Miquel Giménez-Vozpópuli
- Abandona su escaño, pero las ruinas que deja conforman un paisaje desolador
Pablo Iglesias ha decidido una huida hacia adelante para salvar ya no su partido político, sino su persona, su tren de vida, sus apetencias desaforadas. Desconfíen de los que fingen austeridad para, en cuanto tienen ocasión, se entregan al lujo que niegan a los otros. Iglesias es de esos, un resentido social que ha mamado desde su infancia rabia y no puede obrar de otro modo porque ni sabe ni quiere. Es muy difícil, pues, exigirle que sea capaz de construir nada. Recuerden: Podemos estaba desmoronándose y a punto de la demolición absoluta. Daba las últimas boqueadas antes de la moción de censura a Rajoy. Purgas por doquier, escisiones, fugas de militantes. Pero llegó Sánchez, encontró en Iglesias un instrumento útil – dos egos tremendos – y la formación morada recuperó el aliento que otorga disponer de ministerios, direcciones generales y todo el andamiaje superfluo, costosísimo e ineficaz del que los políticos se valen en España para enchufar a sus correligionarios a cargo de los bolsillos de todos los españoles.
Sería ocioso hablar de la gestión del líder de Podemos en estos meses en los que ha ostentado la Vicepresidencia. No ha hecho nada porque tampoco estaba en el Gobierno para eso. Si pilló silla, y vaya si lo hizo contradiciéndose consigo mismo cuando afirmaba que su persona no sería problema para gobernar junto a los socialistas, fue porque lo que le gusta de verdad a este profesor es el poder. Que las cosas se estén poniendo francamente mal por asuntos como el de Neurona o que la justicia estreche el círculo alrededor de su partido puede haberle obligado a esa doble pirueta sin red que ha supuesto su candidatura a la presidencia de la CAM. Él sabrá. Pero a la hora de hacer balance de lo que deja tras de sí, al momento presente, el número de cadáveres, enemistades, egolatrías y maldad es notable. Se deja por el camino a personas como Errejón, Monedero, Bescansa, Carmena, Teresa Rodríguez, Kichi, gente con la que decía querer cambiar el país cuando lo único que cambó fue su estatus económico, ¡y de qué modo! Lejos quedan los círculos de Podemos y las asambleas en las que se votaba si iba a llover o no. Iglesias ha dejado también atrás el barniz falsamente autogestionario. Ahora aparta de un manotazo a candidatas – qué machismo, camarada – y convoca primarias ful sin otro candidato que él.
Iglesias solo sabe decir lugares comunes, emplear fraseología decimonónica, amenazar, sermonear hipócritamente, descalificar y hacerse el indignado cuando se le dicen las cosas a la cara
Cualquier persona con un mínimo de decoro abandonaría una actividad que le queda demasiado ancha para su talante, igual que anchas le quedan las chaquetas que lleva en actos oficiales. Pero su facundia es de una magnitud tal que es incapaz de reconocer el error, consistente en saber apreciar el abismo que separa al profesor universitario chulín, tenorio, con vocación de algarada, de la persona de estado capaz de enfrentarse a un presupuesto, a decisiones serias, a gobernar, en suma. Iglesias solo sabe decir lugares comunes, emplear fraseología decimonónica, amenazar, sermonear hipócritamente, descalificar y hacerse el indignado cuando se le dicen las cosas a la cara.
De la vida personal preferimos no hablar. Señalar, acaso, que Iglesias tiene ruinas emocionales detrás de columnas o junto a piscinas. Son piedras atacadas por la piqueta del egoísmo del que solo sabe usar y tirar personas, partidos o escaños. Cuando se pretende hacer una obra con cimientos inestables y materiales defectuosos, difícilmente puede salir nada que dure demasiado tiempo. Iglesias poco ha estado en el Gobierno de la nación, poco estará también en la Asamblea de Madrid, poco le queda de su prestigio de brilli brilli ganado en platós de televisiones cariñosas con este hombre, regadas y auspiciadas por un PP irresponsable que creía fabricar la competencia al PSOE. Pablo creyó que era por su cara bonita, los focos del plató le deslumbraron y ese fue el prólogo de la desgracia que empieza a notar sobre sus hombros.
Está condenado a vivir entre ruinas. Las suyas y las de todos los sistemas comunistas: gulags, purgas, miseria, abandono, tiranía, horror. Nada que ver con las de Palmira que loara Volney o las de Pompeya, grandes por su cotidianidad. Incluso en eso, las ruinas que legará Iglesias serán mediocres. Y nadie las visitará.