Juan Carlos Girauta-ABC
- La letra de una canción es lo contrario de una arenga. Usa otros códigos, salvo que el autor quiera hacer un manifiesto político
Alguien tuvo la feliz idea de poner a unos cuantos columnistas de ABC, con algunos compañeros de Cultura, a comentar lo de Benidorm. Acepté encantado la propuesta. Iba a decantarme por el absurdo, la ‘boutade’, pero pronto se impuso mi natural tendencia a valorar la música en sus términos. Mientras, las redes se empeñaban en buscar la clave política. Uno de los pocos principios que los podemitas nunca se saltan es el que establece que todo es política; la inagotable realidad sería como el cerdo: todo se aprovecha. La ministra de Igualdad había mostrado el camino al invocar en encendida arenga un fragmento del tema de Rigoberta según el cual las tetas nos dan miedo.
La letra de una canción, al igual que un poema, es lo contrario de una arenga. Usa otros códigos, salvo que el autor quiera hacer un manifiesto político. Arriesgada apuesta que casi siempre sale mal. La excepción está en ciertas piezas de extrema belleza. Ahí destaca Silvio Rodríguez. Revestidas por el hechizo de sus arpegios, acolchadas en su peculiar voz, ha podido colocar afirmaciones que, leídas o pronunciadas en un discurso, resultan abominables. Lo del gran artista cubano, y comunista, se resume en la frase «Vivo en un país libre», que luego va desgranando. Puedo agarrar la guitarra y cantar ese tema (‘Pequeña serenata diurna’) disfrutando del tempo sugerente y de la gracia de sus frases melódicas sin reparar un momento en el seco significado de las palabras infamantes.
Sin embargo, tristemente, a estas alturas aún no se ha asumido que tipos del todo indeseables (no digo que ese sea el caso de Silvio Rodríguez) pueden haber recibido el don. El don musical, el literario, el pictórico. En un mundo donde todo fuera política yo no podría disfrutar de ‘Residencia en la Tierra’, de Neruda, de ‘Las señoritas de Avignon’ de Picasso o de un cuarteto de cuerda de Shostakóvich, que fue miembro del Soviet Supremo de la URSS. Tampoco de ‘Viaje al fin de la noche’, del colaboracionista Céline, o de ‘Dios ha nacido en el exilio’, de Vintila Horia, que fue columnista de ‘El Alcázar’. Pero la llama aparece donde quiere Dios. O el azar.
A años luz de las mencionadas llamas, unos aseados cantantes presentaron piezas bastante mediocres en Benidorm buscando participar en Eurovisión, concurso especializado en matar carreras artísticas. Rigoberta llegaba como favorita con la supuesta provocación de una teta gigante. No se juzgaban sus opiniones políticas. A quién le importan. No se evaluaban las distintas apropiaciones de su figura. Distintas y distantes: para unos encarnaba el feminismo a lo Montero; para otros estaba reivindicando la sagrada maternidad y la familia tradicional. Por lo visto, ambos bandos sordean, y siguen en sus trece. ¿O es que no notaron que al empezar el tema Rigoberta desafinó? ¡Que era un concurso de cancioncitas, queridos! Salid del túnel, hay vida más allá de vuestras causas.