LA RECIENTE oleada de elecciones en Europa parece corroborar la opinión de que el socialismo está en franca decadencia, quizá con la única excepción del Reino Unido, caso que más tarde comentaré. Sin embargo, esto no tiene que ser así necesariamente, por una razón muy clara: se requiere un partido de centro-izquierda para hacer el papel de oposición y alternativa de Gobierno al centroderecha. En el sistema político europeo, y en todas las democracias parlamentarias del mundo, existe un hueco a la izquierda del centro; si el socialismo no lo ocupa, otros lo harán. Muchos pueden pensar que el socialismo está llamado a desaparecer porque hace ya tiempo que alcanzó sus fines y debe ser sustituido en la izquierda por otras formaciones con distintos orígenes. Al fin y al cabo, el Reino Unido nos da un ejemplo de partido que desaparece como por ensalmo tras lograr su objetivo: el UKIP.
El propio éxito puede acabar con los partidos, y pocos han sido más exitosos en el siglo XX que el Socialista; el otro gran partido que alcanzó virtualmente todos sus objetivos, éste en el siglo XIX, fue el Liberal; y casi desapareció al ser desplazado por el primero en el siglo XX. En efecto, otros partidos compiten con el PSOE hoy para ocupar ese hueco a la izquierda, y, si el socialismo no aclara sus ideas, puede verse orillado y desmembrado como antes lo fue el Partido Liberal.
Veamos cuáles son esas ideas claras que pueden salvar al socialismo. En primer lugar, debe estudiar las perspectivas políticas del siglo XXI. El periodo revolucionario se acabó. En una sociedad desarrollada y democrática, la inmensa mayoría puede estar representada por los partidos políticos, y si éstos no cumplen su función, a la corta o a la larga, desaparecerán. En una sociedad con estas características la revolución está descartada a menos que ocurran verdaderos cataclismos. La retórica revolucionaria y apocalíptica de un partido de izquierdas puede tener éxito en ciertos momentos (recesión económica, por ejemplo), pero a la larga le desprestigia. Pretender competir con el populismo al estilo de Podemos, la Francia Insumisa, o el Movimiento Cinco Estrellas terminará por ser contraproducente, como ha ocurrido con el socialismo francés y con el británico.
Dediquemos un momento al fenómeno Corbyn en el laborismo británico. Su reciente éxito parcial en las elecciones del pasado 8 de junio, que con tal alborozo fue acogido por la izquierda europea, es un espejismo. Los resultados relativamente buenos se debieron más al fracaso de Theresa May que a las virtudes de un laborismo anticuado y demagógico. Las elecciones británicas están viciadas (y seguramente lo estarán largo tiempo) por el salto al vacío que fue el referéndum del Brexit. Muchos jóvenes han votado a Jeremy Corbyn simplemente como protesta contra el resultado del referéndum de hace un año; es muy dudoso que el Laborista sea hoy tomado en serio como partido de Gobierno en el Reino Unido, aunque la vacua prepotencia de May quizá lo consiga.
En segundo lugar, el socialismo español debe abandonar su frecuente actitud de maniqueísmo cainita, es decir, el arrogarse el monopolio de la virtud y atribuir a los demás partidos políticos, en especial al Popular, todas las execraciones y corrupciones, tratándole como si fuera un paria de la política. Aparte de lo ridículo que resulta que el partido de los falsos EREs, de Mercasevilla y de tantos otros desfalcos, se nos proponga como modelo de virtud intachable, esta actitud perjudica gravemente el normal desarrollo de la política española, entre otras razones, porque, añadida a nuestro ya escorado sistema electoral, otorga un poder desproporcionado a los partidos nacionalistas, que han mercadeado su apoyo alternativo a socialistas y populares con grave detrimento de la firmeza que en el Gobierno de España se requiere para tratar con el separatismo. En repudiar al contrario el PSOE ha sido más intransigente que el PP que, por muchos defectos que tenga (que los tiene y grandes), es votado, a menudo mayoritariamente, por millones de españoles que merecen el mismo respeto que los votantes del PSOE. España es de los pocos países europeos donde los dos grandes partidos han sido incapaces de convenir pactos de gobierno a causa de este absurdo cainismo. Una muy buena señal, sin embargo, ha sido la llamada espontánea de Pedro Sánchez a Mariano Rajoy prometiendo apoyo ante el grave desafío del separatismo en Cataluña.
