José Alejandro Vara-Vozpópuli
- Iván Redondo, el gurú de la Moncloa, ese Godoy de bolsillo, empieza a dar muestras de fatiga. Ha hilvanado tres errores monumentales. Su imagen infalible se empaña
«No le interesa la democracia, no la entiende, no sabe de su historia, ni de la historia de su país, nunca le ha interesado. Es una persona a la que sólo le interesa él mismo y satisfacer su narcisismo y su deseo de poder. Ni siquiera creo que sepa ni le interese saber la diferencia entre una dictadura y una democracia». Estas palabras bien podrían ser el dibujo perfecto de Pedro Sánchez. Pero no, es el retrato de Donald Trump elaborado por Anne Applebaun, premio Pulitzer, especialista en populismos, que vino a España a escrutar el fenómeno Vox y se quedó hipnotizada con Sánchez, lo más parecido a Trump que se expende en el híper de las ideologías.
Vaya exageración, exclamarán los exégetas del sanchismo. El actual presidente, añadirán, es un incuestionable socialista, azote del neoliberalismo explotador, que arrojó del poder a un partido corrupto y que lucha ahora para evitar que España vuelva a caer en las zarpas del fascismo. Apenas había rastro alguno de democracia en este país hasta que venturosamente Sánchez aterrizó en la Moncloa. Todo era franquismo y ultraderecha. Felipe González era facha.
Ninguna fuerza política tiene derecho a existir fuera de los confines de la izquierda o del separatismo vasco-catalán. O, en palabras de Pablo Iglesias, la derecha jamás volverá al Consejo de Ministros
El artífice de esta ensoñación no es otro Iván Redondo, sagaz muñidor del engendro de Frankenstein, el deforme artefacto con el que rescató a Sánchez de la hecatombe de los comicios del 20-N. El máximo gurú de la Moncloa, vicepresidente de facto y diseñador de estrategias, armó un trampantojo político tan primario como eficaz con el simple apoyo de la fotografía de Colón. Ninguna fuerza política tiene derecho a existir fuera de los confines de la izquierda o del separatismo vasco-catalán. O, en palabras de Pablo Iglesias, la derecha jamás volverá al Consejo de Ministros. Esta ficción se ha instalado perfectamente en el escenario nacional y funciona a la perfección, sin demasiados contratiempos.
Poco importa que Sánchez se muestre, sin disimulos, como un personaje ególatra, despótico, desalmado, al estilo del aguafuerte de Applebaun sobre Trump. Es un detalle anecdótico, sin más efectos que una creciente irritación, ya ira, en los sectores mas vivos y críticos de la sociedad. La gran factoría de la Moncloa, un ejército de cien asesores pensando día y noche en cómo convertir a Sánchez en un mix de Churchill y Napoleón, ha grabado a sangre y fuego el estigma de la corrupción y el fascismo sobre la frente de la derecha. Una demonización que lejos de amainar se consolida. Esta semana subirá unos cuantos enteros con el debate de la moción pirulera de Vox para que pierda el PP.
Encierro y lavado de cerebro
Pero nadie es perfecto, que diría el tío Billy (Wilder). Redondo empieza a incurrir en algunos fallos y no precisamente menores. Cierto es que logró sacar a Sánchez indemne de la primera embestida de la pandemia, pese a los 50.000 muertos y el inmenso dolor. No fue complicado: tres meses de encierro implacable y un bombardeo mediático sin precedentes sobre una población aterrorizada consiguieron el objetivo. Sólo Sánchez salió ‘más fuerte’ de aquella embestida.
El primer despiste de este Godoy de bolsillo fue la ‘desescalada’, aquel desastre que descuajeringó todo lo logrado en el cruel confinamiento, mientras Sánchez ganduleaba alegremente por las playas. El truqui era pasarle la responsabilidad de la plaga a los gobiernos regionales. La fórmula no funcionó, la catástrofe se les fue de las manos y se viró en su contra. Para camuflar este error se inventó la guerra contra Madrid, un argumento con enorme tirón en las filas pijo-progres. Sánchez colocó el punto de mira en el entrecejo de Isabel Díaz Ayuso y lanzó una acometida sin precedentes que aún sigue. Con mucho empeño y escaso acierto. Contra todo pronóstico, Madrid resiste y su presidenta, sangre, sudor y llanto, ha salido reforzada. Lo que se pensaba un paseo militar de la tropa monclovita sobre los escombros del Gobierno de Madrid ha derivado colosal desastre.
Así no se trata a un jefe del Estado en una democracia. Sánchez, sorprendido ante la generalizada crítica, improvisó una escapada con Felipe VI a Cataluña para borrar las huellas del crimen
En paralelo a esta escaramuza se produjo el veto a la presencia del Rey en Barcelona, un escándalo superlativo, desmadrado aún más por las burlas del titular de Justicia cuando pretendió dar explicaciones sobre lo sucedido. La opinión pública reaccionó en favor de la Corona ultrajada y se acumularon críticas acervas en todos los sectores contra la prepotencia presidencial y el republicanismo pútrido del socio del Gobierno. Así no se trata a un jefe del Estado en una democracia. Sánchez, sorprendido ante la generalizada crítica, segundo resbalón de súper Iván, improvisó una escapada con Felipe VI a Cataluña para, con escasa fortuna, desfacer el entuerto y borrar las huellas del crimen. En sondeos privados la valoración de la Monarquía, alicaída tras la escapada sin retorno del emérito a Dubai, se disparó hacia la estratosfera.
Ingenuos y catetos
El tercer patinazo está ahora en ebullición. El plan para controlar la designación de la cúpula judicial ha chocado frontalmente contra el muro de Bruselas. El Consejo de Europa, la Comisión de Venecia, la Asociación de Jueces Europeos, el Greco… se han revuelto contra las pretensiones de Sánchez, y han recordado que, en una democracia, el edificio de la Justicia merece un reverencial respeto. Una tormenta de estruendo con aparato de titulares críticos en los principales medios internacionales. Redondo y sus adjuntos han demostrado un notable catetismo y un desconocimiento absoluto de los mecanismos de Bruselas. Espantoso ridículo en el corazón del Continente. Llevados de una inmarcesible soberbia, pensaban que un par de gestos afables y alguna frase de Pedro el guapo bastaría para que Merkel y Von der Leyern se rindieran a sus pies. No ha sido así.
El rosario de desaciertos empieza a pesar en la mochila de Iván, a quien en círculos veteranos del PSOE le han situado hace tiempo en la galería de los supervalorados. No corre riesgo, sin embargo, su laison con el presidente. Van de la mano, inseparables. Pero con Pedro nunca se sabe. Más amigo era de Juan Manuel Serrano, su alter ego de los tiempos duros, y lo mandó a pegar sellos, lejos del equipo de Moncloa. Lo malo de los hipergenios es que cuando caen, hacen mucho ruido. Por eso Redondo, lejos de inquietarse, se encoge de hombros. Seguirá hasta las próximas generales y luego… A saber. Para entonces, España estará devastada; los españoles, desesperados; la oposición, descuadernada y el Gobierno, entre la francachela y el Falcon. «Nada de lo que hice merece mi arrepentimiento», susurrará Fouché/Iván tras presentar su renuncia.