ELENA MORENO SCHEREDRE-EL CORREO

  • Ha debido de ser duro para Pablo Iglesias haber nacido en democracia
No puedo evitarlo. Sé que no debo comer chocolate, y la política es eso. Un chocolate adictivo, y en este caso negro, con el toque de amargor suficiente como para que resulte imposible rechazarlo. Me gusta la liturgia de abrir el cartón del envase, rasgar la plata que lo envuelve y romper la tableta para saborear un trocito. Yo no puedo renunciar y Pablo Iglesias tampoco. El panorama madrileño ha despertado la actividad política, a pesar de que el desencadenante estuviera un poco lejos. Por fin, los políticos rellenan la agenda con lo que verdaderamente les gusta a los elegidos; esa arena espesa y codiciada donde la ira se enroca elocuente y el lenguaje se hace flecha, lanza o bala para aniquilar a los adversarios que alcanzan el adjetivo de asesinos. Precioso.

El caso es que entiendo a Pablo Iglesias. Claro que le entiendo. Las adicciones, sean de chocolate o de poder, se comportan de la misma manera y la ocasión la pintan calva; antes de que su amigo le mande a freír buñuelos, me voy yo a la verbena de la Paloma. Rechazar la tentación de salir a luchar con Juana de Arco es de héroes humildes, no de narcisistas de izquierda con ceño fruncido y vocabulario de contienda como el Cid. El hombre que ha venido a cambiar España no puede permitir que le meta un gol una mujer de las de ‘antes muerta que sencilla’. Se ofrece para rescatar Madrid inmolándose en olor de multitudes desde su despacho en La Moncloa y aquí paz y después gloria.

Pablo Iglesias es un tío listo, ávido, nada y guarda la ropa, ambicioso e inquieto que vende autenticidad desde un trono en el que no puede perder de vista la puerta de atrás. Ha metido goles de incalculable tamaño, como decir que este país tiene una democracia ‘low cost’, o introducir a su cónyuge en el Gobierno. Ha debido de ser duro para él haber nacido en democracia, no haber presenciado la caída del muro de Berlín o el asedio de los nacionales a Madrid. Le habría gustado buscar bajo los adoquines en mayo del 68, o refugiarse en Sierra Madre con Fidel y el Che. Al menos conoció a Chávez y le miró con admiración. Y le entiendo, vaya si le entiendo.

Juana de Arco anunció su cruzada en nombre de Dios y encima, una heroína de las de verdad, Mónica García, representante de Mas Madrid, le dice que no hace falta que venga a buscarla en carroza porque ella ya sabe la dirección donde se celebra la fiesta. Hoy sí me siento feminista, un poco más que la líder de Podemos en la Comunidad de Madrid a la que han sustituido porque para medirse con una mujer no servía otra. Me pongo en la cola para comprar entradas para esta opereta en la que lo más importante es lo que sucede o sucederá tras las bambalinas.