• Entre canción y canción asumo tu opinión como coste adicional de la entrada porque no me queda otra

¿Deben los artistas emitir opiniones políticas… o deben evitarlas para mantener la neutralidad debida, no perjudicarse a sí mismos o no incomodar al respetable que asiste a sus eventos y los financia, público conformado al fin y al cabo por personas con pensamientos diversos y muchas veces contradictorios? Ahora que comienzan los festivales estivales y los cantantes, desde el escenario y con un micrófono en las manos, tienden a crecerse, es buen momento para intentar responder a la pregunta.

Plus de responsabilidad

Normalmente nos parece bien que opinen cuando su opinión coincide con la nuestra, para qué vamos a engañarnos. Si es contraria, ponemos más objeciones y pedimos respeto para el público, dado que no asistimos al espectáculo para escuchar sus sermones sino para disfrutar de sus actuaciones; y empleamos el comodín que se emplea en estas situaciones: su opinión vale tanto como la de cualquier otro, decimos como quitándoles importancia, con toda la razón del mundo. Sin embargo, si bien es cierto que la opinión de Luis Tosar o Santi Balmes vale tanto como la de cualquier pardillo sin relevancia pública, lo que ellos digan tendrá mayor repercusión mediática y, por lo tanto, mayor incidencia y, quizás, sirva para sumar partidarios a su posición o incluso para ayudar a resolver determinado conflicto del modo en que ellos consideran. Por ello mismo, no es que deban dar ejemplo pero tienen un plus de responsabilidad y cabe exigirles rigor y cierta prudencia.

Es cierto que los actores y actrices de cine no promocionan sus opiniones en el curso de sus interpretaciones, sino desde la distancia: suelen sentar cátedra cuando los entrevistan. Esto es válido para los deportistas, los cuales no se dirigen al respetable entre raquetazo y raquetazo o antes de lanzar un penalti sino cuando son entrevistados. Sin embargo, los cantantes suelen lanzar sus diatribas durante sus actuaciones, donde sí pudiera caber una queja adicional del tipo de la señalada más arriba: algo así como «hemos venido a escucharte a ti y a tu banda, que es lo que nos gusta, no a escuchar lo que piensas sobre la ocupación de Gaza«, por poner un ejemplo de temática preferida.

Hace años recuerdo clamar a Javier Bardem por los derechos del pueblo saharaui, cosa que comparto de manera entusiasta; sin embargo, guardó silencio respecto de los asesinatos de la banda terrorista ETA

A mí en general me gusta que opinen de lo que ellos consideren, lo cual no quiere decir que su opinión no me vaya a parecer una sandez supina, como mayormente me ha estado ocurriendo. Lo cual, por cierto, ni me ofende ni me sorprende. En general, los artistas suelen tener cierta sensibilidad creativa, se supone, pero no tienen por qué ser analistas sesudos de la realidad circundante, unos genios, aspirantes a premios Nobel o seseras prodigiosas. En general, siendo optimistas, son como el resto de los mortales; y, además, como estos, suelen tener cierta tendencia a sumarse al rebaño de la corrección política, dado que, puestos a ser comprometidos, mejor arriesgar lo justo o incluso que tu gesto reivindicativo pueda servir para dar un empujón a la carrera profesional que últimamente no despega. Y en los casos que uno pudiera poner en riesgo su vida, mejor guardar silencio: por ejemplo, no me imagino a ninguno de nuestros progresistas de cabecera acompañar a las mujeres que en Teherán se arriesgan a quitarse el velo para hacer frente a los totalitarios islamistas. Tampoco es necesario viajar al otro lado del mundo ni a épocas excesivamente lejanas para recordar nuestra historia: durante los sucesivos Festivales de Cine de San Sebastián es habitual que se escuchen proclamas de las más diversas causas hasta convertirse en el pan nuestro de cada septiembre.

Hace años recuerdo clamar a Javier Bardem por los derechos del pueblo saharaui, cosa que comparto de manera entusiasta; sin embargo, guardó silencio respecto de los asesinatos de la banda terrorista ETA, la cual se acababa de cobrar su última pieza apenas unos días antes y a escasos metros de donde se celebra la gala. Es cuestión de prioridades y afinidades. Y de conveniencia política. Aunque, ya puestos, quizás podamos pedir sensibilidad para denunciar los crímenes que se perpetran a dos metros de tus narices antes que lo que ocurre a miles de kilómetros. En todo caso, comprendo que denunciar a ETA era mucho más peligroso y podía costarte la vida. Otros, contados con los dedos de una mano, lo hicieron, cosa que les honra.

