorga premios, subvenciones, becas, cursos de verano, viajes de estudios, estancias en el extranjero, artículos en prensa y digital, tertulias en radio y televisión o incluso contratos oficiales.