Miquel Giménez-Vozpópuli

Existen vestigios de civilizaciones pasadas a los que el tiempo ha prestado cierta pátina de respetabilidad, siquiera por los siglos que han contemplado. Así, el Coliseo de Roma que es visitado por miles y miles de personas se suele ver con la boba estupidez del turista que piensa más en hacerse un selfie frente a lo que sea sin importarle si es una catedral gótica, una pirámide egipcia o una escultura tolteca. Que el Coliseo fuera un lugar de depravación en la que el vulgo se entusiasmaba viendo morir a seres humanos devorados por fieras o asesinados por otros como ellos da lo mismo a estas alturas. Esa dulcificación de las ruinas la advirtieron prudentemente aquellos que, tras el fin del Tercer Reich, se dedicaron a dinamitar metódicamente todo resto del mismo, salvando tan solo el antiguo Ministerio del Aire de Göring, actualmente reconvertido en ministerio de finanzas de Alemania. Qué cosas.

La herencia de Sánchez es mucho peor y dañina que un cúmulo de ladrillos, mármoles, cemento o águilas rampantes, porque las ruinas que nos deja son morales

El sanchismo, en tanto que régimen autocrático y personalista, dejará poca o ninguna ruina física por lo cual será difícil que las generaciones venideras puedan admirar u horrorizarse ante las mismas. La herencia de Sánchez es mucho peor y dañina que un cúmulo de ladrillos, mármoles, cemento o águilas rampantes, porque las ruinas que nos deja son morales, y esas tienen un calado profundísimo ciertamente complicado a la hora de enterrarlas definitivamente en las arenas de la historia. Sánchez nos deja una economía en ruinas, ciertamente, y en los próximos años habrá que, nos guste o no, aumentar impuestos, aceptar el pago de peajes para circular por las autovías, moderar el gasto público, intentar amortizar la deuda y reducir, ¡ay!, ese monstruo que denominamos Administración y que no suele ser más que una miríada de departamentos, secretarías, organismos e incluso ministerios en los que dar cobijo a las medianías del partido correspondiente.

Esa ruina que pagaremos entre todos no es, aunque parezca mentira, la más grave ni perversa. Porque es mucho peor la ruina moral, social, ética, filosófica y política que se ha elaborado a base de consignas que solo buscaban sembrar el odio y la división entre españoles.

Es menester consolidar ese frente limpio, español, claro y eficaz que se arme de un discurso sólido que oponer frente a la falacia pijo progre comunista

Digo todo esto sin saber todavía quien habrá ganado o perdido las elecciones. Desde luego, el panorama no parece halagüeño para quienes consideramos que lo vivido estos últimos años ha sido un periodo nefasto para España y los españoles. Los escenarios que se perfilan pueden ser sombríos y acaso el canto del cisne de todo aquello que nos hizo durante cuarenta años un ejemplo para el mundo occidental. Pero incluso así, de todo se aprende. Urge, lo he repetido muchas veces, la unión sincera y por encima de egoísmos partidistas, de todos aquellos que creen que vale la pena defender lo conseguido hasta ahora. Es menester consolidar ese frente limpio, español, claro y eficaz que se arme de un discurso sólido que oponer frente a la falacia pijo progre comunista. Es el debate cultural donde se ganan o se pierden las sociedades, señores. Ese es el campo de batalla real, el de las ideas. Y como sea que enfrente tenemos solo a manipuladores, a gente que elabora consignas, a bienquedas dispuestos a cualquier traición con tal de no perder la paguita o su subvención, las ideas fuerza pueden ser demoledoras y decisivas. Frente a las ruinas, edificación; frente a la traición, lealtad; frente al mundialismo oscuro y criminal, el sano patriotismo democrático.

Todo, menos ruinas.