Tu opinión no sólo me parezca improcedente sino una soberana idiotez o incluso un atropello democrático. Pero bueno, entre canción y canción asumo tu opinión como coste adicional de la entrada porque no me queda otra

En ocasiones ocurre que los artistas llegados de determinadas zonas de España son más propensos a enarbolar sus obsesiones particulares, su visión de las cosas o sus identidades colectivas: la típica monserga identitaria y egocéntrica. En general, debe respetarse lo que cada cual sienta, pero deben comprender que puede que al resto no nos importen sus reivindicaciones, sobre todo si estas, siendo minoritarias, estamos hartos de oírlas a todas horas o incluso son impuestas a la mayoría. O sea, que alguien venga de Cataluña a Cantabria para, con cara de pena, decir no sé qué del procés es cuando menos arriesgado porque bastante hemos aguantado. Y si en lugar de cantar nos sermoneas al respecto, corres cierto riesgo y asumes las consecuencias. Es lo más coherente. Aparte de que tu opinión no sólo me parezca improcedente sino una soberana idiotez o incluso un atropello democrático. Pero bueno, entre canción y canción asumo tu opinión como coste adicional de la entrada porque no me queda otra. Otra cosa es que tampoco me parezca demasiado bien que aproveches que tú tienes un micrófono y los demás sólo podemos gritar desde la distancia. Porque si tú tienes cosas que decirnos, tal vez nosotros queramos responderte.

Así que los artistas no están obligados a expresar sus opiniones políticas (ni sus fobias personas ni sus gustos deportivos) pero están en su derecho de hacerlo. Y el resto, de aplaudirlos, abuchearlos o abrir la boca para emitir un bostezo. Cabe exigir, además, cierta inteligencia y decencia. Si vas a hablar de Gaza, me parece bien que critiques las matanzas de Israel; pero si añades que en ningún caso cabe el terrorismo, quizás mejores tu soflama. Por lo demás, suelo pedir cierta sensibilidad respecto a lo que estamos viviendo aquí y ahora, sobre todo si son barrabasadas varias y actos de corrupción política. O sea, abogo por que la gente se moje; de hecho, si más gente se hubiera mojado en el pasado, mejor nos habría ido. Por otro lado, si vienes, pongamos por caso, de Cataluña, sonreímos si nos saludas en catalán a quienes desconocemos la lengua, pero agradeceríamos que te atrevieras a denunciar que en tu comunidad autónoma no puede estudiarse en español, porque estas cosas, al fin y al cabo, nos incumben a todos; aunque igual es que apoyas la discriminación lingüística.

Lo que tampoco me gustó de Santi Balmes con motivo de la actuación de Love of Lesbian en el Sonórica es que dijera que todas las opiniones son respetables.

Sé que es pedir demasiado, pero si van a hablar, prefiero que hablen de lo que tenemos cerca y nos afecta en el día a día. Y que no sea sólo para criticar a la ultraderecha. Hay además quienes claman contra las guerras pero callan ante la ocupación ilegal de Ucrania por parte de Rusia. O sea, que hay temas que son más cómodos que otros.

Lo que tampoco me gustó de Santi Balmes con motivo de la actuación de Love of Lesbian en el Sonórica es que dijera que todas las opiniones son respetables. Porque respetables serán quienes las verbalicen, pero no lo son todas las opiniones. Proponer que los negros no puedan votar no es una opinión respetable. Porque no lo son aquellas que suponen la vulneración de derechos humanos.

Por lo demás, que cada cual vea. No soy de los que proponen cancelar a quien piensa distinto y tampoco a quien emite opiniones que están mal vistas o son políticamente incorrectas, como hacen otros. Ellos tienen el derecho a decir lo que consideren. Y nosotros a agradecérselo. O, si no compartimos lo que dicen o nos parece una idiotez manifiesta, a abuchearlos. Es como quien gasta una broma: se arriesga a que no haga ni puta gracia.