En esta línea de confrontación incondicional están las promesas de derogar leyes del PP, tales como la de Reforma Laboral y la de Educación. Sin duda estas leyes son mejorables, pero merecen más respeto que la derogación de un plumazo, práctica por desgracia inveterada en anteriores gobiernos del PSOE, en especial el de Rodríguez Zapatero. Tanta o más cautela debiera emplear en materia de empleo el Partido Socialista cuanto que su ejecutoria es manifiestamente mejorable. Los periodos de Gobierno de Felipe González y de Zapatero terminaron con tasas de desempleo notoriamente más altas que aquéllas con que comenzaron, mientras que el mandato de José María Aznar terminó, por el contrario, con tasas muy inferiores. Lo mismo puede decirse hasta ahora del Ejecutivo de Mariano Rajoy, ya que la actual tasa de desempleo, indudablemente muy mala, está por debajo de la que dejó Zapatero en 2011. Estos son los hechos. Un Partido Socialista serio debe reconocerlos y no prometer entrar en la política de empleo como caballo en cacharrería, derogando a diestro y siniestro, y prometiendo acabar con el paro a base de gasto público, lo cual casa mal con la promesa, también en el programa aún vigente del PSOE, de eliminar el déficit fiscal.
ALGO PARECIDO puede decirse de la educación. Es notable y alarmante el tono entusiasta con que el programa del Partido Socialista describe la situación de la educación en España, cuando los hechos objetivos de nuestra educación, tanto media como universitaria, son más bien alarmantes y lamentables: todos los informes internacionales y nacionales, ponen de manifiesto la mediocridad de los resultados (los más citados, los PISA, en enseñanza secundaria, así lo muestran, hasta el extremo que una ministra de Educación de un Gobierno de Zapatero atribuyó los malos resultados al legado del franquismo, cuyo fin se remontaba, ya entonces, a más de 35 años). De las malas calificaciones que obtienen las universidades españolas en todas las evaluaciones internacionales, de las serias críticas que se hicieron en el Informe Miras de 2013, del gravísimo y ya crónico problema de la endogamia del profesorado, nada dice el programa del PSOE, lo cual indica que a todos estas lacras, y muchas más que hay, no piensa ponerles remedio. Mal está que el PP (que encargó el Informe Miras y lo guardó en un cajón) sea inmovilista en materia de educación. Pero que lo sea igualmente el Partido Socialista, que hasta ahora ha sido aún más conservador que el PP, es desesperante para los que creemos que la educación es la clave del futuro del país. Y aquí, de nuevo, el programa del PSOE sólo promete gastar más dinero y dar becas a todos, independientemente de su rendimiento escolar. Pura demagogia.
El socialismo democrático ha sido históricamente el principal vehículo que nos ha conducido a la sociedad que hoy disfrutamos en Europa y gran parte del mundo desarrollado. Los partidos socialistas pueden enorgullecerse de ello, pero no deben dormirse en los laureles, porque los votantes son olvidadizos y poco agradecidos. Para subsistir, los socialistas deben reinventarse, refundarse como un partido de centro izquierda, defensor de las minorías, sí, pero también, y más aún, de la modernidad, de la igualdad de oportunidades, y por tanto de la educación y de la investigación de nivel internacional, un partido que relegue tradiciones y mitos, que critique a los demás pero también, y principalmente, a sí mismo. Y que administre el Estado de Bienestar, en gran parte su creación, con eficacia y honestidad. Un partido de progreso de verdad.