Las tragaderas del PNV

Ibarretxe y los suyos no caminan hacia el absurdo, están hace tiempo en él. El que camina hacia el suicidio, que por lento que sea no dejará de ser doloroso para la red clientelar en la que se basa, es el PNV. Todo será acompañado del alarde habitual: aumentar la tensión, gestionar públicamente las demandas, llorar como falsas víctimas, gritar como energúmenos.

Una cosa ha cambiado de verdad en el PNV. La tradicional devoción por el líder, siempre un poco amanerada, a veces impostada, se ha venido abajo. Con Arzalluz, los disidentes se iban del partido, incluso Carlos Garaikoetxea, que era nada menos que lehendakari. Y los que se quedaban ponderaban sus virtudes en público y en privado. Es más, pensaran lo que pensaran, les doliese lo que les doliese la escisión, se sentían obligados al elogio hasta la sobreactuación. Si el contertulio hacía una broma o un leve comentario crítico, las militantes legiones de defensores saltaban al campo de batalla. Ardanza tampoco gustaba a los nacionalistas próximos a Egibar, incluso cuando Egibar no estaba tan próximo a Arzalluz, pero no perdía la aureola institucional de lehendakari ni el respaldo emocionado de los melancólicos militantes del PNV. Siempre, pero mucho más cuando, en 1997, Ardanza se colocó abiertamente, tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, contra Herri Batasuna: «Sois cómplices de este hecho y la sangre de esta víctima debe pesar también sobre vuestra conciencia». Era su hombre. Y ni Egibar, que quería contener la rabia de los militantes contra los amigos de ETA, se atrevía a levantar la voz en su contra.

Pero ahora hasta el visitante ocasional del batzoki se encuentra con un grupo de parroquianos enfadados con Ibarretxe, algunos con un tono insultante desconocido en el partido. En Sabin Etxea, la sede bilbaína del PNV, se mesan los cabellos espantados, y Urkullu, alterado con los más cercano, no logra detener el reguero de agrias críticas. En San Sebastián, los viejos y retirados dirigentes del partido se reúnen periódicamente a cenar y aquello se convierte en un paradójico aquelarre: la bruja está fuera, es la diana de los vituperios, pero los comensales son los alucinados. Y así, cada día más, aunque anden todos taciturnos y medianamente controlados con la amenaza de una nueva escisión. Si nunca hubo un lehendakari tan reprobado en el propio PNV, tampoco se conocía un tipo tan fanático y obstinado.

¿Cuántos son los desesperados que se pasan las tardes, cada día más mosqueados, imaginando la manera de retirar de la circulación a Ibarretxe? Xabier Arzalluz, que dice pertenecer al sector del lehendakari, no se atreve a asegurarlo: «No sé cuál (de las dos «almas» del partido) es la mayoritaria». Si no se sabe es porque la estructura territorial del PNV abomina de la proporcionalidad y una abrumadora mayoría en Vizcaya, en donde está el grueso de militantes, vale poco más que una exigua mayoría en Guipuzcoa, en donde Egibar tiene asentada la otra «alma» del nacionalismo. Así que, sin que sepa Arzalluz quien gana en número, el poder del Gobierno vasco, la organización del PNV y las tragaderas de otros para que no se rompa el invento hacen que ganen realmente las machadas de Ibarretxe.

Lo que si se sabe, sin embargo, es que, con una estrategia como la impulsada por el Gobierno autonómico, el PNV va de batacazo electoral en batacazo electoral. Arzalluz piensa que para compensarlo deben ir allí donde están los votos de Batasuna, que es lo que Ibarretxe pretende con cada detalle, incluido el último de pedir que los ciudadanos denuncien al Estado ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos por no permitir su «consulta». Pero el drama, para el PNV, es que ese territorio es escaso, incluso cuando Batasuna estaba en su mejor momento, y por la satisfacción de parecer más vascos que los vascos, su partido asume la doctrina de ETA y se desangra por donde ETA desangra a la sociedad vasca.

Ibarretxe y los suyos no caminan hacia el absurdo, están hace tiempo en él. El que camina hacia el suicidio, que por lento que sea no dejará de ser doloroso para la red clientelar en la que se basa, es el PNV. Todo será acompañado del alarde habitual: aumentar la tensión, gestionar públicamente las demandas, llorar como falsas víctimas, gritar como energúmenos. Y puede que consiga, mimetizándose con ellos, alguna papeleta de los votantes de Batasuna. Pero seguirá desangrándose hasta el punto de que los críticos enfadados con sus batallas sean mayoría en el PNV, lo que ni Arzalluz se atreve a negar. Por sus tragaderas se va a ir escapando el partido.

En el absurdo ya están. Ibarretxe, tan falso como pretencioso, dice que hay que decirle a ETA que sobra con una papeleta y una urna en su antidemocrático referéndum. Está bien que reconozca que votar al PNV con papeletas y urnas, una y otra vez, no es decirle a ETA que sobra.

Germán Yanke, ABC, 5/9/2008